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LA CLEMENZA DI TITO comentarios |
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Mozart Es común volcar una admiración casi incondicional y no exenta de ingenuidad hacia lo cuantitativo y lo voluminoso, cosas que son variaciones de un mismo tema. Nos fascinamos con eso que, abarcativamente, suele designarse como “lo mega”. Se puede experimentar admiración al pensar en la longitud de una muralla, en la grandeza espacial de una pintura al fresco, en la altura de una torre o en la cantidad de números que registra el catálogo de obras de un compositor. Dicho sentimiento, con su intrínseca cuota de candor, hace que muchos queden boquiabiertos ante el “producto Mozart” que forjó nuestra sociedad. Bajo estas condiciones ¿qué provoca admiración en Mozart? Fue un niño prodigio, su memoria también era prodigiosa, a lo largo de su corta vida escribió, a menudo con una velocidad sorprendente, algo más de 600 obras y su música, aún cuando toma un color escabroso, no se aparta de ese sentido de la belleza que nuestra cultura configuró a lo largo de muchos decenios. Estas peculiaridades pueden tener un aspecto fenoménico más que irresistible para los amigos de los “records”, pero, en sí, no garantizan que ese conjunto que hace a la obra de un artista sea imperecedero. Lejos del halo mágico que a lo largo del siglo XIX le otorgaría el romanticismo, devoto de la musa de la inspiración, ser compositor durante los siglos XVII y XVIII representaba dominar un oficio, trabajar al servicio de algún poderoso de turno y tener que producir para diferentes circunstancias. El compositor vestía librea y, aunque con una especial jerarquía, era considerado como parte del personal de servicio (siempre se recuerda que Haydn, en el palacio de su patrón, se sentaba a comer con la servidumbre). Componer ópera ocupaba un lugar medular a la hora de satisfacer los hábitos sociales de los patrones, pero también era necesario dominar los otros géneros y escribir cientos de piezas, hasta el punto de tener que recurrir a la utilización de lo concebido previamente; en cuanto a esto último, nadie se molestaba. La música tenía un aspecto acentuadamente pragmático y Mozart vivió el tramo final de esta larga etapa. Aunque su independencia fue relativa, la historia lo recuerda como el primer compositor que, al abandonar Salzburgo por Viena, rompió de por vida los lazos con su señor. Su música, que siempre agrada, resulta fácil de reconocer (más de uno habrá escuchado el dicho benévolamente irónico, que dice “Mozart escribió una sola obra”). Lleva la herencia de eso que surgió al finalizar el barroco, conocido como “estilo galante” y cuya premisa fue agradar al oyente. Y aquí es hora de buscar una respuesta al interrogante acerca de por qué, más allá de las consideraciones superficiales y tópicos recurrentes, Mozart es único y su obra jamás perdió vigencia. No debe sorprendernos que haya sido un niño prodigio, aunque sí el hecho de haber sobrevivido a semejante presión. Tampoco deben anonadarnos su memoria (cualidad que no necesariamente va de la mano del talento), ni la cantidad de obras compuestas muchas veces a ritmo febril, cosa común por aquellos tiempos, ni que haya incursionado en todos los géneros vigentes. Sí nos causa admiración la calidad, que jamás desciende sino que se acrecienta, y la maestría con que abordó cada uno de esos géneros para dejar profundas enseñanzas en diversos campos. Tiene la impronta de aquel estilo galante pero su pensamiento divisa otros horizontes. No es casual que haya sido contemporáneo de ese movimiento literario que preanuncia el romanticismo y que se conoce como Sturm und Drang, pues la esencia de su música lleva una poderosa carga de nostalgia, pasión y sufrimiento, es capaz de producir heridas y presagia los tiempos venideros. Sin Mozart, el romanticismo alemán en música sería inconcebible. Hombre de teatro que las épocas colocaron sobre sus contemporáneos, en el último año de su vida tuvo la ocasión de volver sobre sus propios pasos para expresar cosas nuevas, o ideas pendientes. En el tramo final de ese año de 1791, tres de sus mayores creaciones brotaron de su genio de manera simultánea: La flauta mágica, el mítico Réquiem y la obra que nos ocupa, La clemenza di Tito. |
W.A.Mozart, retrato y firma. |