Comentario
Por Claudio Ratier
Rumbo a Praga – El estreno
Gracias a la generosa intermediación de su amigo Joseph Haydn, a Mozart se le abrieron las puertas de Praga. Allí ofreció con éxito resonante
Le nozze di Figaro (1° de junio de 1787) y la consecuencia fue el encargo de una nueva ópera, que debía estrenarse en esa capital en octubre del mismo año. No se trata de otra que
Il dissoluto punito o sia il Don Giovanni.
Trabajar a alta velocidad era otra práctica común de la época, pero concebir “la ópera de las óperas” en tiempo record solo le estuvo reservado a Mozart. La composición se habría iniciado en el mes de marzo -antes del encargo- y fue retomada en Praga luego del 4 de octubre -día de la llegada del músico a esa ciudad-, con el estreno previsto para el 14 de ese mismo mes. La fecha original debió posponerse y en medio de una labor febril, el retraso favoreció las cosas. Pero el tiempo nunca es totalmente generoso cuando se está en proceso de creación y esto nos lleva a mencionar un asunto muy conocido, que es el escaso margen que el músico empleó para componer la
Obertura, o
Sinfonia, que precede a la acción.
Se acostumbra decir que Mozart la escribió la noche anterior al día del estreno, mientras Konstanze le servía ponche y le leía fábulas de Perrault. De la casa donde se alojaba, lo escrito fue directamente a las mesas de los copistas y de allí, cada parte a los atriles de los ejecutantes a poco de comenzar la función. Si la interpretación prácticamente sin ensayo de esta pieza tan compleja fue medianamente buena, habrá sido un milagro; pero en realidad no lo sabemos y hasta podemos ponerlo en duda (una crónica del estreno que se leerá más adelante, nos deja conjeturar que durante esa primera noche la ópera fue premiada con el favor de un público tan entusiasta, que si por los pocos ensayos existieron flaquezas, estas fueron disculpadas). Sobre los curiosos procesos mentales de Mozart se dice que solía tener las composiciones perfectamente concebidas dentro de su mente, y que lo único que necesitaba era hacerse del tiempo para volcar todo aquello al papel pentagramado. (¿Hay algo que aún no se haya dicho acerca de la genialidad de Mozart? ¿Algo que haya quedado afuera del tintero a la hora de intentar dilucidar los misterios del genio?).
Il dissoluto punito o sia il Don Giovanni,
melodramma giocoso en dos actos, se estrenó en el Ständetheater de Praga el 29 de octubre de 1787. Bajo la dirección del compositor actuaron Luigi Bassi (Don Giovanni), Teresa Saporiti (Donna Anna), Caterina Micelli (Donna Elvira), Antonio Bablioni (Don Ottavio), Caterina Bondini (Zerlina), Felice Ponziani (Leporello) y Giuseppe Lolli (Comendador y Masetto). Un diario praguense publicó la siguiente crónica: “El lunes 29 la sociedad italiana de ópera representó la tan esperada ópera del maestro Mozard –sic-
Don Giovanni o el convidado de piedra. Aficionados y músicos afirman que en Praga nunca se había representado nada igual. Dirigió el mismo señor Mozard quien, al ponerse al frente de la orquesta, fue recibido con triples muestras de júbilo, lo cual se repitió al retirarse. La ópera es extraordinariamente difícil de ejecutar, a pesar de lo cual todos admiran la calidad de la representación de la misma tras un período tan corto de preparación.”
Lorenzo Da Ponte no pudo acudir al estreno, pero sí el Conde de Waldstein en compañía de su bibliotecario, el legendario Giacomo Casanova (algunos recordarán una secuencia del film de Ettore Scola
La nuit de Varennes, donde el polémico caballero y amante tararea algunos compases del aria del catálogo, de la que se declara inspirador). A lo expresado por el cronista anónimo, que hizo constar que nada parecido se había ofrecido en Praga, agreguemos que tampoco el mundo operístico apreció hasta ese momento algo similar.
No pasó demasiado tiempo para que por su temática,
Don Giovanni dividiese las opiniones. Algunos, como E. T. A. Hoffmann (1776-1822), expresaron su admiración y vieron en el protagonista un reflejo del espíritu romántico: el perseguidor de la quimera del amor que no puede alcanzar su ideal de perfección. Volcó sus intensas impresiones en un conocido relato:
Don Juan (editado en castellano en la antología
El hombre de la arena -13 historias nocturnas y siniestras. Valdemar Gótica, Madrid, 1998, traducción de Ana Isabel y Luis Fernando Moreno Claros). Otros, como Beethoven (1770-1827), en consonancia con una generalizada postura de su época la encontraron deplorable e inmoral. El filósofo danés Søren Kierkegaard (1813-1855) le dedicó un ensayo donde desde el vamos expresa su incondicionalidad: “¡Oh, Mozart inmortal, a ti te debo todo, a ti te debo el hecho de haber perdido la razón, te debo la ofuscación de mi alma, haberme estremecido en lo más íntimo de mi ser, a ti te debo el hecho de no haberme pasado la vida entera sin que nada pudiese conmoverme, a ti te doy las gracias de no tener que morir sin haber amado, aún cuando mi amor sea desgraciado!” En sus páginas plantea la idea de que la sensualidad como fuerza y sistema en sí mismo fue introducida por el cristianismo mediante su negación: durante el acto en el que se postuló el elemento contrario, esta fue postulada en el mundo. La figura de Don Juan (emplea el nombre en castellano, como era costumbre también en Alemania) es producto de una sociedad cristiana y medieval, y no se trata de un individuo sino de la representación de lo carnal, o de la animación de la carne por parte de su propio espíritu. Dicho de otra manera, es un poder de la naturaleza en el cual la sensualidad es concebida como principio. El autor desarrolla la idea de genialidad sensual en cuanto a fuerza, clima, impaciencia y pasión en todo su lirismo. Observa que esta no llega al punto de ser puesta en palabras, pues se agita en su inmediatez, y es el objeto absoluto de la música porque es esta el único medio capaz de mostrarla, de expresar lo erótico inmediato que radica en ella. Es gracias a Mozart que esa idea abstracta y su forma correspondiente (la música, también abstracta) se consuman en una unidad: Don Juan. Y con respecto a la tan juzgada inmoralidad de la ópera, asegura que es una tontería debida a aquellos que, incapaces de percibir una totalidad, se quedan en los detalles (
Los estadios eróticos inmediatos, en
O lo uno o lo otro. Editorial Trotta, Madrid, 2006, traducido del danés por Begonya Sáez Tajafuerce y Darío González).
Lo cierto es que en medio de las polémicas la música subyugó a las audiencias del mundo y nunca bajó de cartel. Los prejuicios cedieron con el paso de los años y para 1887, año del centenario de la ópera, se registraban 537 representaciones en Praga, 491 en Berlín y 472 en Viena.
Instalado en los Estados Unidos tras una vida novelesca y errabunda, Lorenzo Da Ponte se encargó del estreno de
Don Giovanni en ese país. Fue en el Park Theatre de New York el 23 de mayo de 1826, a cargo de la compañía de Manuel García, con su hija María en el papel de Zerlina; la posteridad bautizó a la cantante como “la Malibran”.