Belisario en el Teatro Avenida: Un Edipo bizantino
Por Ernesto Castagnino
TIEMPO DE MÚSICA, Viernes 16 de julio 2010.
Buenos Aires Lírica asumió el riesgo de exhumar esta ópera de Donizetti, ausente de nuestros escenarios desde 1981, lo que permitió al público porteño disfrutar de las no pocas virtudes de esta obra olvidada.
La exhumación de obras olvidadas o poco representadas son siempre bienvenidas. Además de disfrutar del sabor de lo nuevo o desconocido, obliga —como en este caso— a preguntarse el porqué de tal olvido. Como bien señala Claudio Ratier en el comentario del programa de mano, las razones para que perdiera popularidad esta ópera protagonizada por un barítono en un mundo operístico que siempre privilegió el lucimiento y protagonismo de la soprano, no son difíciles de imaginar. Belisario es una ópera que presenta algunas innovaciones en el canon belcantista ya que por un lado desplaza la temática amorosa (soprano-tenor) en favor de la temática paterno-filial (barítono-tenor o barítono-soprano), y por el otro desbalancea la importancia o centralidad del número solista, incorporando mayor cantidad de conjuntos.
Belisario, un militar del Imperio bizantino que recuperó gran parte de los territorios ocupados por los bárbaros en el siglo VI, es el personaje central de la trama que Gaetano Donizetti y su libretista Salvatore Cammarano eligieron para su segunda colaboración luego del éxito de Lucia di Lammermoor . La historia de este general, acusado de traición por su esposa y condenado a mendigar, había sido objeto de varias obras literarias y pictóricas que habían ido agregando detalles que hicieron al personaje cada vez más atractivo para el teatro.
En la versión de Donizetti asistimos a una tragedia de proporciones griegas: Belisario es acusado por su mujer Antonina de haber mandado a asesinar a su pequeño hijo debido a un sueño premonitorio en el cual se indicaba que su descendencia sería responsable de la caída del imperio. El niño en cuestión es salvado por el esclavo encargado de cumplir el asesinato y criado por extranjeros. Para vengarse, Antonina falsifica unos documentos que dejan a Belisario como traidor frente al emperador Justiniano I. La sentencia consiste en que le sean arrancados los ojos y vagar en el exilio como mendigo, acompañado de su hija Irene. Se descubre la identidad del hijo perdido en Alamiro, un prisionero que sin saber por qué se siente ligado a Belisario y lo sigue incondicionalmente. La intriga finalmente se descubre, pero Belisario muere acompañado por su esposa que clama por el perdón. Cualquier parecido con Edipo rey es pura coincidencia...
La aproximación escénica de Marcelo Perusso a esta ópera permitió apreciar todas las virtudes de una obra compleja y original. Encargado de la dirección escénica, escenografía y vestuario, Perusso ideó un marco visual de estilizado carácter bizantino, con sus mosaicos y su iconografía, pero sin pretensión de realismo. Su planteo tendió más bien a un simbolismo o conceptualismo de buen resultado general pero que por momentos perdía eficacia y se convertía en mera acumulación, como los caballos de la escena final que evocaban, suponemos, la rebelión contra Justiniano I originada en el hipódromo —episodio ajeno a la trama— o el constante subir y bajar de elementos escenográficos que distraían más que ayudar a crear determinados climas.
El rol protagónico estuvo a cargo del barítono Omar Carrión quien demostró una vez más su calidad vocal e interpretativa. Su desempeño fue de menor a mayor, alcanzando en el duetto con la mezzosoprano que cierra el segundo acto momentos de gran contundencia dramática. Carrión desplegó una voz de impecable estilo belcantista, reflejando el patetismo del personaje y su destino trágico con gran entrega y generosidad de medios.
La soprano María Luz Martínez tuvo, en el rol de la vengativa Antonina, una carga que le resultó demasiado difícil de llevar. Algunas bellas y sugetivas messe di voce quedaron opacadas por agudos estridentes y una afinación algo errática. En el rol de Irene, la hija de Belisario, encontramos a la mezzosoprano Vanina Guilledo , quien cumplió con un material vocal de buena proyección y variedad de matices, e hizo de un rol de por sí algo unidimiensional una verdadera creación. Si bien en su registro agudo se evidencia aún algún esfuerzo, esta joven mezzosoprano realizó un interesante aporte en sus partes solistas y en los abundantes conjuntos en los que su voz se distinguía con claridad.
El tenor Santiago Bürgi —quien reemplazó al anunciado Sergio Spina — asumió el personaje de Alamiro/Alexis realizando una tarea extraordinaria. Un canto de refinado estilo belcantista, sin escatimar los matices heroicos cuando eran necesarios, configuraron una excelente actuación que le significó un merecido aplauso del público. El bajo Christian Peregrino asumió el rol del emperador Justiniano I con poderosos medios vocales dignos de su investidura. Una pena que el rol quedara algo desdibujado en su magnificencia debido a algunas marcaciones que igualaban o emparejaban demasiado al emperador con el resto de los personajes.
Javier Logioia Orbe realizó una concertación interesante, a partir de la reconstrucción de la partitura encargada a Juan Casasbellas por BAL, ya que la edición del Teatro La Fenice se perdió con el incendio del teatro en 1996. Con brío y energía, pero sin descuidar los detalles, Logioia Orbe llevó adelante esta interesante y original creación donizettiana, permitiéndonos apreciar toda la belleza de sus melodías. La Orquesta —especialmente la sección de cuerdas— estuvo a la altura del desafío, cumpliendo con excelentes resultados. El Coro, dirigido por Juan Casasbellas, cumplió una tarea extraordinaria en los numerosos conjuntos y los bellos coros marciales a los que los compositores románticos eran tan adeptos.
En síntesis, una muy merecida recuperación de esta obra olvidada de Donizetti que contiene momentos musicales de enorme belleza, y que fue eficazmente servida por el equipo reunido por BAL para este “reestreno” argentino de Belisario.