Carl Maria von Weber
Emparentado con Konstanze, la esposa de Mozart, el padre del compositor antepuso al apellido el aristocrático “von”. La infancia de Carl Maria von Weber (Eutin, 1786 -Londres, 1826) transcurrió de ciudad en ciudad, pues sus padres eran miembros de una compañía lírica itinerante. Cultivó diversos géneros musicales, pero fue en la ópera donde descolló y resultó históricamente imprescindible. A los 14 años estrenó su primera obra para el género, Das Waldmädchen (La muchacha del bosque, 1800), y publicó una defensa contra una mala crítica. Desde 1809 escribió crítica musical, en 1813 una autobiografía inconclusa, Tonkünstlersleben (Vida de compositor), y también artículos sobre las óperas que él mismo dirigía. Aquí conviene aclarar que fue un sobresaliente director, con desempeño en los teatros más importantes y conocedor de mayor éxito que sus predecesores.
En 1810 presentó un nuevo drama musical, Silvana, que no es más que una reescritura de Das Waldmädchen, en el que aparecen algunos elementos que en el futuro cobrarán grandes dimensiones dentro de su estilo colorido y descriptivo: el tema del bosque y los cazadores, aludidos por los cornos que imitan a los cuernos de caza. Al año siguiente estrenó Abu Hassan, tributaria de Die Entführung aus dem Serail y representada con éxito en las cortes de Munich, Stuttgart y Württenberg.
Su próxima ópera, Der Freischütz, llegaría en 1821; sobre ella nos explayaremos más adelante. Mientras tanto fue director en Praga (1813-1826) y Dresde (1817-1826), y se compenetró cada vez más con el espíritu romántico. Frecuentó a Ludwig Tieck, E. T. A. Hoffmann (de quien se distanció a raíz de una crítica negativa a Der Freischütz), Clemens Brentano y Achim von Arnim. Para conocer su pensamiento con respecto al teatro cantado, es apropiado citar un fragmento de Tonkünstlersleben:
“En ninguna variedad de trabajo artístico es la fragmentación de las partes tan difícil de evitar como en la ópera (...). Por ópera yo entiendo la ópera que los alemanes desean, una obra de arte en sí misma, en la cual las contribuciones parciales de las artes que contribuyen a crearla se unen, desaparecen, y, al desaparecer, construyen de alguna manera un universo nuevo.
“(...) Uno debe detenerse primeramente a admirar la obra en su conjunto; a continuación, en un análisis más detenido, ya puede uno disfrutar de la belleza individual por separado.”
La idea de la unidad no era algo novedoso, pues en el siglo anterior fue planteada por Gluck en su reforma del arte lírico. Pero a diferencia de éste, que pensaba en una música subordinada a las palabras, Weber iba tras un sincretismo de las artes.
A Der Freischütz siguieron Euryanthe (1823), con un débil libreto de Helmine von Chezy, pero con grandes ideas musicales a las que Wagner no les fue indiferente, y Oberon (1826). Esta última nació por un encargo londinense, con texto original en inglés de J. R. Planché. El encargo también incluía dirigir Der Freischütz y la música incidental para Preciosa, drama de Pius Alexander Wolff. Pese a su aceptación, a Weber no lo convencieron las exigencias del gusto británico, que pedía que pasajes fundamentales transcurriesen sin música y personajes protagónicos hablasen en lugar de cantar. Por esta razón, se dice que Oberon es una creación marginal dentro de la obra del músico.
Con su salud en pésimo estado a causa de la tuberculosis y extenuado por el ritmo de trabajo, Carl Maria von Weber falleció en Londres a poco tiempo del estreno de su última ópera, en 1826. Una comedia inconclusa, Die drei Pintos (Los tres Pintos), fue terminada por Gustav Mahler en 1887.
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