Weber, nuevamente entre nosotros
Por Pola Suárez Urtubey
LA NACIÓN. Jueves 19 de Mayo de 2011.
Dentro de pocos días, el 4 de junio, la ciudad de Munich festejará el segundo centenario del estreno de una ópera temprana de Carl Maria von Weber, Abu Assan , un trabajo modesto, un singspiel en un acto, que estaba lejos de hacer sospechar que el compositor pudiera situarse entre los grandes creadores alemanes del género gracias a Der Freischütz , que Berlín dio a conocer apenas diez años después. Sin embargo para aquel 1811 Weber ya era autor de algunas obras orquestales, de dos conciertos para clarinete y orquesta, de seis sonatas para violín, música para piano y canciones. Pero, a pesar de algunos intentos, le faltaba asumir el gran papel que le tocaría jugar ante la historia del género teatral.
Es que si se tienen presentes los ideales del Romanticismo, es fácil comprender que la ópera debía ser terreno sumamente fértil para que los sentimientos nacionales y populares y el gusto por el pasado y lo fantástico, que fue su terreno favorito, pudieran explayarse de manera clara y concreta. Sobre todo porque en un mundo de grandes transformaciones sociales, parecía que dicho género, al reunir música, palabra y representación escénica, debía hacer mucho más explícito ese mensaje. La ópera romántica cumplía, por tanto, una misión trascendente, alimentada por una temática nacional y sobre la base de textos escritos en idioma local, por estar en juego no sólo el orgullo de la propia lengua sino sus tradiciones históricas y legendarias, como muestra del genio de la tierra.
Tras una serie de títulos tempranos, Der Freischütz (cuya traducción literal de "libre o franco tirador" debe entenderse como "el cazador que usa balas mágicas e infalibles") inicia su etapa de madurez, que se completa con Euryanthe (1823), basada en un tema medieval de la época de las cruzadas, que es otro de los grandes tópicos del Romanticismo, y Oberon (1826). En esa elección temática, que Buenos Aires Lírica anuncia para mañana en el Avenida, se consolida aquello que Mozart había dejado antes de morir, con Die Zauberflöte (1791), como un anticipo histórico: la afirmación de lo nacional y popular y el regusto por lo fantástico. Son atributos que se convierten en inseparables del nuevo estilo, y todo músico dispuesto a crear una ópera romántica debía acudir a los ingredientes del Freischütz , que influye fuertemente en la ópera francesa a partir de Berlioz, mientras seduce y excita al joven Wagner. Buenos Aires la conoció en 1864 en el antiguo Teatro Colón. En 1904 la dirige Toscanini en el Teatro de la Opera y, ya en el actual Colón, lo hace Reiner en 1926, Kleiber en el 48 y Peter Maag en 1969. En 2005, Buenos Aires Lírica la incorpora a su repertorio.