la
más famosa de todas las óperas cómicas
El
barbero de Sevilla (Il barbiere di Siviglia) de Rossini se
estrenó en el Teatro Argentino de Roma el 20 de febrero de 1816, y
se conoció originalmente como Almaviva, o la inútil precaución
(Almaviva, ossia l'inutile precauzione). Fue un fracaso, pero no
tardó en recibir justicia y conocer un éxito arrollador, que motivó
que jamás bajara del repertorio lírico universal. Siempre se
recuerda que Beethoven le dijo a Rossini "no deje de componer
muchos 'Barberos' ".
¿Cómo
es posible que una obra que se considera un modelo en su género,
haya despertado el rechazo inicial? Recordemos que existía de
antemano un Barbero de Paisiello que gozaba de gran
popularidad. Consciente del recelo y animosidad de los seguidores de
aquel compositor, que en Roma no eran pocos, Rossini tomó la
"inútil precaución" de cambiar el título, pero no fue
suficiente. Su ópera fracasó, el auditorio se mostró sumamente
contrariado, pero por fortuna ese fracaso fue pasajero. Conozcamos
algo sobre el origen y sinteticemos algunos de los rasgos que
caracterizan a la más popular de las creaciones del músico.
Ante
la imposibilidad de contar con la colaboración de un libretista
llamado Jacopo Ferreti, Rossini le encargó la escritura del texto a
Cesare Sterbini. Se basaba en una pieza teatral homónima de Pierre
Augustin Caron, quien añadió a su apellido el de Beaumarchais
(1732-1799). Luego de esta comedia el autor francés escribió Las
bodas de Figaro (1786), que, como todos sabemos, fue puesta en música
por Wolfgang A. Mozart, con texto de Lorenzo Da Ponte. Las intrigas,
las burlas y la actitud desafiante de ese criado que simbolizaba el
avance de la burguesía en medio de la atmósfera revolucionaria,
tuvieron un gran eco en el público. Pese a la mala acogida que la
ópera debió soportar, la elección del tema fue un acierto, y
Rossini, en un lapso más que sorprendente, concluyó la partitura
en once días. Si se tiene en cuenta la extensión y equilibrio que
caracterizan a la ópera, el hecho representa un auténtico record.
Heredero
de las tradiciones napolitanas, El barbero de Sevilla refleja
en sus ágiles y admirables personajes el espíritu de la Commedia
dell'arte (rasgo sobre el cual Peter Macfarlane, autor de esta
puesta en escena para Buenos Aires Lírica, ha basado su concepción).
No es difícil reconocer en Rosina una Colombina, un Arlecchino en
el Conde o un Pantalone en Don Bartolo. El empleo del arte de la
coloratura indica el punto culminante de aquella escuela barroca
napolitana conocida como belcanto. Los números cerrados se
intercalan entre los dinámicos recitativi secchi que cargan
con toda la intriga, y a lo largo de los dos actos se suceden arias
y conjuntos que son ejemplares dentro de su tipo. La cavatina y la
canción del Conde, Ecco ridente in cielo... y Se il mio nome
saper voi bramate..., con sus mezze voci y ornamentación, ponen
de relieve las características de ese tipo de tenore contraltino
de la época, que tuvo en Manuel García (padre de Maria Malibran,
Pauline Viardot y un hijo del mismo nombre) un referente inamovible.
La cavatina de Figaro, Largo al factotum della città!, es
universalmente familiar a todos los oídos e infaltable dentro del
repertorio de la cuerda de barítono. All'idea di quel metallo...,
el dúo ente Figaro y Almaviva, es otro ejemplo de elegancia y
artificio vocal de difícil resolución. Rosina fue creada
originalmente para contralto, y con posterioridad se hicieron
adaptaciones para soprano ligera. Su maravillosa cavatina Una
voce poco fa... es otro clásico del repertorio que permite un
amplio despliegue, tanto vocal como histriónico. El hierático Don
Basilio es un personaje cómico que suele ser encarnado por bajos
serios, y su aria La calunnia è un venticello... produce un
gran efecto y ofrece tantas posibilidades a su intérprete, que a
menudo, sobre todo en el pasado, fue víctima de las exageraciones más
desconcertantes. El dúo Dunque io son... (Rosina, Figaro) es
otro de esos momentos vocales que el tiempo convirtió en uno de los
favoritos del público. Si debiéramos elegir una aria que predomine
por encima de todas las que han sido escritas para basso buffo (bajo
cómico), no dudaremos en señalar A un dottor della mia sorte...,
compuesta para Bartolo, con toda su rimbombancia, ornamentos y
palabras que deben ser articuladas a toda velocidad. El final del
acto primero, al que pertenecen todos estos ejemplos, exhibe un
desopilante conjunto dominado por el infaltable manejo del crescendo,
una de las marcas distintivas del compositor. En el segundo acto,
las escenas de la lección de música (Rosina, Almaviva, Bartolo) y
de la afeitada (Rosina, Almaviva, Figaro, Bartolo, Basilio), ofrecen
amplias posibilidades desde el aspecto teatral y conforman una
sucesión de momentos de vital resolución para el desarrollo de la
comedia. Para muchos de los números existen variantes y
alternativas forjadas por las tradiciones. Si tomamos un ejemplar de
la partitura, en edición de Ricordi, nos encontraremos con un vasto
apéndice compilado por Alberto Zedda (curador de la edición crítica
de El barbero de Sevilla, 1969), en el que se ofrece esta plétora
de opciones.
La
orquesta, de instrumentación clásica, posee toda la sutileza y
transparencia tímbrica que empleaba el compositor. Cumple con la
tarea de acompañar la acción y la famosa obertura que precede los
hechos, nos predispone para la hilaridad. Recurrente ejemplo de lo
indeterminado en música, muchos podrán sentirse sorprendidos al
enterarse de que esta misma obertura fue utilizada por Rossini para
un drama previo, obviamente en las antípodas de la risa: Elisabetta,
regina d'Inghilterra (1815).
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