Crítica. “Macbeth”. La temporada de Buenos Aires Lírica cierra con una ópera genial de Verdi, de puesta inmejorable.
Por Sandra De La Fuente
Con la sangrienta, oscura y genial Macbeth , de Verdi, cierra su temporada la asociación de ópera Buenos Aires Lírica. La escenografía de Nicolás Boni es de un opresivo acromatismo. Su opacidad apenas salpicada por la luz platinada de algún mobiliario, recuerda la textura de la mezzotinta, esa técnica de grabado que consiste en raspar hasta conseguir que la luz surja de una superficie negra. La evocación no puede ser más pertinente: la técnica de la mezzotinta es conocida como “método inglés” porque fue adoptada especialmente por los grabadores de ese país.
Sobre ese fondo oscuro y tormentoso surge el blanco fantasmal del remordimiento –las apariciones que desvelan a Macbeth- y reluce el rojo sanguinolento, las huellas de la codiciosa violencia que pinta la tragedia. Esa escena se complementa de manera impecable con la iluminación diseñada por Alejandro Le Roux y el vestuario de Daniela Taiana.
La puesta de Fabián von Matt no tiene puntos muertos. Desde la primerísima aparición de las brujas hasta el cierre, los movimientos de cantantes, bailarines y figurantes tienen la continuidad a la que Verdi aspiró en esta primera reverencia que rindió al universo de Shakespeare.
La suerte de la música, en cambio, fue un poco más despareja. Los roles principales estuvieron muy bien llevados. La soprano Mónica Ferracani compone una Lady Mac- beth con medios vocales notables y el barítono Luis Gaeta compensa más que satisfactoriamente la falta de proyección de algunas notas graves e incluso cierta rispidez en el tono, con una fuerza expresiva que elimina todo rastro de maniqueísmo en su personaje. Su contrafigura dramática, pero también vocal, es el tenor Arnaldo Quiroga, de voz potente y punzante, resulta un heroico, pero no demasiado matizado, Macduff. Por su parte, el bajo Christian Peregrino lleva bien a su Banquo, aunque le cuesta sobreponerse al desafío de una orquesta que por momentos, en especial durante el segundo acto, suena demasiado fuerte.
El resto de los comprimarios manejó sus papeles de manera irreprochable.
Más allá de algún desequilibrio de volumen ya señalado y cierto descuido en el tratamiento de esa casi constante pulsación interna que Verdi suele pedirle a cuerdas y vientos, la orquesta, dirigida por Javier Logioia Orbe, tuvo un de-sempeño general bueno. Los pocos desajustes en los números grandes que sufrió el coro, dirigido por Juan Casasbellas, no llegaron a deslucir su trabajo.
