Comentario
Por Claudio Ratier
Roméo et Juliette
El libreto de
Roméo et Juliette fue obra de Jules Barbier y Michel Carré, autores de los textos de 8 óperas del compositor, desde
Le médecin hasta
Polyeucte, pasando por
Faust. Lo que sucedió con el texto de esta última se repitió con el de
Roméo et Juliette, donde los poetas tomaron ciertos rasgos de la pieza de Shakespeare, que resultó simplificada con el objeto de elaborar una historia de amor conforme al gusto romántico francés de la época. Causó molestias a los defensores del original, de la misma manera en que los estudiosos y seguidores de Goethe se molestaron con el texto de
Faust, donde la filosófica y compleja trama fue reducida a una historia de amor interferida por fuerzas sobrenaturales; en el caso de
Roméo et Juliette, la riqueza de la pieza shakespeareana fue limitada a la historia de un amor puro signado por la muerte. Pensemos que el triunfo de ambas óperas y su perdurabilidad en los repertorios internacionales desde siempre, prueba el conocimiento que los autores tuvieron de ese público que les otorgó una devoción incondicional; a veces, pareciera que el gusto de las audiencias conserva un común denominador que no se altera a pesar del paso de los tiempos: algunas historias infalibles, narradas con el más exquisito y lírico romanticismo, siguen siendo irresistibles en todas partes.
Con la ópera de Gounod y sus colaboradores no era la primera vez que el tema de los amantes de Verona llegaba la música francesa: Hector Berlioz ya había compuesto en 1839 su sinfonía dramática del mismo nombre, con texto de Émile Deschamps (la idea le surgió luego de ver una representación de la pieza original en el Théâtre Odéon, a cargo de una compañía británica en la que actuó Harriet Smithson, inspiradora a su vez de la
Sinfonía Fantástica). Mencionemos que desde la cúspide del espíritu romántico alcanzada por Berlioz, ningún compositor francés había obtenido el éxito que conoció Gounod al ofrecer su
Faust. Por esta razón se lo considera el iniciador de la etapa de rehabilitación de la ópera de su país, que desde los logros del mencionado compositor y la muerte de Meyerbeer, hasta su triunfo solo dio algunos signos vitales gracias a Ambrose Thomas y Louis David (así lo señaló Juan Andrés Sala en el comentario del programa de mano de la producción de
Roméo et Juliette ofrecida por el Teatro Colón, 1981 y 1982).
Roméo et Juliette llegó cuando el Romanticismo en Francia ya había cumplido una considerable parte de su camino. A pesar de esto, tanto por su temática como por el tratamiento musical, se cuenta entre los mejores ejemplos de ese movimiento en el campo del teatro cantado. El desarrollo de la línea melódica característica del compositor, brinda aquí nuevas e irresistibles muestras de un sentimentalismo capaz de cautivar las emociones del oyente. En cuanto a la compleja orquestación, que con su paleta abarca desde lo más luminoso hasta lo más angustiante y sombrío, deja al descubierto el espíritu ensoñador, desesperado y trágico de la historia de amor más célebre de la cultura occidental. Después de
Faust, Roméo et Juliette representó el triunfo artístico más grande de Gounod.