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"Compositores en su siglo"

Cualquier referencia al panorama musical en el alba del siglo XIX, y a las demás artes y el pensamiento durante esa época, va ligada a lo romántico 1 . El Romanticismo tuvo su raíz primordial en la Alta Edad Media, exactamente en una Francia meridional, herética y pirenaica, y fue en Alemania donde siglos más tarde se desató con una identidad y una fuerza incomparables. En este país la ópera del período romántico tuvo dos antecesores como Ludwig Spohr, autor de Faust (1813), y E. T. A. Hoffmann, autor de Undine (1816). Pero el que dio el paso decisivo fue Carl Maria von Weber, quien inauguró la ópera romántica alemana con Der Freischütz (1817-1820, ofrecida recientemente por nuestra asociación), y sentó las bases para el desarrollo de la dramaturgia musical de su país a lo largo de todo el siglo XIX. Liberarse de los italianismos y hallar un lenguaje propio fueron las razones principales, lo cual terminaría de concretarse y llegar a lo más alto de su expresión con Richard Wagner; sin la experiencia previa de Weber, su revolución en el campo del drama musical se nos hace imposible de concebir.

Paralelamente, ¿qué pasaba en París, metrópolis influyente desde donde se dictaminaban las tendencias del arte y la moda hacia gran parte del mundo occidental? Claro que a la música nos referimos, y el siglo del Romanticismo despuntó en esta capital de la mano de Gaspare Spontini, un compositor italiano "a la francesa" tributario de Gluck. Su estilo estaba caracterizado por la austeridad discursiva, y sin ser un romántico fue un neoclásico entre cuya producción se destaca La vestale (1807). Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la mirada de la historia del género lírico le tiene una consideración mayor que a sus contemporáneos galos. Paulatinamente y al avanzar el siglo, los compositores italianos de más éxito encontraron buena acogida en París y escribieron óperas para los teatros de esta ciudad, donde Gioachino Rossini estrenó en 1829 su Guillaume Tell . Tras esta creación se despidió de la vida teatral pero dejó una huella imborrable. Un berlinés de familia acaudalada, llegado de Italia con el nombre de Giacomo Meyerbeer (se llamaba Jakob Beer), construyó sobre el modelo del gran drama heroico rossiniano un tipo de ópera grandilocuente, dificultosa desde el punto de vista técnico, no necesariamente inspirada pero hábil dueña de las fórmulas del éxito. Se la conoció como grand opéra , y la famosa creación Robert le diable , punto de partida de la exitosa carrera meyerbeeriana, data de 1831. En medio de tanta rimbombancia, concesiones al gusto común y vacuidad, apareció Héctor Berlioz. Sus importantes y originales incursiones en el género operístico no fueron reconocidas por sus contemporáneos franceses. Entre las "ideas fijas" de Berlioz no sólo estaba el desarrollo de una orquesta poderosa y pródiga en sonoridades, sino también ofrecerle al teatro musical de su patria algo diferente, y parte de su búsqueda fue dar con la clave en cuanto a la asociación entre el idioma francés, afrontando las dificultades que le presenta a la palabra cantada, y la música. Algunas de sus formidables creaciones, Benvenuto Cellini y La damnation de Faust , datan de 1838 y 1846 respectivamente. Y aquí es hora de formularnos la pregunta ¿qué sucedía en Italia?

Si establecemos una comparación con lo que se gestaba en Alemania y en Francia, caemos en la tentación de pensar que en Italia el Romanticismo pasó de largo. Compositores como Bellini y Donizetti, precedidos por Rossini, pueden resultar anacrónicos, aunque con un tratamiento musical esencialmente clásico hayan echado mano a argumentos románticos. También podemos señalar el anacronismo de Verdi, quien con su genio gigantesco dominó la ópera italiana durante prácticamente medio siglo (el tema del anacronismo, que a entender de quien escribe no va en detrimento de la genialidad de este compositor, fue tratado por Alberto Moravia en el artículo La "vulgaridad" de Giuseppe Verdi , aparecido en El hombre como fin y otros ensayos ). Para comprender esto es necesario subrayar que el canto melódico se convirtió prácticamente desde los inicios en la razón de ser de la ópera italiana. Situándonos en el ottocento , el hallazgo de los complementos de una solidez dramática y una atractiva riqueza instrumental acorde a la época llevó muchas décadas, y en este punto urge hacer una breve digresión acerca de algo que todos hemos escuchado mencionar en reiteradas oportunidades: el belcanto.

Belcanto suele ser sinónimo de ópera italiana y el término, cuya aparición se remonta al período barroco, va asociado a la tan mentada tríada Rossini-Bellini-Donizetti. Los primeros indicios aparecen en el primer cuaderno de Le nuove musiche , selección de monodias con bajo continuo publicadas por el compositor y cantante Giulio Caccini en 1602. Caccini había nacido en Roma pero trabajó en Florencia, la cuna del género melodramático, y no es casual que haya sido discípulo de un napolitano llamado Scipione delle Palle, porque fue Nápoles la madre de esa escuela de vasta influencia que conocemos como belcanto . Caracterizado por su estilo ornamental, virtuosístico y de bravura, tuvo como principales intérpretes a los castrati , extendió su influencia hacia toda Italia y trascendió los Alpes (Georg Friedrich Händel fue, sin lugar a dudas, el más extraordinario de todos los belcantistas). Los grandes artífices de esta escuela, que se manifestó tanto en la ópera como en la cantata, fueron Francesco Provenzale (ca. 1626-1704) y Alessandro Scarlatti (1660-1725). En contraposición a las ideas originales que dieron lugar al nacimiento de la ópera, según las cuales la música debía estar al servicio de la palabra, con el belcanto se dio una inversión de roles. La música, caracterizada por abundantes líneas de escritura vocal virtuosística, ocupó el lugar preponderante y los argumentos llegaron a ser débiles, un pretexto para el lucimiento de las habilidades de los intérpretes. Tan grande fue la influencia del belcanto que a Mozart no le fue ajena, y recién llegaría a su agotamiento con los tres compositores mencionados líneas arriba. El Verdi de los primeros años también fue tributario de esta antigua escuela napolitana.

Más de una vez decimos que Gioachino Rossini (1792-1868), a pesar de vivir durante gran parte del siglo XIX, tuvo su alma en el siglo XVIII. Su maravillosa escritura instrumental dista estilística y técnicamente de la de sus contemporáneos transalpinos y se asemeja a la de Mozart. El tratamiento vocal, pródigo en el arte de la coloratura, u ornamentación, es herencia directa de los maestros belcantistas del settecento . Rossini, al igual que el mencionado Giulio Caccini y que Jacopo Peri 2 , además de compositor fue cantante: siendo muy joven asumió un papel en una olvidada Camilla , de Ferdinando Paër, y ya consagrado en el mundo lírico realizó giras en las que ofreció recitales de canto. Sus creaciones siempre remiten al siglo anterior y recién optó por ofrecer algo diferente y acorde a los hallazgos de la época en 1829, con Guillaume Tell , pero, como ya dijimos, fue su despedida del mundo teatral.

No podemos separar el nombre de Rossini de una "risa universal". Se dividió entre la comedia y el drama, pero fue en la primera donde conquistó la fama más grande. L'italiana in Algeri (1813) e Il barbiere di Siviglia (1816) jamás dejaron de entusiasmar a los públicos de todo el mundo. Lo mismo ocurre con La Cenerentola (1817), comedia exquisita, alejada de la frenética y disparatada inventiva de L'italiana , o de las infalibles y pegadizas fórmulas de Il barbiere . Clasificada como melodramma giocoso , sus situaciones pueden dar lugar tanto a la hilaridad como a la pena. Sin temor a equivocarnos, podemos decir que es la comedia más exquisita debida al genio rossiniano, acaso lo más maravilloso del genio peninsular en este campo.

1 Para obtener más datos sobre "lo romántico", ver los comentarios publicados en los programas de mano de BAL con motivo de las producciones de Werther y Der Freischütz . En el comentario publicado en ocasión de Lucia di Lammermoor , se puede leer acerca del singular romanticismo itálico del primo ottocento . Estos textos también están disponibles en la página www.balirica.org.ar

2 Jacopo Peri fue el autor de la primera fábula dramática, el antecedente más remoto de lo que hoy conocemos como ópera: Daphne (1597).

 

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Por Claudio Ratier 

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Gioachino Rossini (ca. 1820)