Las escenas de locura femenina son un tópico del teatro y también de la ópera. Y dos de las más extraordinarias pertenecen a composiciones de un mismo autor, Gaetano Donizetti. De extracción más que humilde y discípulo del alemán Johann Simon Mayr, quien le dio clases durante diez años sin cobrarle un centavo, compuso algunas de las óperas más valoradas del repertorio. O, por lo menos, algunas de sus arias más famosas, entre ellas la que Enrico Caruso grabó en 1904, “Una furtiva lágrima”. Sus títulos cómicos –El elixir de amor, al que pertenece esa aria, Don Pasquale o La hija del regimiento– están entre los entretenimientos de factura más exacta creados en los comienzos del siglo XIX. Pero si en la ópera el canto es la expresión de aquello que resulta tan intenso que no puede ser dicho, es en esas escenas de locura, la de Lucia de Lammermoor y la de la precursora Anna Bolena, donde ese principio llega al abismo.
Mucho menos transitada que los otros títulos con heroínas –Lucia, Lucrezia Borgia, María Stuarda–, Anna Bolena vuelve hoy a subir a escena en Buenos Aires, abriendo la temporada de este año de la asociación Buenos Aires Lírica, en el Teatro Avenida (Av. de Mayo 1222). Su última representación en el Colón fue hace cuarenta y cuatro años y, en este caso, retorna con un excelente elenco joven, en una puesta del talentoso Pablo Maritano y con la dirección musical de uno de los conductores más destacados entre los escuchados últimamente en esta ciudad. Rodolfo Fischer, que dirigió la recordada Ainadamar, de Osvaldo Golijov, en su estreno en el Teatro Argentino de La Plata, es hijo de chilenos y nació en Suiza, donde actualmente enseña dirección orquestal en la Academia de Música de Basilea. Formado en Chile –allí fue, hasta 2002, director residente del Teatro Municipal de Santiago– y en Estados Unidos, encuentra en esta ópera de Donizetti “un mundo de conjunciones estéticas, un poco como sucedería al comienzo del siglo XX con otros estilos”. “En muchos aspectos está muy cerca de Mozart, más cerca de Mozart que de Verdi, desde ya, y en otros hay momentos de gran romanticismo, que anuncia ya otra cosa.”
Anna Bolena, estrenada en Milán en 1830, fue el primer encargo que su autor tuvo fuera de Nápoles. En su momento tuvo muchísimo éxito y, de hecho, catapultó la fama de Donizetti. Sin embargo, durante más de un siglo dejó de ser representada, hasta que Maria Callas la redescubrió en 1957. Con funciones, además de la de esta noche a las 20, el domingo 23 a las 18 y martes 25, jueves 27 y sábado 29, nuevamente a las 20, esta ópera estará protagonizada, en esta ocasión, por dos recientes revelaciones, la chilena radicada en Madrid Macarena Valenzuela (en el papel de Anna) y la mezzosoprano rosarina Florencia Machado (como Giovanna), que ganó en 2012 el Concurso Internacional de Canto organizado por el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Otra chilena, la mezzosoprano Luciana Mancini –que actualmente tiene su base de operaciones en Berlín– tendrá a su cargo el rol de Smeton, el bajo Christian Peregrino será Enrico y el tenor Santiago Ballerini representará a Percy. Completan el elenco el bajo Walter Schwarz, como Rochefort, y el tenor Mauro Di Bert como Hervey. La escenografía es de Andrea Mercado, el diseño de vestuario pertenece a Sofía Di Nunzio y el de iluminación es de José Luis Fiorruccio.
“Hice mucho repertorio de bel canto en Europa, cuando era joven y, entre otras cosas, acompañaba cantantes al piano”, cuenta Fischer a Página/12, refiriéndose a ese estilo de la ópera situado en la primera mitad del siglo XIX y caracterizado por las floridas líneas melódicas. “Y después me tocó asistir a Roberto Abbado en una puesta de Anna Bolena en San Francisco, donde aprendí muchísimo. Pero nunca fue un repertorio al que me dedicara demasiado, tal vez por timidez. O porque sentía que era un mundo donde el canto reinaba, pero había poco que hacer desde el trabajo orquestal. Pero creo que en ese momento no percibía la importancia del impulso que uno les puede dar a los cantantes; el tiempo justo para respirar, la energía inicial para sus arias. Es un tipo de material que a los músicos de orquesta no suele entusiasmarlos. Esos acompañamientos homofónicos, en corcheas, pueden parecer la cosa más aburrida y esquemática del mundo. El asunto es que no lo sean, que tengan energía. Y que los instrumentistas puedan disfrutar de esos momentos en que sos parte, y diría que una parte fundamental, de la belleza melódica de lo que hace el cantante. Es un tipo de música donde lo central tiene que ver con dejar que el canto penetre en nuestra piel. No es algo que se pueda lograr con análisis ni mirando la partitura. Es una sensación física y allí reside gran parte de su encanto.”
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