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“Serse” en el Teatro Avenida: Amores barrocamente enredados
Por Ernesto Castagnino
TIEMPO DE MÚSICA, Martes 21 de septiembre 2010

Con la interesante visión escénica de Pablo Maritano y la excelente dirección musical de Alejo Pérez, se presentó la producción de esta ópera de Handel, ausente de los escenarios porteños desde 1971.

SERSE, ópera de George Frideric Handel. Función del viernes 17 de septiembre de 2010 en el Teatro Avenida, organizada por Buenos Aires Lírica. Dirección musical: Alejo Pérez. Puesta en escena: Pablo Maritano. Escenografía: María José Besozzi. Vestuario: Sofía Di Nunzio. Iluminación: Gonzalo Córdova. Elenco: Rosa Domínguez (Serse), José Lemos (Arsamene), Klára Csordás (Amastre), Ivanna Speranza (Romilda), Marisú Pavón (Atalanta), Norberto Marcos (Elviro), Sergio Carlevaris (Ariodate). Coro Buenos Aires Lírica y orquesta. Director de coro: Juan Casasbellas.

Con Serse, Buenos Aires Lírica suma el tercer título de George Frideric Handel, luego de Agrippina (2003) y Rodelinda, regina de' Longobardi (2007), en un meritorio esfuerzo por abordar un repertorio difícil y poco transitado en nuestro país. Esta vez no fue Juan Manuel Quintana —a quien la agrupación le venía confiando la dirección musical de las óperas barrocas— sino Alejo Pérez quien se puso al frente de la orquesta y los solistas, con un resultado magnífico.

La ópera que nos ocupa, la número 40 de un total de 42, reutiliza —práctica frecuente en el período barroco— un libreto al que habían puesto música Cavalli (1654) y Bononcini (1694). Serse es una ópera extraña en la evolución del género ya que el compositor apela en 1738 a un libreto cuya estructura ya era obsoleta y lo musicaliza sin demasiadas modificaciones. El resultado es una ópera con menos arias da capo que lo común, muchas ariettas simples, una presencia de lo cómico dentro de la ópera seria, mezclando tipos que a mediados del XVIII estaban bien separados. La pregunta que surge es si esta obra representa una ruptura de Handel con el canon de la época o, muy por el contrario, una vuelta a ciertas convenciones teatrales de un siglo atrás. A mediados del siglo XVIII la ópera había evolucionado desde aquel recitar cantando monteverdiano hacia una forma más bien rígida en la que importaba más que se respetara la proporción de igual cantidad de arias —entre patéticas y de agilidad— para cada uno de los divos, que la fluidez o la verosimilitud dramáticas.

La figura del rey persa Jerjes (Xerxes en la transliteración del griego) pierde, en manos del libretista Niccolò Minato, toda la nobleza y la pompa de su rango para reducirse a un enamorado caprichoso y envanecido que persigue a Romilda, la novia de su hermano Arsamene. En situación simétrica, Atalanta intriga para quitarle el amante a su hermana Romilda. El resultado es que Arsamene es perseguido por las hermanas Romilda y Atalanta, a la vez que Romilda es pretendida por los hermanos Serse y Arsamene. Rompe esta simetría la irrupción de la princesa Amastre, prometida de Serse a la que el infatuado rey había olvidado. Intrigas amorosas salpicadas de algunos momentos de comicidad aportados por Elviro, el criado de Arsamene y por la pícara Atalanta. La figura del capitán del ejército, Ariodate, y algunos coros marciales sirven para recordarnos que estamos en la corte de un rey y conquistador quien luego de sucumbir a sus pasiones, recapacitará, perdonará y conciliará, restableciendo el Orden.

La puesta escénica de Pablo Maritano acentuó los aspectos más cómicos de la obra, lo que desdibujó un poco a los episódicos momentos sentimentales y los escasos momentos dramáticos, pero el resultado fue de verdadero disfrute. La presencia de figurantes (lacayos y sirvientas) aportaba la comicidad, poniendo en evidencia el absurdo de ciertas situaciones que plantea el libreto con un inteligente guiño al espectador. Maritano realizó y coordinó un trabajo meticuloso que no descuidó detalle alguno, desde la impecable escenografía de María José Besozzi hasta el espléndido vestuario diseñado por Sofía Di Nunzio, sin olvidar la caracterización, las pelucas, la utilería y la iluminación.

El canto barroco requiere de una técnica sólida y un estudio especializado de la interpretación, para hacer frente a vertiginosas coloraturas, notas sostenidas con precisión, control del vibrato; un virtuosismo, en fin, que demanda mucha concentración y disciplina. Es tan importante este aspecto en la ópera barroca, que una vez que el espectador se ha asegurado de que el nivel vocal es bueno, podrá relajarse en su butaca y disfrutar del resto de lo que se propone desde el escenario. De lo contrario, ni la más excelsa puesta escénica ni la orquesta más prestigiosa podrán ocultar la falencia vocal. En esta versión de Serse el equipo vocal fue de una equilibrada corrección.

La mezzosoprano Rosa Domínguez en el rol protagónico demostró conocer en profundidad los secretos del canto ornamentado y aportó una voz que, aunque no se expanda con generosidad hacia la platea —su aria di bravura “Crude furie degl'orridi abissi” no alcanzó la intensidad deseable—, posee un timbre claro y afinación certera. Otra intérprete destacada fue la soprano Marisú Pavón quien, en el rol de Atalanta, brilló por vocalidad y actuación. Su abordaje del aria “Un cenno leggiadretto” en la que expone su plan de seducción a Arsamene, fue uno de los momentos más altos de la velada.

Menos parejas resultaron las actuaciones del contratenor José Lemos como Arsamene, quien tuvo momentos de mayor lucimiento en los momentos sentimentales como el dueto “Troppo oltraggi la mia fede" del tercer acto, y de la soprano Ivanna Speranza que desplegó una vocalidad poco afín al estilo en cuanto a control del vibrato y fluidez en la difícil coloratura.

La contralto Klára Csordás, de voz pequeña pero bien timbrada, es una intérprete refinada como lo demostró en su aria di sentimento “Or che siete speranze tradite”. Los barítonos Sergio Carlevaris y Norberto Marcos tuvieron un buen desempeño como Ariodate y Elviro respectivamente, ambos muy comprometidos actoralmente.

La versión musical a cargo de Alejo Pérez fue impecable de principio a fin. Frescura y fluidez fueron los ejes de una lectura que no decayó en ningún momento, obteniendo de la orquesta un alto desempeño a pesar de algunas falencias en cuanto a la presencia de los metales. El coro tuvo una actuación correcta, pero no deslumbró en sus breves pero bellas intervenciones intercaladas en la trama.

Una versión destacable en la dirección musical, interesante en su plasmación escénica y correcta en el equipo vocal, deja un balance positivo en este nuevo desafío barroco que emprendió Buenos Aires Lírica.

 
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