Comentario
Por Claudio Ratier
Hablar del tercer título verdiano, el que definió el rumbo del compositor y que desde siempre se aprecia como uno de los más populares del repertorio italiano, plantea una desventaja. Si otros períodos de la vida de Giuseppe Verdi (Roncole di Busseto, 10 de octubre de 1813 – Milán, 27 de enero de 1883) proporcionaron un abundante
carteggio que echa luz sobre los procesos de sus creaciones, el período de escritura de
Nabucco carece de esta clase de documentación. Por haberse establecido en Milán, el compositor tenía la ventaja de conversar personalmente con el empresario Bartolomeo Merelli y con su amigo el libretista Temistocle Solera, lo que motivó que la posteridad no cuente con correspondencia escrita sobre el tema. Esto no excluye que se disponga de ciertas fuentes de información, que como han señalado los especialistas presentan contradicciones. Las dos principales y más citadas son: el capítulo IX de
Volere è potere de Michele Lessona, un pionero de los libros de autoayuda (Florencia, 1869); y el relato que presumiblemente Verdi le hiciera a su editor Giulio Ricordi el 19 de octubre de 1879,
Racconto autobiografico (incluido como apéndice del capítulo VI de la edición italiana de la “biografía anecdótica” escrita por Arthur Pougin, publicada en Milán en 1881). Acaso por distar mucho en el tiempo del momento de los hechos, y por proporcionar detalles discutibles que hacen pensar en intereses editoriales por crear golpes de efecto en los lectores, no se puede tener confianza absoluta aunque se hayan presentado como la palabra del mismo Verdi. No hay que prescindir de las páginas que dejaran dos allegados al maestro, Giuseppe Demaldè y Ercole Cavalli, ambos miembros honorables de la sociedad bussetana. Fechadas con anterioridad a las mencionadas tampoco son plenamente confiables o menos contradictorias, pero, pese a todo, también son importantes y útiles para reconstruir el devenir de los hechos.
Antes de abordar el tema
Nabucco conviene preguntarse ¿qué sucedió en la vida de Verdi antes de afrontar su composición? De esto pasamos a ocuparnos.
El buen recibimiento de su
Oberto, conte di San Bonifacio (Scala de Milán, 1839) hizo que pronto demostrasen interés los teatros Regio de Turín, Carlo Felice de Génova y la Ópera de Viena, ciudad donde Merelli desarrollaba su actividad además de Milán. Con el propósito del encargo de una nueva ópera, el empresario puso en manos del maestro un libreto del prolífico Gaetano Rossi titulado
Il proscritto, y sin esperar demasiado anunció a la Administración de los Teatros Imperiales que la temporada del otoño siguiente estaría integrada por: 1)
Oberto, 2)
Il templario (música de Otto Nicolai) y 3) una ópera cómica del maestro Nini. Así estuvieron planteadas las cosas hasta que contra los cálculos iniciales se modificó el curso previsto, y Merelli se vio en la necesidad de encargar a Verdi una comedia que sustituyese a Oberto. El compositor desaprobó los libretos disponibles hasta que se quedó con el “menos malo”:
Il finto stanislao de Felice Romani, rebautizado como
Un giorno di regno.