Comentario
Por Claudio Ratier
Antonín Dvořák
Transcurría 1863, cuando Richard Wagner se presentó al frente de la orquesta del Teatro Provisional de Praga, para dirigir un concierto con sus composiciones: oberturas
Faust, Tannhäuser y Die Meistersinger, preludio de
Tristan und Isolde y algunos fragmentos de
Die Walküre. Un ejecutante de viola de la orquesta llamado Antonín Dvořák (Nelahozeves –Bohemia-, 8/9/1841 – Praga, 1°/5/1904), resultó profundamente impresionado por ese repertorio. Tres años más tarde, cuando Bedrich Smetana asumía la dirección del teatro, aquel joven, formado como compositor en el rubro de la música sacra, ya daba sus primeros pasos en la creación. La influencia wagneriana estuvo presente por aquellos años finales de la década de los 60, para más tarde ser superada durante la búsqueda de un lenguaje propio.
Pasó algo de tiempo y gracias a una beca del gobierno austrohúngaro otorgada en 1874, Dvořák comenzaba a ganar reconocimiento fuera de su tierra y para 1875, su catálogo comprendía 4 óperas, 5 sinfonías y 7 cuartetos para cuerdas, entre otras composiciones. La notoriedad llegó de la mano del importantísimo respaldo de Johannes Brahms, que además de presentarle a otros músicos instó a Simrock, su editor berlinés, para que publicase las obras del talentoso bohemio. El apoyo simultáneo de su compatriota, el crítico Eduard Hanslick, también tuvo que ver con la forja de una alta reputación bien conquistada.
En el estilo juvenil de la obra de Dvořák se advierte, en especial en la música de cámara, la herencia de Beethoven y Schubert, mientras que la comentada influencia de Wagner se percibe tanto en el tratamiento orquestal de sus primeras sinfonías como en sus dos primeras óperas,
Alfred (1870) y
Král a uhlířn (
El rey y el carbonero, primera versión de 1871, retirada de circulación por él mismo durante los ensayos). Pero un componente decisivo para el hallazgo de su estilo personal fue profundizar en el folclore de Bohemia, cuya novedad captó el interés del editor Simrock: las primeras composiciones publicadas fueron
Dúos moravos, para canto y piano, y las
Danzas eslavas Op. 46 para dos pianos, luego transcriptas para orquesta. Algunas de estas obras se basan en melodías populares específicas, mientras que otras incorporan rasgos generales, peculiaridad que se repite tanto en la música de cámara como en la producción sinfónica, donde movimientos enteros obedecen a los patrones rítmicos del folclore bohemio. De estilo más cosmopolita y conservador, el
Stabat Mater para solistas, coro y orquesta (1877) ayudó a su popularidad, pero fue en el campo instrumental donde la música de Dvořák adquirió mayor proyección.
Viajes por Inglaterra, Rusia y los Estados Unidos, donde permaneció entre 1892 y 1895 como Director del Conservatorio de Nueva York, le dieron un gran prestigio internacional, infrecuente para un compositor que no provenía de un país central, sino de una provincia del Imperio Austrohúngaro. En los Estados Unidos se sintió particularmente inspirado, como lo demuestra el hecho de haber compuesto allí algunas de sus obras más importantes. Una de ellas es la que le dio más fama, la
Sinfonía n°9 en Mi menor Op. 95
“Del Nuevo Mundo” (1893). Mencionemos además el
Cuarteto para cuerdas n°12 en Fa mayor Op. 96
“Americano” (1893) y el
Concierto para violoncello y orquesta en Si menor Op. 104 (1895): no solo se trata de uno de los más célebres conciertos para el instrumento, sino la más lograda y difundida de sus obras para el repertorio concertístico. Tampoco olvidemos otra importante composición, antecesora inmediata de ese período, que es el
Trío n°4 en Mi menor Op. 90
“Dumky” (1891), cuya partitura fue publicada durante la estadía en Nueva York.
Tras una vida de grandes logros artísticos y reconocimientos, Antonín Dvořák falleció en Praga a los 62 años a causa de una congestión cerebral. Junto con Smetana y Janáček, conforma la trilogía de los más grandes compositores de su tierra. Singularísimo homenaje póstumo, en 1974 un asteroide del sistema solar fue bautizado como “2055 Dvořák”.