Comentario
Por Claudio Ratier
Desgracia
En tanto, una nueva desgracia asoló el hogar de Verdi. A los fallecimientos de sus hijos Virginia Maria e Icilio Romano, acaecidos en 1838 y 1839 respectivamente, sucedió en junio de 1840 el de su esposa Margherita. Según consta en los registros milaneses, la causa del deceso fue una “fiebre reumática”. En un desesperante estado que desembocó en una tremenda depresión, Verdi no quiso saber nada ni con su ópera cómica ni con la música en general, hasta pretendió abandonarlo todo (“Un tercer ataúd salía de mi casa. ¡Estaba solo! ¡Solo!”, expresó años más tarde). Cuando le planteó a Merelli renunciar a
Un giorno di regno, el empresario, supuestamente presionado por los compromisos contraídos, no le permitió dejar el proyecto, que debió afrontar en medio de la peor crisis anímica de toda su vida; por cierto un momento nada apropiado para la concepción de una ópera cómica, que se estrenó el 5 de septiembre de 1840.
Si se considera que por diversos motivos la partitura de
Un giorno di regno no es precisamente de lo más logrado de la producción verdiana, también es justo decir que el desempeño de los solistas que cantaron la noche de su estreno no ayudó a que las cosas resultasen mejores. La falta de interés que la Raineri Mariani (aparentemente enferma) y Salvi demostraron durante aquella función, sumados los desempeños poco convincentes de los bajos Rovere y Scalese, constituyeron el factor de mayor peso a la hora de los abucheos que determinaron el estrepitoso fracaso. Tan grande fue el fiasco que Merelli, con la excusa de la enfermedad de la
primadonna, levantó el título al día siguiente. Pero a pesar de todo decidió darle apoyo moral a su compositor, quien expresó años más tarde al recordar lo sucedido: “A los veinticinco años ya sabía yo qué significaba ‘el público’. A partir de entonces, los éxitos nunca me han hecho subir los humos a la cabeza y los fracasos nunca me han descorazonado. Si continué con esta desafortunada carrera fue porque a esa edad era demasiado tarde para hacer otra cosa y porque no tenía la fuerza física suficiente para regresar a mis campos” (en 1859 a Filippo Filippi, en Mary Jane Phillips-Matz,
Verdi, una biografía, Paidós, Barcelona, 2001, p. 158). Y es verdad que paradójicamente ese fracaso mantuvo a Verdi en su profesión de compositor, y que Merelli, a pesar de haberle insistido en componer su comedia fallida en el peor momento, no fue tan descorazonado como pueda suponerse: no solo que lo reconfortó y fue comprensivo, sino que inmediatamente y contra sus cálculos decidió reponer
Oberto, que el 7 de octubre de aquel traumático
annus horribilis para Verdi fue recibido positivamente. Ese mismo público que había determinado el fracaso de
Un giorno di regno el mes anterior, hizo que
Oberto se representase 17 veces.
Una vez más las palabras del compositor:
“Cuando las tragedias familiares me desgarraron el alma y, exacerbado por el fracaso de mi obra, me convencí de que nunca más me volvería a consolar el Arte, decidí ¡no volver a componer música nunca más! Merelli me mandó buscar y me trató de niño caprichoso. No permitiría que me dejara hundir por una experiencia desdichada. Pero me mantuve firme, de modo que Merelli, devolviéndome el contrato, me dijo: ‘Oiga, Verdi: ¡no puedo obligarle a componer! Pero mi confianza en usted permanece incólume, ¿Quién sabe si usted puede o no decidir algún día volver a componer? Simplemente hágamelo saber dos meses antes de una temporada y yo le prometo que su ópera subirá a escena’. ” (Phillips-Matz, Op. cit., p. 159).