El rapto en el serrallo
Certera y entretenidísima puesta en escena de la obra de Mozart
Por Pablo Gianera
LA NACION, 15 de agosto de 2012
El viajero otomano Evliya Çelebi contó, en una crónica de 1665, la historia de una fortaleza con una doble hilera de muros y cimientos del tamaño del cuerpo de un elefante situada a orillas del Danubio que Alá reduce una y otra vez a escombros. Se refería al asedio de los turcos sobre Viena. Un siglo más tarde, cuando Mozart escribió El rapto en el serrallo, la amenaza tenía todavía carta de ciudadanía en la imaginación de los vieneses, y eso explica posiblemente su eficacia.
El régisseur Pablo Maritano le encontró una vuelta a esa amenaza secular y convirtió el harén y el palacio del bajá en un aeropuerto ocupado por terroristas. Los talibanes sustituyen a los jenízaros. La idea puede ser discutible políticamente e incluso no del todo original, pero resulta certera y entretenidísima desde un punto de vista teatral. Finalmente, Maritano no hizo más que actualizar con inteligencia el tópico del temor de Occidente frente a Oriente. Semejante transformación demandó desde luego ciertos cambios en el texto. Amparado en la lógica tabicada del singspiel, el libretista Gonzalo Demaría trabajó en los intersticios de la música, modificó solamente (también en alemán) las partes habladas del libreto original de Gottlieb Stephanie "el Joven" y dejó intactas las arias (salvo una discreta broma en una de las de Pedrillo) y los números de conjunto, que tuvieron por lo demás una admirable resolución escénica. Nada parece venido desde afuera, ni siquiera la escenografía de Andrea Mercado y el vestuario, entre vintage y pop, de Sofía Di Nuncio. Pese a los desvíos del texto, el resultado se mantiene dentro de la matriz mozartiana.
Pedro-Pablo Prudencio, por su parte, es un director de evidente sensibilidad y buscó un enfoque refinado, aunque no siempre lo acompañó la orquesta, que, ya desde los primeros compases de la obertura, mostró desafinaciones en la fila de violines. De todos modos, el resultado final no fue en absoluto deslucido. Mucho más consistente fue el lado vocal. Iván Maier, más allá de que los melismas de su aria en el tercer acto no fueron del todo limpios, compuso un Belmonte inspirado y pleno de nobleza e ingenuidad. Aun cuando se la notó al límite en el aria "Ach ich liebte, war so glücklich", la soprano Marisú Pavón tiene una línea de canto siempre hermosa y expresiva, y se lució en la difícil y larguísima "Martern aller Arten". La Blonde de Constanza Castillo, puro histrionismo y humor, fue encantadora de principio a fin. Una línea aparte merecen Harry Peeters como Osmin y Patricio Oliveira como Pedrillo, formidables vocal y actoralmente desde todo punto de vista. El coro, preparado por Juan Casasbellas, acompañó de manera irreprochable. En el papel hablado de Selim, Hernán Iturralde pareció lograr que la clemencia del final estuviera prefigurada desde su primera intervención.