Mozart y la ópera
Tras una "discusión" con su patrón, el príncipe-arzobispo de Salzburgo, Mozart dejó su ciudad natal con el recuerdo de la famosa patada en el trasero y adoptó a Viena como su nueva patria. La ópera estaba de moda desde hacía mucho, era el género de mayor repercusión en Europa, y en el ámbito germánico, al igual que en otros lugares, predominaba el gusto italiano; en Viena los dueños de la ópera eran los italianos, con Antonio Salieri entre las cabezas principales.
Éste último, hábil para las relaciones y la intriga, ocupaba un puesto de privilegio y fue uno de los operistas más prestigiosos de su época. Lejos de pretender hacer una apología, no hay que dudar que era un hombre que dominaba a la perfección el oficio, conocía lo que era el teatro cantado y también poseía la fórmula para obtener éxito y dinero: acaso sabía mejor que nadie lo que la masa del público esperaba de un espectáculo lírico. Su música, hábilmente escrita, está en las antípodas de la de Mozart, carece de una inspiración que nos despierte interés, que nos transporte a otros mundos, y obedece con suma habilidad a los requerimientos de la moda de su época. Existieron muchos salieris y su música, una vez desaparecidos, pasó a ser prescindible, pero le tocó a aquél convertirse en la contrafigura del genio de Salzburgo. Se cuenta que en la vejez, mentalmente enajenado, Salieri sufría un gran cargo de conciencia por sus intrigas contra nuestro compositor, rasgo que inspiró a Pushkin su pieza teatral Mozart y Salieri (sobre ésta existe una ópera de Rimsky Korsakov) y a Peter Shaffer Amadeus , obra en la que se basa el film de Milos Forman aludido líneas arriba. Pero la realidad, y no es exagerado decirlo, es que el género operístico de fines del siglo XVIII le debe su originalidad, genio y supervivencia a Mozart, aunque éste haya debido soportar las intrigas de músicos muy inferiores.
Acorde a las convenciones, Mozart realizó sus primeras experiencias para el teatro cantado según el molde italiano con Mitridate, re di Ponto (Milán, 1770), Ascanio in Alba (id., 1771) y Lucio Silla (id., 1772). Están precedidas por la ópera buffa La finta semplice (Salzburgo, 1769), a la que años más tarde seguirán en este género La finta giardiniera (Munich, 1775) y L'oca del Cairo (inconclusa, 1783). Ópera italiana era sinónimo de grandes dramas inspirados en la antigüedad clásica, o de comedias al estilo napolitano, con sus caracteres modelados según las reglas de la commedia dell'arte.
Dentro del dramma Mozart sellaría una etapa con Idomeneo, re di Creta (Munich, 1781), y no sólo en el campo musical: su éxito lo animó a abandonar Salzburgo y buscar su independencia en Viena.
Pero ¿qué sucedía con la ópera en alemán? Para la aristocracia, sector de la sociedad que era gran consumidor de teatro cantado, fue sinónimo de vulgaridad. Estructurada en números musicales cerrados con la alternancia de partes habladas, se la conocía como Singspiel y Mozart realizó una gran experiencia con la extraordinaria El rapto en el serrallo (Viena, 1782). El benévolo José II autorizó la creación de una compañía de ópera alemana, que finalmente no prosperó gracias a las intrigas de los italianos, pero en el último año de su vida Mozart le dio al Singspiel una de las creaciones más sublimes debidas a su genio, La flauta mágica (Viena, 1791), compuesta simultáneamente con su predecesora, La clemenza di Tito (Praga, id.). En esta última, Mozart regresa a la antigüedad clásica de la mano de la reelaboración de un viejo libreto de Metastasio; lejos del estatismo de Idomeneo , La clemenza es una ópera plena de dinámica teatral con momentos musicales que están entre los mejores compuestos por el músico para el género.
Pero antes de llegar a este punto culminante sucedieron muchas cosas en pocos años. La imposibilidad de desarrollar en Viena una ópera alemana no fue motivo para que Mozart fuese enemigo de la ópera italiana: la engrandeció. Resulta curioso que los más grandes compositores de óperas italianas del siglo XVIII hayan sido Händel, un sajón, y, más tarde, un salzburgués.
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Por Claudio Ratier
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Mozart al piano en un retrato inconcluso de Joseph Lange (1789)
Antonio Salieri.
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