Comentario
Por Claudio Ratier
Don Giovanni
Para explayarnos sobre el tema disponemos de buenos datos, como la certeza de que tanto Mozart como Da Ponte pasaban a menudo por apremios económicos; si no hubiese sido por esos momentos de zozobra, el italiano no habría concebido la idea que dio lugar a la creación que nos ocupa.
Durante los siglos XVII y XVIII “reciclar”, “autoprestarse” o “tomar prestado lo ajeno” (lo que hoy decimos plagiar) eran prácticas habituales durante la gestación de una ópera. Esto último es parte de la historia de
Don Giovanni.
Un compositor de prestigio por aquel entonces, hoy olvidado y llamado Giuseppe Gazzaniga, en colaboración con su no menos prestigioso libretista, Giovanni Bertati, había estrenado en el Teatro Giustiniani di San Moisè de Venecia una ópera en un acto llamada
Don Giovanni Tenorio o sia il convitato di pietra (5 de febrero de 1787). No era la primera creación operística sobre el popular burlador, cuyo antecedente literario más antiguo se encuentra en el español Tirso de Molina, autor de
El burlador de Sevilla (ca. 1617). La primera ópera de la que se tiene noticia es
L’empio punito de Alessandro Melani (Roma, 1669) y el mito llegó al siglo XVIII con
La pravità castigata de Eustaquio Bambini (Brno, 1734). También hay noticia de
Il convitato di pietra o sia il dissoluto de Vincenzo Righini (Praga, 1776) y de Il convitato di pietra de Giuseppe Calegari (Venecia, 1777), entre otras creaciones que trataron el mismo asunto.
En parte porque el tema era muy conocido y atrayente, la ópera de Gazzaniga y Bertati contó con la cálida aprobación de un público que se divertía al ver sobre el escenario las andanzas del libertino que, a la larga, terminaría recibiendo el castigo del cielo. Y fue a raíz de ese triunfo que Da Ponte tuvo la ocurrencia de tomar el libreto de Bertati para reelaborarlo, ampliarlo y mejorarlo, con la intención de proponerle a Mozart la escritura de una nueva ópera sobre un tema tan popular, cuyo éxito seguro podía reportarles beneficios económicos (si se escucha la ópera de Gazzaniga y Bertati no solo se podrá comprobar lo dicho acerca de los pases de Da Ponte mediante su hábil pluma, sino que en la música de Mozart se perciben alusiones a su predecesora).
Si hacemos caso a sus
Memorie, podemos imaginar a Da Ponte motivado por la lectura de algún pasaje del
Inferno de Dante, en compañía de una botella de
toccai, tabaco sevillano y una joven de dieciséis años sentada sobre sus rodillas, como marco de inspiración para el momento en el cual decidió poner manos a la obra. En base a sus recuerdos también nos llega el dato de que por esos días trabajó en tres encargos simultáneos: por la mañana escribió para Martini, por la tarde para Salieri y por la noche para Mozart.
El poeta aseguró en su autobiografía que nuestro compositor dejó la elección del tema en sus manos. Le damos crédito y destacamos que Mozart, aún cuando pueda haber sido permisivo en ese aspecto, siempre se comportaba con un alto nivel de cuidado en lo que se refiere a la elaboración de los versos para sus óperas. Con la premisa de que “las palabras deben ser hijas obedientes de la música” sabía qué camino tomar para que los poetas le proporcionasen la materia necesaria para dar vida a sus creaciones. Con
Idomeneo, re di Creta (libreto de Varesco, Munich, 1781) dio por cumplida una etapa en el campo de la ópera seria en italiano. En Da Ponte encontró un poeta a la altura de sus expectativas, que le permitió explorar nuevos terrenos y lograr resultados fuera de lo habitual desde la primera experiencia,
Le nozze di Figaro (Viena, 1786), hasta
Così fan tutte (id., 1790); en ellas, logró hacer auténtico teatro musical en el sentido más moderno.