El Werther de Massenet
Jules Massenet (1842-1912) fue un compositor altamente prolífico que conoció el éxito, un refinado melodista que supo emplear las fórmulas que sensibilizaban al público. La dulzura de su estilo dio lugar a que irónicamente se lo juzgase como “un pastelero de alto vuelo”. También se dijo que era capaz de hacer decir “te odio” con ternura. Estos comentarios sarcásticos apuntan a un amaneramiento francés del que el músico fue cultor, pero también es necesario ser justos y comprender que su talento lo llevaba a desplazarse más allá de la superficie de las fórmulas establecidas. Antes de Werther ya había compuesto títulos como
Le roi de Lahore (1877), Manon (1884), una de las óperas que lo hicieron inmortal, y
Le Cid (1885). La primera fue una incursión en el género de la Grand-Opéra, puesto en boga durante la primera mitad del siglo de la mano de Meyerbeer, mientras que en el caso de la segunda se mostró como un fino cultor de lo que se conoce como Opéra-Lyrique.
Massenet vivió una época en la cual el romanticismo llegaba a su recta final, aunque, aún hoy, sus huellas tan profundas se hagan sentir en la sociedad. El mundo de Goethe no le era ajeno a la creación operística francesa, como se demuestra con
La condenación de Fausto (1846) de Berlioz, y Fausto (1859) de Gounod. La leyenda de aquel mítico sabio medieval acaparó la atención del romanticismo, y los compositores franceses tomaron sólo el aspecto anecdótico de un drama que, como se habrán dado cuenta quienes alguna vez lo leyeron, en su conjunto es de altísima complejidad. Pero faltaba llevar al mundo de la ópera la “pasión” de ese héroe romántico nacido del sufrimiento del genio de Weimar.
La idea habría surgido de una conversación entre el compositor, el libretista Paul Milliet y el editor Georges Hartmann, y giró en torno a dos argumentos posibles inspirados en Goethe:
Hermann y Dorothea y Las penas del joven Werther. El segundo era el que mejor se amoldaba al carácter de Massenet, quien no tardó en decidirse a encarar la composición. La elaboración del libreto fue ardua y se extendió por cuatro años, en ella tomaron parte el libretista y el editor mencionados líneas arriba, y Edouard Blau, autor del texto de
Le Cid. Massenet quedó conforme con el nuevo libreto, en el que se modifica el final: Werther muere en brazos de Charlotte. La composición se inició en 1885 y su finalización está fechada el 2 de junio de 1887. El intento de estrenarla en la Opéra-Comique fue en vano, pues las autoridades no demostraron interés por considerarla inapropiada para el gusto del público. En 1890 el músico viajó a Viena con motivo del estreno de
Manon, con Ernst van Dyck y Marie Renard en las partes principales, y fue esa ciudad la que se mostró dispuesta a recibir a
Werther.
El drama se estrenó en la Hofoper de Viena el 16 de febrero de 1892. Sus protagonistas principales fueron van Dyck y Renard, los creadores de
Manon en esa capital, la dirección musical estuvo a cargo de Hans Richter y el libreto fue traducido al alemán por Max Kalbeck. Como sucedió tantas veces en las que un clásico de la literatura fue llevado a la ópera, el público vienés se indignó porque encontró que el libreto “traicionaba” el original: la versión de los libretistas se apartaba de las expectativas de los lectores y oyentes germanoparlantes. Pero por lo general, una gran creación no tarda en recibir justicia. Al contrariado estreno vienés siguieron representaciones en Weimar y en Ginebra (la primera en idioma francés), hasta que la
premiére parisiense tuvo lugar en la Opéra-Comique (¡por fin!) el 16 de enero de 1893. Siempre se dice que esta obra magistral, junto con
Fausto de Gounod, Carmen (1875) de Bizet y Los cuentos de Hoffmann (1881) de Offenbach, constituye uno de los cuatro pilares de la ópera francesa del siglo XIX. Hasta el momento, nadie ha dicho lo contrario.
La Opéra-Lyrique dejó atrás la grandilocuencia épica para explorar el terreno de lo sentimental, y buscó un nuevo discurso que no era ajeno a la influencia wagneriana. Esta influencia se manifestó a través de la búsqueda de la continuidad dramático-musical y del desarrollo de una orquestación sugestiva, servidora de la evolución psicológica de los personajes. París había rechazado a Wagner, pero en la época de Massenet lo veneró en varios aspectos. Durante la composición de
Werther el compositor viajó a Alemania y se impactó con la música de aquel compositor; también lo impresionó una visita a Wetzlar que lo inspiró para su partitura en gestación.
Werther es la obra maestra de Massenet y se convirtió en el
non plus ultra de la Opéra-Lyrique. La continuidad en su escritura y el ahondamiento en los estados de ánimo de los personajes remiten inevitablemente al influjo del genio de Bayreuth, y se dirigen al final de un camino que algunos años más tarde llevaría a la modernidad. A pesar de haber prescindido de los números convencionales, existen dos momentos del drama que poseen notable independencia y ayudaron a su más que amplia difusión: el “aria de las cartas” de Charlotte, y
Pourquoi me réveiller, aria de Werther y una de las más famosas de todo el repertorio francés (ambas en el acto III).
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