El tema del amor y sus variantes
ROMEO Y JULIETA, ÓPERA EN CINCO ACTOS DE CHARLES GOUNOD. Dirección musical: Javier Logioia Orbe. Puesta en escena: Mercedes Marmorek. Escenografía: Nicolás Boni. Vestuario: Lucía Marmorek. Iluminación: Alejandro Le Roux. Director del coro: Juan Casabellas. Coreografía: Ignacio González Cano. Cantantes: Oriana Favaro, Santiago Ballerini, Walter Schwarz, Sebastián Angulegui, Alejandro Spies, Darío Leoncini, Laura Polverini, Ernesto Bauer, Vanesa Mautner, Iván Maier, Enzo Romano y Christian Peregrino. Producción de Buenos Aires Lírica. Próximas funciones: esta noche, pasado mañana y el sábado, a las 20, en el Teatro Avenida.
Nuestra opinión: muy buena.
Esta semana, la cartelera de Buenos Aires propone dos versiones del drama de Romeo y Julieta, una de ellas en el Teatro San Martín en prosa estrictamente clásica y otra musical en el Avenida, que, como es usual en las óperas, no vacila en apartarse de la visión que todos tienen de ese tema omnipresente y eterno.
La palpitante inevitabilidad del enamoramiento está en ambas versiones, tanto en la que se recita como en la que se canta, pero es en la ópera donde, por las peculiaridades del género, se hacen más aceptables las variantes. Los operómanos siempre están dispuestos a aceptar cambios e innovaciones, aunque muchas veces los aplaudan y otras los rechacen.
En el caso del Romeo y Julieta de Charles Gounod, que subió a escena el viernes en el Teatro Avenida en una nueva producción de Buenos Aires Lírica, los aplausos registraron una carga de entusiasmo nada común. Y el público de ópera argentino, por lo general, no se equivoca.
En primer lugar, hay que celebrar la brillante Julieta asumida por Oriana Favaro, no sólo por su tan atractiva calidad vocal, su capacidad para transmitir el contenido emocional del personaje, lo interesante que se mostró desde el punto de vista psicológico y su desempeño actoral. Fue una Julieta humana, seductora y con el perfil justo de una adolescente.
Cantó de manera impecable, con un cautivante color vocal, igual que su Romeo, que estuvo a cargo del platense Santiago Ballerini. Se trata de un tenor claro, con un timbre acerado de especial belleza en algunos registros y una línea de canto que le permitió lograr un magnífico final. Este buen nivel se extendió al resto del amplio elenco, del que sin descartar a nadie, podría señalarse al Conde de Ernesto Bauer, al Mercutio de Sebastián Angulegui, al Paris de Alejandro Spies, a Laura Polverini como Stéphano, a Iván Maier en su Tybalt.
La pulcritud y autoridad con que dirigió Javier Logioia Orbe fue un gran aporte para la realización musical y su orquesta logró excelente comunicación romántica, aunque, como siempre, el foso del Avenida parece asordinar y empañar la belleza del resultado orquestal. Hay que agregar una especial mención para el coro, por su desempeño altamente musical.
El aspecto escénico y visual de esta versión merece un aplauso especial. En la puesta de Mercedes Marmorek no hubo nada convencional ni rutinario. Su buen gusto fue evidente a lo largo de los cinco actos, con algunos elementos kitsch muy bien resueltos por la escenografía. La marcación actoral mostró notable eficiencia, porque todos, sin excepción, actuaron de manera muy convincente. Y las luces desempeñaron un papel de real importancia.
Un par de agregados, como las cuatro bailarinas de cancán o los angelitos-cupido, aparecen como simples inclusiones decorativas de dudosa significación. Pero el traslado de la acción en tiempo y espacio (ratificado por un vestuario de atractivo diseño), y llevado a las proximidades de la Belle Époque, parece una idea escénica muy fundada y legítima. Hay pocos temas menos precisamente ubicables que el drama de Romeo y Julieta..
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