Toda
temporada de ópera se planifica con mucha anticipación, contra viento y marea,
contra todos los imponderables que puedan caber en la imaginación (¿hay frutos
sin contratiempos?), y se avanza con la recompensa de las grandes satisfacciones
que nos proporcionan los artistas y el público.
Mientras
iniciábamos nuestra primera temporada, hace algo más de un año, ya
trabajábamos para la temporada en curso y nos hicimos el siguiente planteo: “No
puede estar ausente la ópera barroca en el segundo año de Buenos Aires Lírica”.
Las razones son varias y podemos dar cuatro:
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El género no es muy frecuentado en nuestra ciudad, acaso porque el Teatro
Colón, columna vertebral de la actividad operística, no es la sala apropiada.
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La ópera, nacida hacia fines del siglo XVI, tomó forma durante el barroco,
ocupó un lugar central y sentó las bases para la futura suerte del género.
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Hay quienes ven en la lírica de este período algo impenetrable, y es un
concepto erróneo, basta con aproximarse para comprobar lo contrario.
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La Argentina es un país altamente prolífico en directores, instrumentistas y
cantantes especializados en música barroca. Algunos viven en el país, otros
están en diáspora, otros van y vienen. Varios ocupan un destacado lugar a
nivel internacional dentro de la corriente llamada “historicista”,
movimiento que hoy está en la cresta de la ola.
Para
resumir, entendamos por “historicismo” la recreación de la música del
siglo XVIII hacia atrás, a partir de enfoques interpretativos que se aproximan
a cada período, con el empleo de instrumentos originales, ya sea réplicas
fieles o auténticas piezas de museo.
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