Una lograda tragedia japonesa
Por Federico Monjeau
CLARÍN, Jueves 3 de junio de 2010
La ópera de Giacomo Puccini subió en el Teatro Avenida con una notable Cio-Cio -San.
Se sabe que Puccini discutió acaloradamente con los libretistas Illica y Giacosa, e incluso con el editor Ricordi, acerca de la división en dos o en tres actos de Madama Butterfly. Puccini aseguraba que la división en dos actos favorecería la unidad de la ópera, mientras que los otros sostenían que un único intervalo daría un segundo acto muy extenso, algo que sólo Wagner podía permitirse. El sentido de la convención incluso lo habrían llevado a Giacosa a imaginar un tercer acto en el consulado norteamericano en Nagasaki, a fin de contrapesar el ambiente japonés de los dos primeros.
El compositor ganó la discusión. Compuso la obra en dos actos, y no se salió de la atmósfera y de la estampa japonesa, que caracteriza no sólo el paisaje escénico-musical sino también la forma apaisada de la obra, una línea continua que se despliega como un gran arioso del principio al fin. Efectivamente, el segundo acto es extenso (casi una hora y media), por lo cual el autor compuso un intermezzo: un bellísimo coro en susurros que resume la noche en vela que pasa Cio-Cio-San esperando el regreso de Pinkerton, y para el cual la presente producción de Buenos Aires Lírica creó una suerte de coreografía onírica que da a la representación cierto erotismo que la tragedia japonesa pudorosamente niega.
La idea no está mal, aunque la división del segundo acto con un intervalo de quince minutos pareció innecesaria; tal vez se haya querido dar un respiro a las voces, en especial a Cio-Cio-San, un personaje que prácticamente no tiene descanso a lo largo de toda la obra. Sea como fuese, la soprano local Florencia Fabris lo realizó admirablemente, tanto desde el punto de vista vocal como dramático; vocalmente, además de una justa afinación, la matizada voz de Fabris tiene un rango muy amplio y corre con sorprendente naturalidad en todos los registros; dramáticamente -y éste sin duda es un mérito que la cantante compartió con la régie de la estadounidense Crystal Manich-, porque en ningún momento su personaje abandona la sensación de estar atravesada por una profunda inquietud.
Fabris es sin duda la gran figura de esta producción. La acompaña el tenor Enrique Folger como Pinkerton, correcto en líneas generales aunque un poco al límite de sus posibilidades en la zona aguda, lo que conspira un poco contra la belleza de la línea y contra esa expresión segura de sí misma que conviene en el oficial de la Marina estadounidense. Lo esencial del reparto se completa con las solventes actuaciones de la mezzo Vanesa Mautner (Susuki) y, muy especialmente, del barítono Ernesto Bauer (Sharpless), mientras que Goro tiene una eficaz encarnación en la voz del tenor Santiago Bürgi.
El coro femenino tuvo una ligera patinada a poco de comenzar el primer acto, pero no demoró en estabilizarse y promediar una buena actuación en todos los sectores. La dirección de Carlos Vieu fue ajustada en el detalle y en la sonoridad general, enriquecida además por los solistas, entre ellos el concertino con su expresivo solo sobre el final de primer acto.