“Madama Butterfly” en el Teatro Avenida:
El oriente “alla italiana”
Por Ernesto Castagnino
TIEMPO DE MÚSICA, Lunes 14 de junio 2010
En la nueva producción de Buenos Aires Lírica, de la ópera de Puccini, se destacaron las jóvenes voces de Florencia Fabris, Enrique Folger y Vanesa Mautner bajo la batuta experimentada de Carlos Vieu.
MADAMA BUTTERFLY, ópera en dos actos de Giacomo Puccini. Función del viernes 28 de mayo de 2010 en el Teatro Avenida, organizada por Buenos Aires Lírica. Dirección musical: Carlos Vieu. Puesta en escena: Crystal Manich. Escenografía: Nicolás Boni (propiedad de la Asociación Cultural El Circulo de Rosario). Vestuario: Lucía Marmorek. Iluminación: Gabriel Lorenti. Elenco: Florencia Fabris (Cio-Cio-San), Enrique Folger (Pinkerton), Ernesto Bauer (Sharpless), Vanesa Mautner (Suzuki), Santiago Bürgi (Goro), Mariano Fernández Bustinza (Yamadori), Walter Schwarz (El tío bonzo), María Belén Rivarola (Kate Pinkerton), Lucas Somoza (Yakusidè), Gustavo Feulien (El comisario imperial), Germán Rúa (El oficial del registo), Gabriela Fernández Bisso (Madre de Cio-Cio-San), Rita Páez (Tía de Cio-Cio-San), Natalia Palacios (Prima de Cio-Cio-San), Camila Brandan Araoz (El niño de Cio-Cio-San). Orquesta y Coro de Buenos Aires Lírica. Director de coro: Juan Casasbellas.
Las muertes de Cio-Cio-San y Mimì son dos de los finales más contundentes de todo el repertorio lírico. En ellos Giacomo Puccini logra conmover con los acordes finales y el nombre repetido por el tenor a viva voz: “¡Butterfly!” grita Pinkerton, mientras Rodolfo exclama “¡Mimì!”. Estos finales ponen a prueba hasta a los más reacios o críticos del género operístico, basta con entregarse a la experiencia. El libreto de Madama Butterfly que Luigi Illica y Giuseppe Giacosa escribieron a partir del drama de David Velasco, quien a su vez se basó en una novela de John Luther Long, plantea un problema ético que no pierde vigencia: el del abuso y la crueldad de aquellas culturas que se consideran en situación de superioridad respecto de otras.
Se trata del drama de una japonesa de 15 años que se enamora y encandila con el uniforme de la marina de los Estados Unidos que lleva el teniente Pinkerton, una frágil muchacha que cría durante tres años al hijo de ambos hasta que un día le es arrebatado para divertimento de la estéril pero “auténtica esposa norteamericana” de Pinkerton. La aceptación de su trágico destino la pone en las antípodas de esa otra heroína pucciniana que es Floria Tosca, una mujer que no se resigna y llega a matar para salvarse y salvar a su amado. El rol de Cio-Cio-San supone un desafío enorme para la soprano ya que debe acompañar la transformación de esta niña de 15 años, frágil, inocente y enamorada que, luego de tres años de una negación casi patológica en la que sostiene que “Un bel dì, vedremo levarsi un fil di fumo”, a pesar de que todo indica que su teniente la ha abandonado, despierta a la realidad y en un instante adquiere la grandeza de la heroína determinada a cumplir su destino trágico. Ella ha decidido morir porque sabe que no puede oponerse a que le saquen su hijo, pero al hacerlo quiere cumplir su venganza: que Pinkerton la vea morir (“A lui lo potrò dare se lo verrà a cercare”. “Sólo a él se lo daré, si viene a buscarlo”).
Buenos Aires Lírica presentó una nueva producción de este título pucciniano, el mismo con el que inició en 2003 su actividad. En aquella ocasión la puesta escénica correspondió a Willy Landin y la dirección musical a Carlos Vieu, quien nuevamente se puso al frente de la Orquesta de BAL para dirigir esta partitura. En esta oportunidad la dirección escénica estuvo a cargo de Crystal Manich, que desplegó un trabajo prolijo pero sin demasiada originalidad. La concepción clásica a partir de una escenografía de Nicolás Boni, ya utilizada en una producción de El Círculo de Rosario de hace 4 años, podría haber ahondado algo más en los aspectos interpretativos y psicológicos de la obra. Pero en el resultado no se evidenció el sello personal de un director de escena. El vestuario diseñado por Lucía Marmorek tuvo una correcta línea tradicional y cuidado en los detalles, aunque algunos elementos de utilería —como los abanicos de las amigas de Cio-Cio-San— resultaban un tanto toscos.
La joven soprano Florencia Fabris tuvo a su cargo el rol de la geisha con buenos resultados en lo vocal. Fabris posee una voz de soprano spinto de importante centro y buen volumen, su voz se proyectó sin dificultad y logró sobreponerse a las grandes masas sonoras de la orquestación pucciniana. En su abordaje de la famosa aria “Un bel dì, vedremo” la soprano alcanzó una intensidad y una belleza tímbrica de gran relieve, pero su mejor momento fue la escena final, “Con onor muore”, en la que desplegó una potente fuerza dramática. Si vocalmente su actuación fue promisoria, desde el punto de vista interpretativo y actoral, Fabris delineó una Butterfly de trazos gruesos y mostró una gestualidad algo robótica y carente de naturalidad al intentar imitar los movimientos de las geishas. Fue este, tal vez, el punto más débil de la dirección escénica.
Enrique Folger, voz tenoril de bello timbre y cálida italianità , tuvo a su cargo el rol de B. F. Pinkerton, y si bien su matización y fraseo en el dueto del primer acto podrían haber sido algo más cuidados —todo tendía al forte —, su vocalidad, que tiende a lo dramático, dio los mejores resultados en su aparición final en la que cantó un “Addio fiorito asil” impecable. El barítono Ernesto Bauer puso un elegante timbre baritonal al servicio del flemático cónsul Sharpless y la mezzosoprano Vanesa Mautner demostró una vez más su capacidad vocal e interpretativa como la fiel Suzuki, la intensa ovación que recibió al final fue demostración suficiente del reconocimiento del público a su crecimiento como artista. Con voz bien timbrada, el tenor Santiago Bürgi buscó los colores vocales para acentuar la codicia e inescrupulosidad del casamentero Goro, que busca sacar provecho de cada situación.
La dirección de Carlos Vieu demostró conocimiento profundo de la partitura y una búsqueda de detalles y sutilezas dinámicas, además de una característica destacable de este director: su gran sentido teatral y su preocupación por lo que sucede tanto en el foso como arriba del escenario. En esta oportunidad la Orquesta de BAL acompañó con solvencia pero no con toda la brillantez que hubiera merecido una partitura en la que la melodía pucciniana —salpicada de un exotismo oriental alla italiana — alcanza alturas de increíble belleza. El coro inicial en el que Cio-Cio-San junto a sus amigas y familiares comienzan a oírse fuera de escena hasta la entrada de la protagonista no tuvo —tal vez por decisión de la directora escénica o por falta de espacio— la transición necesaria y el efecto tan vivo que provoca el progresivo acercamiento de las voces, en cambio el “Coro a bocca chiusa” que cierra la parte primera del segundo acto, alcanzó el empaste adecuado.
Una nueva Butterfly, en conjunto menos matizada que lo deseable, en la que la excelente dirección orquestal de Carlos Vieu y los vigorosos medios vocales de jóvenes cantantes se impusieron en un final de intenso dramatismo.
Educando al soberano
En esta oportunidad, junto al programa de mano, BAL adjuntó un volante que decía lo siguiente: “NO LES DÉ LA ESPALDA A SUS A ARTISTAS. Cada función es un gran trabajo de equipo, único e irrepetible, en el cual los artistas dan lo mejor de sí para que usted viva una experiencia inolvidable. Para los artistas el aplauso es la retribución más importante que pueden recibir. Si le gustó la función, al terminar por favor dedíqueles un minuto. No les dé la espalda. Quédese y apláudalos”. Este volante, junto a un nuevo mensaje grabado que incluyó, además del consabido recordatorio de apagar celulares, el pedido de no desenvolver caramelos cuando se ha iniciado el espectáculo, nos recuerda que el teatro es una ceremonia en la que si la magia se produce es porque también el público lo desea: con sus ganas de estar allí, con su respeto por los demás espectadores y con su reconocimiento a los artistas que estuvieron meses preparándose para brindar su arte. Por esto, damos nuestro apoyo al mensaje de BAL, que intenta recordarnos por qué estamos ahí. Es duro ver como muchas veces con el último acorde de la orquesta una parte del público corre a la salida apurado sin saber muy bien qué lo corre.