Comentario
Por Claudio Ratier
Orígenes de la ópera rusa
En el siglo XVII Rusia aún no estaba a la par de las novedades y adelantos que en todo orden se desarrollaban en Europa occidental. Fue durante el reinado de Pedro el Grande (1689-1725) que, con intenciones de salir del aislamiento, Rusia se encaminó hacia un proceso de apertura. Con ideas y una laboriosidad decisivas para el futuro de su patria, Pedro tomó del mundo occidental el modelo para una nueva organización política y militar, y allanó el camino para el desarrollo en otros campos. Es fácil deducir que fueron tiempos convulsionados, como lo es todo período de cambio, y recién durante el reinado de Catalina II (1762-1796) se dio un importante viraje en el mundo de la cultura. Se despertó un vivo interés por la Ilustración europea, y la francofilia, que en Europa desaparecía paulatinamente, en Rusia se arraigó con firmeza. Antes que el ruso, la lengua de la aristocracia fue el francés. La ópera, que en definitiva es nuestro objeto de interés, desempeñó un papel notable en la vida social, al punto que la misma Catalina II escribió libretos para algunas creaciones del género.
Antes del período de la famosa zarina, la ópera llegó a San Petersburgo y Moscú durante el decenio comprendido entre 1730 y 1740 de la mano de compañías italianas. Con el correr de las décadas, renombrados compositores peninsulares ocuparon cargos en la corte, entre ellos Baldassarre Galuppi, Tomaso Traetta, Giovanni Paisiello y Domenico Cimarosa. Al gusto musical por lo italiano de la clase poderosa se sumó el gusto por lo francés, y se sabe de la producción de unas cien óperas de autores rusos escritas a la manera de la
opéra-comique o del
Singspiel alemán, con la alternancia de partes habladas entre los números musicales. Con los modelos occidentales convivían melodías folclóricas autóctonas y la gran mayoría de estas creaciones, que no tuvieron la fuerza suficiente como para fundar un drama musical propio con perspectivas futuras, no llegó a nuestros días.
A inicios del siglo XIX, durante el reinado del zar Alejandro I (1801-1825) se atravesó por un período de apertura en lo concerniente a la educación y las libertades civiles, pero tras las consecuencias de las guerras napoleónicas esa política cambió de orientación. En medio de una atmósfera de censura y restricciones apareció una clase intelectual contestataria a la que no fue ajeno el escritor Alexander Pushkin (1799-1837), cuya
Oda a la libertad le valió el exilio. El sucesor de Alejandro, Nicolás I (1825-1855), reprimió cualquier idea que pudiese ser considerada revolucionaria o proveniente del extranjero. Que el nuevo monarca, en signo de admiración invitase a Pushkin a la corte luego de haberle permitido el regreso, no quita que haya perseguido, encarcelado o hecho ejecutar a muchos intelectuales que consideró subversivos.
En cuanto a la vida musical, a inicios del siglo XIX aficionados de origen noble solventaron orquestas y teatros, y una considerable parte de la actividad se desarrolló en ámbitos hogareños y amateurs. Del entusiasmo, sumado ese amateurismo y ostracismo, surgió la fuerte necesidad de pasar a otro estado de cosas y San Petersburgo se convirtió gradualmente en un centro musical de gran magnitud, al punto que devino una escala obligada para prestigiosos compositores e intérpretes europeos como John Field, Héctor Berlioz, Franz Liszt o Clara Schumann.
Retomamos la actividad operística y nos situamos en el primer cuarto del siglo XIX, momento en el que surge la necesidad de crear una ópera nacional sobre bases sólidas. Formado en Italia y en Alemania, Mijail Glinka (1804-1857) es el padre de la ópera rusa y a él se le debe la obra que se considera la piedra fundacional:
La vida por el zar (1836). El argumento ya había sido utilizado por un compositor italiano residente en Rusia, Catterino Cavos (1776-1840), en
Ivan Susanin (1815). Glinka conocía profundamente el folclore de su país y logró que los rasgos nacionalistas, representados por las melodías de inspiración popular, se impusieran sobre sus inevitables influencias occidentales. Luego de
La vida por el zar nombramos otra ópera debida a su talento,
Ruslán y Ludmila (1842), con libreto basado en un texto de Pushkin.