Comentario
Por Claudio Ratier
Hacia la creación de la personalidad propia
Hemos puesto de relieve que
Anna Bolena es la consecuencia de un largo proceso de búsqueda. Desde los tiempos de Enrico di Borgogna (Teatro San Luca de Venecia, 1818), los éxitos moderados y los sinsabores, que el joven y moralmente bien pertrechado creador podía soportar, construyeron un camino cuya meta fue dar con un lenguaje estilístico propio, tan personal como para apartar a la ópera de las fórmulas clásicas e incorporarla a la estética del temprano Romanticismo italiano. Leamos la palabra de Ashbrook: “La relativa y escasa consideración en la que se tiene a
Imelda de’ Lambertazzi * se imputa en gran parte a aquella tendencia de los críticos que nos precedieron, de liquidar en bloque las óperas serias anteriores a
Anna Bolena, como producción de pobre identidad. […] Pero hoy, con la esperanza de más de veinte años de revaloración donizettiana, tales generalizaciones y maltratos no se sostienen más. Aún en su discontinuidad, no hay una sola de tales óperas que no abra atajos en la evolución del drama musical donizettiano.” Luego concluye: “Pero ningún grupo de óperas [del autor] merece más que este ser estudiado seriamente, en tanto refleja con extrema fidelidad su lucha por crear la propia personalidad, a la par que crecía su rechazo por los valores defendidos por los tradicionalistas napolitanos.” (Ashbrook,
Donizetti-La Vita, pp. 53 y 54).
Sólido y claro, el argumento sirve para repensar y desautorizar esa marcada y larga tendencia de cierta crítica, que aún hoy desparrama su incomprensión hacia ese semillero de grandes logros que prefiguró la carrera de uno de los máximos compositores de música dramática de la Italia del siglo XIX. Si ese grupo de óperas merece ser más estudiado que ningún otro, por supuesto que es otro tema, y ya sintetizado el largo período que precedió a la consagración de Donizetti, nos ocupamos de
Anna Bolena.
*Ópera que inmediatamente antecede a
Anna Bolena, se estrenó en el San Carlo de Nápoles el 5 de septiembre de 1830. Ashbrook señala en su partitura indudables valores, pero la causa de su fracaso posiblemente se haya debido a una protagonista inadecuada, y a un libreto poco claro a causa de los cortes impuestos por la censura.