BUENOS AIRES LÍRICA - La experiencia de la opera
 
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Destemplada puesta de Belisario
Por Pablo Kohan
LA NACIÓN, Domingo 18 de julio 2010.

El trabajo del barítono Omar Carrión fue lo más destacado de la propuesta de Buenos Aires Lírica.

Es más el sentido común que la inteligencia quien nos recuerda que de los olmos no hay que esperar peras. Por eso, podemos disfrutar de una ópera del bel canto sabiendo que de ella no hay que pretender intensidades verdianas ni sonoridades wagnerianas. Los momentos de intensa belleza y las escenas de altísima emoción abundan en Norma, en Lucia di Lammermoor, en La sonámbula o en esas comedias de exquisiteces copiosas como El barbero de Sevilla o Don Pasquale. Pero Belisario, en cambio, no ofrece demasiado. Es una ópera de argumento indefendible, de carencias textuales llamativas, de una extraña ausencia de correlatividad entre música y texto, y de desigualdades musicales ostensibles con pocas escenas de algún tipo de belleza musical entre largos pasajes anodinos e insustanciales. Y para agregar pesares y completar un cuadro poco favorable, esta producción de Buenos Aires Lírica -entidad que nos acostumbró a espectáculos de muy buen nivel- adoleció de deficiencias teatrales, escénicas y musicales.

Antes de la apertura del telón, la orquesta arrancó con un acorde atravesado por sonidos destemplados. Pero cuando Logioia Orbe logró encauzar los desajustes, sobrevino una obertura optimista y un tanto banal que no pareció la más apropiada para una tragedia dura como la de Belisario, aquel general bizantino del siglo VI. Y cuando se abrió el telón, de principio a fin, sobre el escenario se vio una sucesión de movimientos previsibles, decorados grandilocuentes, vestuarios lujosos, actuaciones estereotipadas y pobres, y algunos recursos escénicos casi estudiantiles como el de agitar unas amplias telas azuladas para representar el mar. El coro siempre se dispuso con una simetría impecable; los lanceros, con sus escudos, entraron y salieron siempre marciales, e Irene lució su mismo vestido de gala cuando Belisario fue condecorado por Justiniano como cuando deambuló por el desierto conduciendo a su padre, condenado por el delito de parricidio, curiosa denominación que Donizetti y sus traductores locales utilizan para denominar a quien mató a su hijo.

Con todo, insuficiencias escénicas se han visto por doquier en la ópera y son las buenas realizaciones musicales las que las disimulan. En esta ocasión, lamentablemente, unas potenciaron a las otras. Sólo Omar Carrión, aun cuando su caudal no sea exuberante, demostró capacidades vocales y musicales suficientes. El resto del elenco se mostró escaso o, incluso, incorrecto. Voces pequeñas que pasaron inadvertidas bajo la orquesta o en las escenas de conjunto, cantos con zonas oscuras y, sencillamente, voces poco agradables. Es menester hacer notar que María Luz Martínez, tal vez en una mala noche, se mostró muy insegura en los puntos cadenciales de sus arias; encogió el sonido a puro temor y, por consiguiente, caló indefectiblemente. Siendo el de ella el protagónico femenino, el asunto no fue, precisamente, menor. En definitiva, la desazón de la noche de estreno fue causada por la suma de una ópera poco feliz de Donizetti, más una puesta y una realización musical no muy logradas. Además, y en esto no hay responsables humanos: el intenso frío polar que esperó impertérrito a la salida del Avenida hizo también lo suyo como para que el ánimo no pudiera apartarse de sensaciones un tanto gélidas.

 
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