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L'ITALIANA IN ALGERI

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+ introducción   + estreno, repercusión, olvido y exhumación   + buenos ayres   + algunas consideraciones 

"Buenos Ayres", Rossini y su precursor 

Si hablamos de una exhumación local, no hay que pasar por alto la génesis de una antigua relación entre el público de Buenos Aires y Rossini.

En lo que hoy se denomina “teatro de prosa”, nuestra ciudad mantenía un incipiente movimiento desde los tiempos virreinales. A raíz de un incendio que en 1792 destruyó el Teatro de la Ranchería, en 1804 se levantó el Coliseo en la esquina que hoy forman las calles Reconquista y Presidente Perón, frente a la Iglesia de la Merced. Hasta 1812 se lo denominó Casa Provisional de Comedias o Coliseo Provisional. Los fallidos intentos por crear el hábito de representar óperas completas fueron muchos, hasta que el 27 de septiembre de 1825 se ofreció Il barbiere di Siviglia, a cargo de la compañía del multifacético Mariano Pablo Rosquellas, violinista, cantante, actor y empresario de ascendencia catalana, nacido en Madrid en 1790 (fue violinista de Fernando VII, quien en reconocimiento por su tarea le obsequió un Stradivarius). La compañía estaba formada por los cantantes Angelita, María y Marcelo Tani, María Cándida y Michele Vaccani, Isabel y Gaetano Ricciolini, Juan Antonio Viera y el mismo Rosquellas, además de una orquesta de veintiocho instrumentistas bajo la dirección de Santiago Massoni. Llegó la segunda temporada y la próxima ópera completa fue La Cenerentola, seguida por l’inganno felice y l’Italiana in Algeri, todas ofrecidas en 1826. El reparto de la ópera que nos ocupa, estrenada el 22 de mayo (mismo día del estreno mundial), fue el siguiente: Gaetano Ricciolini (Mustafà), Angelita Tani (Elvira), María Tani (Zulma), Marcelo Tani (Haly), Mariano Pablo Rosquellas (Lindoro), Isabel Ricciolini (Isabella) y Michele Vaccani (Taddeo). Obtuvo un importante éxito que se refleja (hay que aguzar la imaginación) en el escueto comentario de un cronista anónimo, aparecido en la edición nª 150 de La Gaceta Mercantil, con motivo de la tercera representación ofrecida el 9 de julio “a beneficio de Angelita Tani”: “La italiana en Argel: los artistas se esmeraron en hacerlo bien y no tenemos más que decir”… Apabullante ejemplo de síntesis periodística, consta como el primer comentario publicado en nuestras tierras acerca de la ópera.

Esta incipiente actividad lírica era el orgullo de un antiguo Buenos Aires que mucho le debió a Rosquellas, gran responsable de la predilección de los porteños por la obra rossiniana. También formaban parte del repertorio de la compañía Don Giovanni, de Mozart, y creaciones hoy olvidadas como Romeo e Giulietta, de Zingarelli, y La maison a vendre, de Dalayrac. La última ópera completa representada en aquella primera etapa fue Alexis, de Dalayrac, como fruto de la productiva unión de Rosquellas con una compañía francesa. Fue el 1° de septiembre de 1831, pero la convulsión política provocó un largo paréntesis en la actividad. Sólo se ofrecían recitales con arias y algunos conjuntos, hasta que en 1848, con el estreno de Lucia di Lammermoor, de Donizetti, en el Teatro de la Victoria, renació una actividad que jamás volvió a interrumpirse, pese a los altibajos y merma sufrida a lo largo del siglo XX.

El último aporte de Mariano Pablo Rosquellas a la vida musical porteña marcó un importante hito: el 14 de noviembre de 1832 organizó un festival de música sacra con fragmentos de La Creación, de Haydn, y Judas Macabeo, Sansón, El Mesías y el Te Deum de Dettingen, de Haendel (de seguro había conocido este repertorio durante una fructífera estada en Londres, antes de recalar en nuestro país). Rosquellas abandonó Buenos Aires en 1833 para trasladarse a Bolivia y tomar parte activa en la organización de la vida musical de la ciudad de Sucre, donde fundó una Sociedad Filarmónica y Dramática en 1835. Al adquirir una cámara de daguerrotipo en 1849, se convirtió en el pionero en suelo boliviano de un nuevo arte: la fotografía. Falleció en Sucre el 12 de julio de 1859.

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Caricatura de Rossini

El antiguo Coliseo, ubicado en la esquina

de las actuales Reconquista y Presidente

Perón, por Leonie Mathis