BUENOS AIRES LÍRICA - La experiencia de la opera
 
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Wolfgang Amadeus Mozart, por Doris Stock
Comentario

Por Claudio Ratier


La ópera que nos reúne se debe al esfuerzo de una de las asociaciones más célebres y fructíferas de la historia del género: Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) - Lorenzo Da Ponte (1749-1838). Salvo los frutos de su colaboración, poco y nada se conoce acerca de la relación que mantuvieron. Supuestamente existió entre ambos una barrera idiomática que habría limitado la comunicación: nadie asegura que Mozart dominase el italiano al extremo de hablarlo con fluidez, o que Da Ponte supiera alemán (en una Viena donde sus compatriotas manejaban la vida operística, es muy probable que la lengua materna le resultase suficiente). De haber sido así quizás se hayan comunicado en francés, posibilidad viable por la clase de ambientes que solían frecuentar. Tampoco hay pruebas de que entre ambos hubiese amistad y es conocido que en su vejez el poeta esquivaba hablar del compositor, ya glorificado mundialmente (contamos con este dato gracias al médico neoyorquino que atendió a Da Ponte en sus últimos años).

Como suele suceder con cierto tipo de libros, las Memorie del abate Lorenzo Da Ponte son un buen reflejo de la vida y costumbres de su tiempo (existe una edición en idioma castellano a cargo de Ediciones Siruela -Madrid, 1991-, traducida por Esther Benítez). También son un compendio de la autoalabanza y acerca de la relación con Mozart las palabras son muy escasas: “A no tardar mucho, varios compositores recurrieron a mí para sus libretos. Pero no había en Viena sino dos que mereciesen mi estima. Martini, el compositor entonces favorito de José II, y Volfango Mozart […], el cual, aunque dotado de talentos acaso superiores a los de ningún otro compositor del mundo pasado, presente o futuro, no había podido nunca, a causa de las intrigas de sus enemigos, ejercer su divino genio en Viena, y permanecía ignorado y oscuro […]. Nunca puedo recordar sin regocijo y complacencia que sólo a mi perseverancia y firmeza deben en gran parte Europa y el mundo entero las exquisitas composiciones vocales de este admirable genio. La injusticia, la envidia de los periodistas, de los gacetilleros y más aún de los biógrafos de Mozart, no les permitió otorgar tal gloria a un italiano.” Salvo alguna que otra línea, a lo largo de numerosas páginas no encontramos mucho más que estas palabras que nos ponen ante un sujeto que, con la excusa de hacer público su reconocimiento al genio de Mozart, se ensalza a sí mismo y se lamenta por no haber sido tratado por sus contemporáneos como a él le hubiese gustado. Aunque, a decir verdad, nadie puede quitarle la gloria de haber sido el autor de los textos de Le nozze di Figaro, Don Giovanni y Così fan tutte.
 

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