Goethe y Werther
Aunque siempre, y bajo la forma que sea, un escritor no escribe sobre otro tema que sobre sí mismo, existe una distinción para aquellos textos denominados “autobiográficos”. Por supuesto, uno de los casos más ilustres es el de Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) y su novela epistolar
Las penas del joven Werther (Die Leiden des jungen Werther).
Signo indiscutible del intelecto alemán, Goethe fue transformado por las épocas en un nórdico Zeus del pensamiento. Tan grande es esa imagen mítica que resulta difícil concebir al ser humano y aproximarnos a la idea de un Goethe-hombre, pues esa romántica idealización se impone como una barrera. Pero basta con leer la novela en cuestión de quien dijo que “el eterno femenino nos eleva” para encontrarnos con un hombre que antes de hacer su catarsis mediante la pluma, exploró con valentía los diversos estados del sufrimiento por amor y asomó su mirada y su corazón hasta el límite.
Se cuenta que a mediados de 1772 Goethe estudiaba derecho en Wetzlar y conoció a una tal Charlotte Buff, esposa de un funcionario de apellido Kestner. Se enamoró de ella y sufrió por la imposibilidad de ese amor. El poeta tardó dos años en practicar la eutanasia de su sentimiento, y acaso su relación con Maximiliana Brentano actuó como paliativo contra la pena de aquella relación imposible. En 1774, y en pocos meses, Goethe escribió
Las penas del joven Werther.
La novela se convirtió en paradigma de ese preludio al romanticismo conocido como
Sturm und Drang (tormenta e impulso), defensor de un arte sin ataduras que sólo obedece a sus propias reglas. Werther, el enamorado imposibilitado de accionar, el que no encaja dentro de la sociedad y que sólo parece encontrarse a gusto con una naturaleza que actúa como espejo de su paisaje anímico, se convirtió en el héroe romántico por antonomasia. Un héroe desesperado, que ante la posibilidad de concretar aquello que experimentó como inasible e ideal, eligió autoinmolarse. En su sentir y comportamiento encontramos el reflejo de algo que germinaba en la sociedad y en la literatura desde hacía siglos, y que en su caso es llevado al extremo irreversible de la tragedia. Optó por no accionar, por no tomar lo que Charlotte, mujer de otro hombre y de rango social superior, le ofrecía contra las convenciones, y juntos cierran la cadena de la vivencia romántica del amor. Esa cadena finaliza con el eslabón de lo irrealizable y se nos ofrece como un retorno a la semilla sembrada en el siglo XI. Pero Werther y Charlotte no son ni Guinevere y Lancelot, tampoco Tristan e Isolde, y ante la incapacidad para consumar el deseo se desata la autodestrucción. Nos dice José Ingenieros: “No es posible afirmar que en Werther callan los sentidos; lo único seguro es que no sabe dar el golpe de hombros decisivo para abrir una puerta que ya cruje sobre sus goznes. Tiene el deseo de la posesión y lo narra en palabras tumultuosas que expresan el hervor de su sangre; quiere amar de un amor integral, pero no sabe, no puede. En vano afirma su certidumbre absoluta de que es correspondido; el remedio de su enfermedad está al alcance de sus manos, lo ha tenido en ellas... Y prefiere morir, sin embargo, morir de un amor para el cual no sabe vivir...”
(2).
Las penas del joven Werther fue moda. La leyeron generaciones y su grandeza trascendió el riesgo que corren las cosas novedosas de convertirse en efímeras. Los lectores de ambos sexos sufrieron con Werther. Muchos jóvenes optaron por vestirse como él, con chaleco amarillo y casaca azul, y en Alemania se acuñó el término
Wertherstracht para aquellos que decidieron imitar su apariencia. La novela también desencadenó suicidios. ¿Nos sorprende esta locura? Cuando una sociedad está enferma sus miembros más jóvenes pasan por un estado de hipersensibilidad y desahucio, que da lugar a que Tánatos haga su irrupción para apoderarse de los más débiles. No nos tentemos de caer en el escepticismo con respecto a esta idea. Acaso, en la actualidad, la muerte de alguna estrella popular ¿no es capaz de desencadenar una seguidilla de muertes por mano propia?
2. Ingenieros, José,
Tratado del amor, Losada, Buenos Aires, 1997.
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