La ópera de Donizetti subió en una producción de Buenos Aires Lírica, con una renovada puesta en escena y un sólido reparto.
Desde el prólogo que abre a la francesa, los vertiginosos contrastes que se yuxtaponen en Lucrezia Borgia están muy bien señalados en la nueva producción que Buenos Aires Lírica estrenó en el Avenida: un paisaje desolado, un cementerio fríamente iluminado por la luna ilustra el movimiento lento; el brillo y el calor de una fiesta de alta sociedad, la danza del movimiento rápido.
Tomer Zvulun dirige la acertada puesta. Zvulun actualiza la acción, la ubica en un escenario Art Decó, con gánsters y óperas recortados de El Padrino y Cotton Club, de Coppola. En ese entorno, Lucrezia recuerda a las figuras femeninas de esas películas; en ella los contrastes se pierden, los rasgos de su crueldad se suavizan, es víctima antes que victimaria.
Con un escenario cortado en planos distintos, inteligentemente armado por el escenógrafo Nicolás Boni, los abundantes números corales pierden peso, ganan elegancia y también singularidad y verosimilitud.
Aunque es cierto que esa verosimilitud se tambalea un poco con la elección de los caracteres principales: una Lucrezia, la soprano Florencia Fabris, demasiado joven y fresca para ser la madre del Gennaro que compone el experimentado tenor Darío Schmunck. Pero verosimilitud no es la cualidad que más reclama una pieza de Donizetti en la que las coloraturas no se agotan ni siquiera ante la muerte. Por otra parte, los personajes de Fabris y Schmunck están logrados y sobre todo, bien cantados. Fabris, sorprende desde el prólogo con su registro parejo y afinación perfecta. La voz de Schmunck se aplana un poco en las notas agudas pero emociona, sobre todo en el arioso del final.
La tercera figura del elenco, el bajo Christian Peregrino (Don Alfonso), también muestra un registro parejo, con graves corpulentos, aunque todavía necesita aceitar sus gestos. Algo similar podría decirse de la contralto Vanina Guilledo, a la que se le asignó la tarea nada sencilla de travestirse en Maffio Orsini. El resto de los comprimarios cumplieron con su tarea de manera irreprochable.
La orquesta dirigida por Jorge Parodi sonó destemplada en la obertura y acaso le faltó un punto de ajuste en general, aunque esto no empañó la impresión de un espectáculo muy logrado.