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El resultado de un encuentro

Tras las experiencias mencionadas líneas arriba, y con el sinsabor de la fallida L'oca del Cairo , Mozart buscaba horizontes diferentes para la ópera italiana. Siempre decía que "las palabras deben ser hijas obedientes de la música" y su instinto teatral era infalible. Lejos de la sumisión y de musicalizar porque sí el texto que le cayera sobre las manos, como era la usanza, tomaba parte activa en la elaboración de los libretos, y aquí hay que hablar del encuentro con un personaje singular llamado Lorenzo Da Ponte (1749-1838).

Nacido como Emanuele Conegliano en la ciudad véneta de Ceneda, Da Ponte tomó el nombre de su padrino, el obispo de esta localidad, cuando su padre decidió que la familia cambiase el judaísmo por el catolicismo: viudo y con hijos, optó por la conversión para casarse con una joven cristiana. Con gran vocación por las letras, Da Ponte se educó en seminarios y debió transformarse en abate, lo cual distaba enormemente, como él mismo escribió en sus memorias, de sus inclinaciones e inquietudes. Fue erudito, dominaba las lenguas clásicas y era un gran conocedor de la literatura de la antigüedad y de la poesía de Dante, tuvo amistad con Giacomo Casanova y tanto los escándalos de su vida privada como sus escritos motivaron que huyese de Venecia para recalar en Viena. Sirvió como poeta de la corte pero jamás pudo obtener el cargo de Poeta Cesáreo, puesto vacante tras la muerte de Pietro Metastasio, y escribió para afamados compositores como Salieri y Martini (pseudónimo del valenciano Martín y Soler).
Su vida tuvo muchísimos altibajos. Al morir José II y subir al trono su hermano Leopoldo, fue despedido. Endeudado, llegó a Londres, de donde tuvo que huir con su familia (siempre perseguido por acreedores) para encontrar su destino final en los Estados Unidos, en la ciudad de Nueva York. Allí introdujo el género operístico y fue el primero en enseñar el idioma italiano. Por su iniciativa, en noviembre de 1825, El barbero de Sevilla de Rossini fue la primera ópera representada en América del Norte, por la compañía de Manuel García en el Park Theatre neoyorquino (algunos meses antes, el género había llegado a Buenos Aires, también con la ópera rossiniana y en versión de la compañía de Pablo Rosquellas).
Lorenzo Da Ponte fue muy longevo y falleció a los 89 años. Recientemente, al cumplirse el bicentenario de su arribo al nuevo mundo en abril de 1805, Nueva York lo homenajeó como el primero en enseñar la lengua italiana en los Estados Unidos. Con un libro de memorias estructurado en cuatro tomos quiso trascender por sí mismo, pero la historia lo recuerda como "el libretista de Mozart". Tras la muerte, la fama del compositor creció cada vez más, y, según testimonios de su médico personal, Da Ponte se mostraba molesto y evasivo cuando se abordaba el tema Mozart. En sus memorias reconoció al compositor como el más grande de todos, pero no le dedicó el espacio que muchos hubiésemos deseado.
Mozart y Da Ponte se conocieron en lo del Barón von Wetzlar y sobre su relación se sabe poco. Según se dice, el primero poseía conocimientos muy rudimentarios del idioma italiano y el segundo no sabía alemán. A este posible problema de comunicación sumemos que el compositor tenía una justificada desconfianza hacia los italianos, especialistas en intrigas que acostumbraban a moverse en la sociedad vienesa como un círculo cerrado.
La idea de escribir una ópera sobre la obra teatral Le mariage de Figaro ou la folle journée de Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais, partió de Mozart, quien se mostró entusiasmado al conocer su predecesora, El barbero de Sevilla , puesta en música por Giovanni Paisiello (San Petersburgo, 1782). La idea de Mozart, original y arriesgada, no respondía a ninguna clase de encargo. Da Ponte, capaz de proporcionarle el texto deseado, se entusiasmó con el proyecto pero existía un importante escollo que vencer. En la pieza de Beaumarchais se manifiesta explícitamente el enfrentamiento de la ascendente burguesía con la debilitada aristocracia. Sorprende que en la Francia prerrevolucionaria, mientras se afilaba la hoja de la guillotina, la obra estuviese permitida. En cambio, José II prohibió que fuese representada en Viena. Era necesario convencerlo y en esta tarea fue fundamental la persuasividad de Da Ponte, quien no en vano era especialista en retórica. Los autores le prometieron al emperador que la futura ópera estaría libre de todo elemento político (por momentos es inevitable que éste se filtre) y, una vez obtenido el permiso, ambos se pusieron a trabajar y Le nozze di Figaro estuvo terminada en seis semanas.
Estructurada en cuatro actos, lleva el rótulo de "ópera cómica", pero ¿realmente obedece a esta categorización? A lo largo de la trama hay comicidad pero también seriedad, melancolía, variedad de estados de ánimo y tensiones de todo tipo. No es un drama porque no hay ni grandes personajes, en el sentido convencional, ni muertes, ni dioses que desciendan para arreglar los problemas que los hombres no pueden resolver. A pesar de la existencia de caracteres y situaciones cómicas, tampoco es una ópera buffa . Le nozze di Figaro transgredió las reglas de los géneros.
Posteriormente, también en colaboración con Da Ponte, nacerían Don Giovanni (Praga, 1787) y Così fan tutte (Viena, 1790).

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Por Claudio Ratier 

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Lorenzo Da Ponte.

 

Pierre-Augustin Caron de Beaumarchais.