Comentario
Por Claudio Ratier
Decisiones personales
1781 comenzó con el estreno de
Idomeneo en Munich, ocurrido con gran éxito el 29 de enero. Porque la familia Mozart en pleno fue testigo presencial del triunfo de Wolfgang en la capital bávara, no hay testimonios epistolares que reflejen los sucesos de aquellos días. Pese a ello se conoce un dato revelador, que es la ausencia en el evento del Príncipe Arzobispo de Salzburgo: algo muy llamativo, si se piensa que tanto el compositor como el libretista Giambattista Varesco eran sus servidores. En realidad, la relación de Mozart con Colloredo pasaba por un momento de suma tensión que no tardaría en estallar. Si para el imperial gobernante el músico era un sirviente difícil de manejar que a cada rato pedía permiso para exhibir su talento fuera de Salzburgo, que no regresaba a la ciudad en los plazos acordados sino cuando le venía la gana, además de rehusarse a hacer de mandadero (!), para éste su señor era un obstáculo que le impedía desarrollar su arte y aspiraciones personales, sin pasar por alto que debía comer con la servidumbre, mientras que en otros ámbitos era tratado por la nobleza de igual a igual, además de percibir una remuneración bastante miserable (por esos días Colloredo le pagó 4 ducados por ejecutar tres nuevas piezas, pero de no haberse visto sujeto a esta obligación la Condesa Thun le habría dado 50 - Referido por Philip Downs en
La música clásica, p. 476, Akal Música, Madrid 1998).
Aunque su padre Leopold haya intentado persuadirlo de lo contrario, el deseo de Mozart de abandonar al Príncipe Arzobispo y a su Salzburgo natal era cada vez más fuerte. Lejos de la mediocre sensación de seguridad que podía darle continuar con aquella vida, su objetivo era Viena. Allí esperaba ser admirado por su talento, dar muchos conciertos, tener alumnos, contar con el favor del emperador José II y llevar una vida independiente, sin estar sujeto a un amo que le hiciera vestir librea. Y entre sueños, realidades y rabias, las cosas llegaban a su desenlace. Todo tocó su límite luego de un cambio de palabras entre el músico y su amo, que concluyó de esta manera: “¡Ahí está la puerta, no quiero saber más nada con un miserable como tú!” “¡Ni yo tampoco con usted!” “¡Entonces fuera de acá!” “¡Bien. Mañana tendrá mi renuncia por escrito!” Al día siguiente Mozart puso la carta de renuncia en manos del Conde Arco (chambelán de Su Excelencia) pero Colloredo lo pensó y respondió a través del intermediario, que su servidor no podía abandonar su puesto si no era con el consentimiento paterno, cosa que jamás tendría lugar. (Papá Leopold jamás aprobaría que su hijo abandonase la estabilidad de la corte, y menos aún osaría llevar la contra al autoritario soberano.)
A lo largo de un mes el Conde Arco trató infructuosamente de convencer a Mozart para que cambiase de parecer y no dimitiera. Cuando alguien es expulsado de un lugar en forma poco amable, suele decirse que “lo echaron de una patada en el trasero”, pero en el caso de Mozart la expresión debe tomarse al pie de la letra. En junio de 1781, durante una conversación en la cual el chambelán le dijo que él también debía soportar humillaciones por parte de su señor, nuestro músico le respondió: “Sin dudas usted tendrá razones para soportarlas, pero yo no tengo porqué”. La paciencia del Conde Arco llegó al límite y le propinó a Mozart la patada en el trasero más famosa de la historia. Acto seguido, el compositor tomó la revolucionaria decisión de mantenerse en su renuncia al cargo y abandonar Salzburgo.
Mozart contaba en aquel momento con 25 años y comprobamos que era un hombre que podía decidir por sí mismo, aunque sus elecciones turbasen a su progenitor. Mucho se habrá angustiado Leopold cuando su hijo renunció a un empleo seguro a cambio de una independencia que, nadie lo dude, traería aparejados momentos de zozobra. Pero las angustias paternas no se terminarían: a la ruptura con Colloredo y el traslado a Viena siguió otra decisión de índole muy personal y sentimental.
En 1778 Mozart se había enamorado de una joven cantante llamada Aloysia Weber. Al principio la dama le correspondió pero Leopold, como era de esperar, temió que por este romance que no aprobaba Wolfgang desatendiese su carrera; a decir verdad, todo llegó a su fin rápidamente. Aloysia pasó a ser favorita del Príncipe Elector y cuando el protector se cansó de ella, los éxitos quedaron en el pasado y decidió casarse con un pintor y actor llamado Joseph Lange (autor de uno de los pocos retratos de Mozart realizados en vida). Muerto papá Weber, ella, Herr Lange, su madre y sus hermanas abandonaron Munich y se establecieron en Viena, donde Frau Weber alojaba huéspedes en su casa. Entre ellos no podía faltar Mozart, que contra los deseos de su padre decidió casarse con la hermana menor de Aloysia, de nombre Constanze. Además de imponer su voluntad en el orden personal, su labor creativa y su independencia lo encaminaban hacia una etapa de fructífera y genial madurez.