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“Il mondo della luna” en el Teatro Avenida : La ciencia ficción antes de la ciencia ficción.
Por Ernesto Castagnino
Tiempo de Música. Jueves 21 de julio de 2011.

Con un interesante sentido del equilibrio, en la producción de esta ópera bufa de Haydn hubo lugar para el entretenimiento, las buenas voces y la delicadeza musical de una partitura colmada de sorpresas.

IL MONDO DELLA LUNA, dramma giocoso en tres actos con música de Franz Joseph Haydn. Función del viernes 15 de julio de 2011 en el Teatro Avenida, organizada por Buenos Aires Lírica. Dirección musical: Rodolfo Fischer. Puesta en escena: Pablo Maritano. Escenografía: Andrea Mercado. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Iluminación: José Luis Fiorruccio. Diseño de pantomima: Carlos Trunsky. Reparto: Osvaldo Peroni (Ecclitico), Hernán Iturralde (Bonafede), Jeannette Vecchione (Flaminia), María Savastano (Clarice), Vanina Guillado (Ernesto), Rocío Arbizu (Lisette), Sergio Spina (Cecco), Iván Maier, Lucas Werenkraut, Jorge Blanco, Juan Feito, Fabián Frías, Alejandro Spies, Julián Mardirosian, Diego Mazurok (Estudiantes, caballeros, bailarines, pajes, sirvientes, soldados y seguidores de Ecclittico). Bajo continuo: Rodolfo Fischer, fortepiano, y Pablo Bercellini, violoncello. Orquesta.

Estar contratado por un príncipe amante de la música, que poseía incluso su propio teatro de ópera dentro del castillo, era casi lo mejor que podía sucederle a un músico del siglo XVIII. Franz Joseph Haydn tuvo esa fortuna y trabajó como Kapellmeister en la corte del príncipe de Esterházy para la cual componía óperas, sinfonías, misas y música de cámara. Uno de esos acontecimientos sociales que requerían un marco musical de importancia eran los casamientos, y fue así como nació Il mondo della luna, ópera estrenada en 1777 en ocasión de las celebraciones por la boda de Nikolaus Esterházy, segundo hijo del príncipe, con la condesa Maria Anna von Weissenwolf.

Como ocurría frecuentemente en aquella época, el libreto de Carlo Goldoni, ya había sido llevado al pentagrama por otros compositores como Niccolò Piccinni, Giovanni Paisiello, Baldassare Galuppi y Gennaro Astaritta. El talento de Goldoni para crear situaciones teatrales de gran eficacia aporta a este libreto un ingrediente muy atractivo: la fantasía creada en torno a un viaje a la luna. Flaminia y Clarice, hijas de Bonafede, están secretamente enamoradas del caballero Ernesto y de Ecclitico, un falso astrólogo que se aprovecha de la credulidad de Bonafede para embarcarlo en un viaje a la luna donde, a través de engaños, logra sacarle el dinero y el consentimiento para casarse.

Si bien las óperas de Haydn no suben a los escenarios con demasiada frecuencia, hace apenas tres años, durante la temporada del centenario del Teatro Colón en 2008, la hoy desparecida Ópera de Cámara del Teatro Colón ofreció una digna versión de este mismo título, con dirección musical de Susana Frangi y puesta en escena de Jorge De Lassaletta.

En esta magnífica oportunidad que brinda Buenos Aires Lírica de acercar al público argentino el repertorio operístico de Franz Joseph Haydn, la dirección escénica de Pablo Maritano acertó en el tono y logró mantener el interés a lo largo de las dos horas y media de maravillosa música dirigida desde el foso por Rodolfo Fischer.

Maritano trasladó la acción a comienzos del siglo XX, recreando una atmósfera con reminiscencias del cine de Buster Keaton, Chaplin o los Hermanos Marx. La utilización de algunas proyecciones de cine mudo con las cuales Bonafede es engañado mientras cree observar la luna por el telescopio, resultó muy acertada y redondeó bien la idea. Si resulta un anacronismo trasladar el concepto de ciencia ficción a 1777, e incluso a 1902 cuando Georges Méliès filma Le voyage dans la lune —inteligentemente citada por el régisseur—, la necesidad humana de proyectarse e ir corriendo los límites de lo posible está presente a lo largo de toda su historia. La concepción de Maritano inclinó voluntaria o involuntariamente la balanza hacia una comicidad más propia del mundo rossiniano, algo para nada descabellado si pensamos que Haydn y Mozart son justamente la herencia musical que recibe el compositor italiano que estrenó su primera ópera apenas tres años después de la muerte de Haydn.

El trabajo actoral fue pulido y detallado, logrando en algunos cantantes actuaciones de gran nivel, aunque a veces la reiteración del mismo recurso humorístico le hacía perder efectividad. Afortunadamente esto ocurrió pocas veces y el equilibrio entre lo bufo y lo sentimental fue preservado sin cargarse las tintas. La escenografía de Andrea Mercado resultó funcional y bien realizada, especialmente el simpático dispositivo de bañadera con telescopio. El vestuario de Sofía Di Nunzio jugó con los contrastes conformando estereotipos diferenciables.

La soprano Jeannette Vecchione tuvo a cu cargo el rol de Flaminia con buen resultado general si bien el timbre algo metálico le quitaba la ternura y morbidez que el estilo exige. Lo más destacado de la noche en términos vocales fue la Clarice de María Savastano, soprano de gran cantidad de recursos, solidez técnica y entrega escénica. Cada una de sus intervenciones significó un pleno disfrute, incluso en los pasajes de mayor exigencia que abordó con naturalidad. También la mezzosprano Rocío Arbizu fue otro de los puntales de la velada, personificando el rol de la criada Lisetta al que le aportó frescura, humor y erotismo. Vanina Guilledo, la otra mezzosoprano del equipo, en el rol del caballero Ernesto, estuvo correcta pero su línea vocal tendió a la monotonía.

En la cuerda tenoril, Osvaldo Peroni fue un Ecclitico bien intencionado y Sergio Spina dio muestra de su gran versatilidad e histrionismo como el criado Cecco. Bonafede, crédulo y bonachón como su nombre lo indica, tuvo en el bajo-barítono Hernán Iturralde un vehículo ideal. Aunque fue afianzándose con el correr de la representación, Iturralde realizó un excelente trabajo de interpretación en la mejor tradición del bajo bufo acompañado de una línea vocal precisa, buen fraseo y dicción clara, redondeando un equipo vocal bastante homogéneo.

Rodolfo Fischer, al frente de la Orquesta de BAL, realizó un trabajo de concertación refinado y cuidadoso de los detalles, logrando la fusión entre el foso y las voces en un discurso musical que fluía con energía. La sorprendente música compuesta por Haydn en el segundo acto para acompañar el supuesto viaje lunar merece escucharse con atención, por las armonías creadas para caracterizar ese mundo fantástico. La batuta de Fischer supo extraer lo mejor de esa maravillosa pieza que no escatima ni siquiera en disonancias con el fin de sumergir al oyente en un universo sonoro onírico y alucinado.

Otro bienvenido esfuerzo de Buenos Aires Lírica por acercar al público argentino un repertorio menos transitado al que hicieron justicia con un equipo vocal consistente, una dirección musical inspirada y una dirección escénica que garantizó dos horas y media de puro entretenimiento.

 
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