Comentario
Por Claudio Ratier
Regreso a la patria
Con un fuerte sentimiento patriótico, Wagner y Minna (su primera esposa) abandonaron París el 7 de abril de 1842. Durante un viaje de 5 días que los condujo a Dresde, al recorrer Turingia el compositor pudo divisar el Wartburg y recorrer a pie los escenarios naturales de su próximo drama, entre ellos el valle de Hörselberge, donde transcurrirá el tercer acto. Más tarde y al promediar ese año hizo una excursión a Schreckenstein y durante las caminatas nocturnas, a la manera de un personaje pintado por Caspar David Friedrich, encontró el estímulo para bosquejar el texto en prosa, que concluyó el 8 de julio. (En realidad, desde ese momento y hasta poco antes del estreno el drama se llamó
Der Venusberg, título que se traduce como
El Monte de Venus. Al trascender, las risas de varios, en especial los estudiantes y profesionales de la medicina, hicieron desistir al compositor, que lo cambió por el que todos conocemos.)
Las imprecisiones y pocas certezas que rodean a tantos personajes legendarios, nos dejan saber que el verdadero Tannhäuser nació hacia 1200 y que participó en las cruzadas de Federico II. Desafió los convencionalismos de la sociedad medieval y disfrutó de los placeres, los exaltó, arremetió contra la moral cristiana y se dice que hasta se mostró contrario al Papa. Esto es lo que ha quedado para la posteridad. ¿Fue realmente así? ¿Todo en una misma persona? ¿O es que la imaginación y las tradiciones encarnaron en una figura, real a medias, una actitud ante la vida condenable para la época, pero más común de lo que podamos pensar? Es probable y no hay como saberlo, pero si él representa la exaltación del placer, y la idealización y dualidad en las que reposa la visión medieval del amor, la corte del Landgrave representa lo anquilosado. Por lo tanto, Tannhäuser es el artista que llega para dar vuelta el orden establecido y que por su arte está dispuesto a enfrentarse a todo. Con esta “masa hecha de mito e historia” Wagner puso en escena una verdad profunda, y, según opinó su nieto Wieland Wagner, la tragedia del personaje no es otra que la del hombre en la era cristiana, planteada por la dicotomía embriaguez-ascesis. Al final, en medio del tormento y la condena, a Tannhäuser solo le queda la muerte seguida por el milagro de la salvación. Al drama no le cabía una conclusión a la manera del poema de Heine, donde el caballero condenado decide retornar al placer carnal junto a Venus, porque allí estará mejor que en cualquier otro lugar, sino un final en el que el artista perece en medio de su debate interno, para obtener la redención más allá de la muerte. El héroe wagneriano es trágico y paga el precio de lo más alto con su propia vida. Si Wagner decidirá conceder la gloria a Walther von Stolzing, uno de los protagonistas de Die Meistersinger von Nürnberg (Munich, 1868), es porque no se trata de una trágica figura épica sino de un burgués que mira con nostalgia al lejano mundo caballeresco.
Wagner concluyó el libreto el 22 de mayo de 1843. No pudo encarar la música hasta avanzado el mes de julio, pero algunos problemas de salud no le permitieron hacer demasiado. Recién se puso de lleno en octubre y concluyó el tercer acto en diciembre de 1844. Considerando los retoques, puede decirse que la partitura de
Tannhäuser estuvo terminada el 13 de abril de 1845. Concedámosle la palabra a Wagner: “Antes de ponerme a escribir un verso o a esbozar una escena, ya estoy embriagado por el aroma musical de mi creación y tengo en la cabeza todos los sonidos y los motivos característicos (entiéndase
Leitmotive, C. R.); de manera que cuando los versos están concluidos y las escenas aparecen ordenadas, para mí está acabada la ópera propiamente dicha, y la composición musical en detalle no es más que un repaso tranquilo y sosegado, pues ya ha pasado el momento de la producción verdadera” (Dellin, op. cit., p. 158).