Un desafío para el conocedor
Por Sandra De La Fuente
CLARIN, 13 de agosto de 2012
La ópera de Mozart tiene una chispeante reescritura. Se da en el Teatro Avenida.
La nueva producción de El Rapto en el Serrallo que presenta Buenos Aires Lírica en el Avenida desafía a los operómanos más conservadores ya no con una simple actualización temporal de la escena, sino con una chispeante reescritura del libreto original de Johann Gottlieb Stephanie (el joven).
El nuevo texto de Gonzalo Demaría sigue la refinada línea humorística del original sin modificar ni el nudo de la historia ni ninguno de sus números musicales. La novedad es que Selim Bassa ya no espera en su residencia de campo a que su amada Konstanze se decida a olvidar a su Belmonte, sino que, al frente de un grupo talibán, secuestra el avión en el que los enamorados viajan. De este modo, el nuevo texto no hace mucho más que ahorrarle a la acción incongruencias que suelen aparecer en las actualizaciones.
Sobre ese nuevo libreto -con la impecable escenografía diseñada por Andrea Mercado complementada perfectamente con la justa iluminación de José Luis Fiorruccio y el precioso vestuario de Sofía Di Nunzio-, la puesta en escena de Pablo Maritano se desliza ágilmente. Con su cuidado obsesivo por el detalle de cada cuadro, Maritano no sólo saca el mejor provecho de cada acción, sino que convierte los siempre difíciles números corales en preciosos momentos cinematográficos.
La pareja de Blonde (la soprano Constanza Castillo) y Pedrillo (el tenor Patricio Oliveira) es la que más se luce en esta producción, no sólo por la comicidad y soltura con la que se desenvuelve, sino por la calidad de su canto. Castillo recorre las coloraturas sin dificultad y Oliveira canta con la misma naturalidad con la que habla.
También el bajo Harry Peeters, realiza una actuación extraordinaria en el papel de Osmin. Otro tanto puede decirse del Selim Bassa que compone Hernán Iturralde.
En cambio, la pareja principal, la de Konstanze (la soprano Marisú Pavón) y Belmonte (el tenor Iván Maier) necesita afianzarse, encontrar un punto más flexible en la actuación. Aunque la voz de Pavón tiene un color y un cuerpo precioso, se la escuchó un poco calante en los pasajes de coloratura. Algo similar podría decirse de Maier: su voz es preciosa, pero se escucha un poco tensa, demasiado fija, endurecida, en el registro agudo. Con todo, su dúo final fue uno de los puntos altos de la noche.
Si bien tuvo algunos pequeñísimos desajustes en el acompañamiento de los cantantes, la orquesta, bajo la batuta de Pedro Pablo Prudencio, sonó bien articulada y matizada.