Vidas infames
La de
Rigoletto es una historia de infamias que suceden en un ámbito donde los valores están invertidos; esa inversión es uno de los flagelos de la humanidad, un círculo vicioso y destructivo que nos hace involucionar y nos aleja de un hombre capaz de superar esa vileza que es parte de su condición (los milenios de vida que lleva nuestra especie nos hacen pensar que esto no es más que la añoranza de un estado óptimo que no está en ninguna parte). Es una historia de vidas destructoras, trágicas, que culmina con el triunfo de lo negativo: si algo bueno existe, no tiene lugar en el mundo.
El poder ultraja indiscriminadamente y con absoluta impunidad. Del gobernante para abajo, los victimarios pueden convertirse en víctimas. No es difícil ver en Rigoletto el alter ego del Duque, el reflejo de la deformidad moral en su forma más grotesca, acaso una suerte de retrato Dorian Gray plasmado en carne y hueso. Los cortesanos, acicateados por el bufón, se ríen de las víctimas de los abusos del poder y de un momento a otro pueden caer en la desgracia, pues al igual que los valores los roles se invierten. La maldición del conde Monterone, núcleo de la trama, cae sobre el Duque y sobre Rigoletto. Al primero no le importa, su incapacidad por sentir afecto lo hace invulnerable y todo se arregla con una orden de arresto, pero el segundo se obsesiona. A diferencia de los demás, el protagonista de la ópera es consciente de su infamia, hasta el punto de sentirse consustanciado con alguien acaso peor que él, un asesino, y quiere preservar de un mundo perverso, del que también es consciente, lo único bueno que tiene en la vida: su hija. ¿Esta conciencia lo hace digno de perdón, de compasión? Recordemos que él sufre la mordida de su propio veneno. Las lágrimas de Rigoletto pueden conmover si nos toman desprevenidos, pero el llanto del infame que se arrepiente mueve al desprecio, hasta que el desenlace de la serie de avatares que él promovió nos despierta nuevamente la compasión. ¿Debemos perdonar a Rigoletto por esa maldad de la que hizo su medio de vida? Qué pregunta difícil de contestar. Parafraseando a Luis Buñuel, digamos que este no es nuestro trabajo, más bien le corresponde a Dios.
La conclusión más tremenda de este drama de Verdi y Piave sobre la pieza de Victor Hugo, valiente retratista de la deformación moral de la humanidad, arroja que el bien es contaminado por el mal y se evade de la corrupción por medio del autosacrificio, porque en el mundo no encuentra lugar. Paradójicamente, en este medio sórdido y ominoso, quien habla de principios es Sparafucile, el asesino que está del otro lado de la ley y que asevera haber cumplido siempre con su palabra sin defraudar jamás a un cliente (la trama de la ópera es tan convulsa, que por último deberá faltar a su ética de delincuente). Los argumentos operísticos dejan atrás su proverbial inverosimilitud cuando encuentran empatía con la realidad, más allá de las épocas. Con su pesimismo trágico y sin salidas,
Rigoletto enciende una luz de alerta que nos hace reflexionar acerca de nuestra laberíntica, incierta y enviciada condición de seres humanos.
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Triboulet,
personaje inspirador de Rigoletto,
en un dibujo de Victor Hugo.
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