Comentario
Por Claudio Ratier
Estreno de Lucrezia Borgia y consideraciones
Lucrezia Borgia se estrenó el 26 de diciembre de 1833 en el Teatro Alla Scala de Milán, con un reparto encabezado por Henriette Méric-Lalande (Donna Lucrezia), Francesco Pedrazzi (Gennaro), Luciano Mariani (Alfonso D’Este) y Marietta Brambilla (Maffio Orsini), ante un público que reaccionó fríamente. Es que en su fructífera búsqueda de la verdad dramática Donizetti se adelantó al gusto de la época, tanto del público como de los intérpretes. Es importante recordar la conocida reacción de la Méric-Lalande, cuando lejos de comprender las intenciones del compositor se molestó y cuestionó ciertos aspectos que juzgó poco atractivos para una
primadonna, como presentarse en escena con el rostro enmascarado y cantar un aria en un solo movimiento, sin la acostumbrada
cabaletta. Es que temía que los aspectos no convencionales fuesen la causa de que el público no la reconociera como la gran protagonista de la noche. Acaso sin tener idea del poder dramático de su personaje, también pretendió una pieza final que le permitiese un gran despliegue de sus habilidades vocales: se trata de la cabaletta
Era desso il figlio mio.
Para continuar con la mención de elementos atípicos, que Donizetti incorporó a los efectos de construir y mantener un clima dramático, está la importancia inusual otorgada a los personajes secundarios: notablemente definidos en lo vocal y en lo teatral, los compañeros de Gennaro preanuncian a los
cortiggiani de
Rigoletto que llegarán casi 20 años después.
Lucrezia Borgia llegó a París en 1840 y se estrenó en el Théâtre Italien. Victor Hugo, que jamás dio su permiso a los autores para emplear su texto dramático, se opuso fervientemente a que el
melodramma mantuviera su título original (por problemas con la censura Romani debió efectuar modificaciones con respecto a la fuente, lo que motivó el disgusto del literato). Acciones legales mediante el texto de la ópera debió ser retocado, los personajes pasaron a ser turcos en lugar de aristócratas italianos del Renacimiento, y el título fue cambiado por
La rinnegata. Y cada tanto,
Lucrezia Borgia se transformó en
Alfonso, duca di Ferrara, Eustorgia da Romano, Giovanna I di Napoli, Elisa da Fosco, Nizza di Granata y Dalinda. La arbitrariedad de algunos cambios puede sorprender al espectador de hoy, pero cabe aclarar que en el siglo XIX eran bastante frecuentes. En realidad no se debían más que a la intervención de la censura italiana, en este caso disgustada por la aparición de una aristócrata de la vida real en el centro de una trama macabra.
Lo cierto es que tras su estreno
Lucrezia Borgia comenzó a imponerse paulatinamente y hacia fines de la década del 30 del siglo XIX, ya era parte del repertorio de los grandes teatros. El interés cayó al iniciarse el siglo XX y las producciones se espaciaron, hasta que fue ofrecida en 1933 en el Maggio Musicale Fiorentino. Si bien a partir de ese momento se reinstaló en el repertorio internacional, no es poca la contribución que hicieron artistas como Montserrat Caballé, Leyla Gencer o Joan Sutherland para extender el bien merecido prestigio de la obra en la segunda mitad de la pasada centuria.