Comentario
Por Claudio Ratier
Mozart y El rapto en el serrallo
Los cambios profundos que vimos operarse en la vida de Mozart coincidieron con la época de gestación de
El rapto en el serrallo. Luego de haber agotado con
Idomeneo el modelo clásico de drama al estilo italiano, su próxima creación operística sería en alemán y alejada de los dos modelos convencionales, entiéndase la
opera seria y la
opera buffa.
El
Singspiel, muchas veces sinónimo de ópera alemana, por su hibridez era difícil de clasificar, si teatro u ópera. Originalmente predominó la parte hablada hasta que comenzó a ganar terreno la música, con temáticas que podían ser cómicas o serias. Con un derrotero evolutivo de importancia para el desplazamiento del modelo italiano, el género otorgó protagonismo a la lengua alemana y permitió la gestación de una música adaptable a ella; como vimos en el parágrafo anterior, el proceso reflejó la puesta en práctica de lo teórico. Si a decir de Mozart el
recitativo secco (partes declamadas de una manera intermedia entre el habla común y el canto, acompañadas con clave o
fortepiano, de las que un drama como
Idomeneo ofrece muchísimos ejemplos) no tenía nada que ver con lo alemán, el camino estaba en el
Singspiel. La ópera que tenía en mente tuvo origen en la asociación con un libretista llamado Gottlieb Stephanie, que fue capaz de responder a sus exigencias. Su talento literario no se compara al de un Lorenzo Da Ponte, pero proporcionó las palabras necesarias para dar el paso que Mozart se proponía.
El tema desarrollado por Stephanie no era original y se basaba en una pieza de Friedrich Bretzner llamada
Belmonte und Konstanze oder Die Entführung aus dem Serail (
Belmonte y Constanza o El rapto en el serrallo), estrenada en Berlín en 1781. Tampoco era fuera de lo común escribir “óperas turcas” y entre los nombres de unos cuantos que transitaron este subgénero, figuran los de Gluck y Haydn. En agosto de ese año Mozart componía su
Singspiel con entusiasmo y alegría, estado anímico influenciado por la sensación de libertad que le dio su llegada a Viena. Con su conocida confianza en sí mismo fue consciente de que la clave estaba en la unidad de concepción: “[…]
he hecho que (la Condesa Thun) oiga lo que está acabado. Me dijo que se compromete a responder por mí con su vida, que gustará lo que he escrito hasta ahora. En esto no me afectan ni los elogios ni las censuras de nadie, hasta que mucha gente no lo haya visto y oído todo en conjunto […]”. Así le escribió a su padre el 8 de agosto de 1781, quien posteriormente le hizo algunas objeciones sobre el libreto. De esta manera respondió el 13 de octubre: “[…] en una ópera las palabras tienen que ser absolutamente hijas obedientes de la música […]”. Inmediatamente agrega: “[…] ¿por qué agradan en todas partes las óperas cómicas italianas? ¡Con toda la miseria en lo que respecta al libreto! […]”.
La postura es clara y firme: Mozart supo qué camino tomar para crear algo diferente y genuino. Prosigue con la defensa de su colaborador ante los reparos paternos: “[…] las palabras están escritas solamente en función de la música y no para halagar constantemente con rimas a un desgraciado: éstas no aportan nada al valor de una representación teatral, sea cual sea, sino que más bien la perjudican: disponer palabras o estrofas enteras que echan a perder la idea del compositor […] Lo mejor es que coincidan un buen compositor que entiende al teatro, y que incluso esté en condiciones de aportar algo, y un poeta inteligente […]”.
El proceso de composición fue rápido, los enemigos de Mozart hicieron lo imposible para frustrar los planes y luego de algunas postergaciones
Die Entführung aus dem Serail (
El rapto en el Serrallo) se estrenó en el Burgtheater de Viena el 16 de julio de 1782. Los intérpretes principales fueron Caterina Cavalieri (Konstanze), Valentin Adamberger (Belmonte) y Johann Fischer (Osmin), con la dirección musical del autor. La obra tuvo un éxito rotundo, realzado por la hostilidad de algunas camarillas que con sus abucheos no hicieron más que enardecer el entusiasmo de la mayoría. Entre los grandes entusiastas de la nueva creación estuvo el Gluck, pero de José II, quien al fin y al cabo no sólo favoreció las cosas para crear un espacio dedicado a la ópera en alemán, sino que además dio la orden por escrito para que el
Rapto se estrenara de una vez por todas, se dice que algo contrariado pronunció unas palabras muy conocidas. Fueron usadas por Peter Shaffer en su pieza
Amadeus (1979), llevada al cine en 1984 por Milos Forman: “Todo esto es demasiado hermoso, pero para mi oído hay demasiadas notas…”. Y el desconcertado monarca recibió la siguiente respuesta del compositor: “Tantas notas como las que son necesarias, su majestad”. (Verdaderas o no, el primero que las citó fue Niemtschek en su biografía de Mozart escrita en 1798. Para Thomas Bauman la anécdota es apócrifa, por no contar con evidencia alguna que la respalde y por contradecir el deseo de Mozart, recién llegado a la capital imperial, de satisfacer a los vieneses – T. B.,
Die Entführung aus dem Serail, Cambridge Opera Handbooks, Cambridge University Press 1987).
El rapto en el serrallo no necesariamente representó una revolución ni una ruptura total con la ópera italiana. Sí marcó el inicio de un período de madurez en Mozart, saliente de una primera juventud que con
Idomeneo tuvo su final, y le posibilitó poner en práctica sus ideas acerca de la relación entre música y palabra con el adecuado tratamiento del idioma alemán. Sin este paso cuesta imaginarse creaciones futuras como
Le nozze di Figaro (1786),
Don Giovanni (1787) escritas en italiano pero opuestas a lo que se esperaba de la ópera en esa lengua; el modelo de perfección que es
Così fan tutte (1790) y desde ya uno de los más bellos legados que dejó a la humanidad, cuyo su estilo remite inmediatamente a la experiencia del
Rapto:
Die Zauberflöte (1791).
A poco tiempo del estreno del título que nos ocupa, el 4 de agosto de 1782 Mozart contrajo matrimonio con Constanze. Es curiosa la coincidencia del nombre de su esposa con el de la heroína de esta obra, de un espíritu tan positivo y exultante, que inequívocamente transmite el optimismo por el que pasaba su creador.