LUCREZIA BORGIA / Música : Gaetano Donizetti / Libro : Felice Romani / Dirección musical: Jorge Parodi / Dirección escénica: Tomer Zvulun / Escenografía : Nicolás Boni / Iluminación : Rubén Conde / Vestuario : Lucía Marmorek / Coro : Juan Casasbellas / Elenco : Florencia Fabris (Lucrezia), Darío Schmunck, Christian Peregrino, Vanina Guilledo / Sala : Teatro Avenida / Organiza : Buenos Aires Lírica / Funciones : hoy, a las 18, y martes, jueves y sábado, a las 20.
Nuestra opinión: muy buena.
Situada en los años veinte del pasado siglo, en el trasnochado ambiente de las mafias y las pandillas en fiestas de alta sociedad, mezcla de elegancia y decadencia, la acción de este melodrama de Donizetti (sobre libreto de Felice Romani, basado a su vez en el drama original de Víctor Hugo), transcurre a lo largo de un prólogo y dos actos, a puro virtuosismo belcantista, belleza melódica y lucimiento vocal.
Lejos de la imagen de los comienzos de ese siglo XVI, en el que Donizetti ubicó su ópera, la puesta escénica de Buenos Aires Lírica, a cargo del régisseur Tomer Zvulun (oriundo de la ciudad de Tel Aviv, dio cabal cuenta de su amplia trayectoria, casi exclusivamente en los Estados Unidos), resulta efectiva, estéticamente interesante y bien adaptada a la trama, una idea sugerente llevada al escenario con buena resolución, ya que todos los elementos visuales fueron manejados con profesionalismo: las marcaciones actorales volvieron convincentes a los personajes; las coreografías fueron dinámicas y seguras; la escenografía contó con una realización irreprochable, lo mismo que el vestuario, que se valió de las fantasías à la page de la época evocada; así como las luces y otros efectos, que sirvieron para trasladar la historia a "la era del jazz -según consigna la producción- los clubes, los gánsteres y el crimen".
Todo, texto y música al servicio de la expresión vocal, la composición es -en sí misma- una alabanza al canto lírico. En ese sentido, el elenco estuvo a la altura. Empezando por Florencia Fabris, que brindó un muy buen protagónico, papel agotador (perceptible al final de la ópera) y exigente en el virtuosismo, interpretado bajo control, con destreza y carácter. Darío Schmunck, con su timbre ideal para este repertorio, dio un cómodo Gennaro, aprovechando sus encantadoras líneas (entre ellas, el aria "T'amo?" redescubierta por Alfredo Kraus y rara vez interpretada, según explica el programa de mano). El bajo Christian Peregrino interpretó un Alfonso estupendo, con physique du rôle y excelente presencia vocal.
El resto de los cantantes se desempeñó con solvencia: un tanto frágil la mezzo Vanina Guilledo en el rol travestito de Orsini y correctas las demás voces masculinas. Los mejores momentos llegaron con el dúo de Lucrezia y Alfonso y, con el bellamente logrado trío en el que desemboca la escena, luego de que se suma Gennaro, sobre el final del primer acto. Los coros hicieron un buen papel, brindaron contraste y eficaces escenas colectivas.
La orquesta, con la visiblemente activa dirección de Jorge Parodi en su debut porteño, cumplió con oficio el principal cometido del estilo: acompañar las necesidades de los solistas y realzar las partes vocales, aunque con una cierta objeción a la calidad del sonido, un tanto rústico, falto del refinamiento propio de un género cuyo máximo ideal es la perfección, casi como una finalidad por el mero placer de la belleza.
Una pena, en verdad, que esta maravillosa obra, plena de melodía y exuberante lirismo, no sea más frecuentemente representada.
