Marcelo Perusso, hijo y régisseur
Por Juan Carlos Montero
LA NACIÓN, Viernes 16 de julio 2010.
La obra de Donizetti es una oportunidad para este joven director de escena.
En algunas de las óperas de Gaetano Donizetti (aproximadamente unos setenta títulos) se avizora que el tiempo estilístico del denominado bel canto del siglo XIX, comenzaba a extinguirse. Es que la gran trilogía que conformaba junto a Vincenzo Bellini y Gioacchino Rossini debía dar paso a nuevas ideas del teatro cantado, a la búsqueda de una síntesis de libreto teatral y música, a un intento de descripción con los sonidos de la situación dramática. Este es el aporte de Giuseppe Verdi posterior al éxito de su Nabucco, un músico que con cada nuevo título iba avanzando hacia la cumbre de su arte; Simon Boccanegra, Don Carlos, Aida, Otelo y Falstaff, ésta última incluyendo en la fuga final un evidente homenaje a Johann Sebastian Bach.
Por eso es interesante el detalle de que Belisario, soldado romano de alcurnia, encara un aria no bien pisa el escenario, como la mayoría de los personajes verdianos posteriores. También Donizetti imaginó una feroz pelea y, ¡oh, coincidencia significativa!, Verdi en La forza del destino provoca un dúo trágico con duelo y muerte, claro que con renovada maestría en tres aspectos básicos: la riqueza de la orquestación, el cálculo en los tiempos de la acción y un atinado y saludable poder de síntesis.
Herencia
La acción argumental de este Belisario de Donizetti, ideada por Cammarano, se refiere a un militar romano, de intachable conducta y de férreas creencias religiosas, acusado por su consorte de haber ordenado la muerte de su hijo. Por ello, de modo salvaje, se le deja ciego y se le destierra. Apenas una síntesis de un drama violento. "Sí, es algo trágico", reconoce Marcelo Perusso, el joven régisseur de esta puesta de Buenos Aires Lírica que hoy sube a escena en el Avenida.
Y en esa breve charla Perusso -hijo del director de orquesta Mario Perusso- no hace más que confirmar la alcurnia de su vinculación con el mundo de la ópera. "De muy chico casi podría decir que tomaba la mamadera en algún lugar de un teatro. De hecho, uno de mis primeros recuerdos tiene que ver con el día de estreno de una ópera, y la voz de mi padre en el silencio. Y me hacen gracia aún hoy las imágenes que guardo en mi memoria de cuando volvíamos a casa y me ponía a dibujar tratando de imitar las escenografías que habíamos visto. Además en ese tiempo tan rico, escuchaba a mi padre que hablaba de las óperas o lo veía enfrascado leyendo las partituras, y con gran paciencia respondía mis preguntas sobre el argumento, las dificultades para el canto y -más adelante- los detalles de la orquestación. Ese fue el medio cotidiano de mi niñez, en el que conocí mucho sobre las obras, los estilos; así también nació mi vocación".
- ¿Dónde estudiaste?
-Hice la Escuela de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón. Después seguí en la Cárcova, donde obtuve los títulos de profesor de dibujo, pintura y escenografía.
-¿Cuál es tu concepción de este montaje?
-La idea fue trabajar con una mirada más abstracta en cuanto a imagen y elementos. La pienso como un gran mosaico bizantino donde la acción se desarrolla dentro de él, tanto la escenografía y el vestuario como parte del maquillaje; todo está como dentro de un gran mosaico en movimiento.
-Pero no te alejás de las ideas de los autores...
-No, yo respeto el drama, la trama y la época sin modificaciones.
-¿Qué opinas sobre las tendencias actuales en cuanto a las puestas?
-Creo que hay algunas cosas que funcionan bien y otras que no. Eso tiene ver, sobre todo, con el texto que se toma, y si ese libreto lo permite o no porque no todas las obras son iguales. El tema básico es no estar a contramano del contenido.
-Ahora bien ¿qué es la ópera? ¿la suma de las artes o un género exclusivamente musical?
-
Para mí es un género no exclusivamente musical. Es teatro musical pero con música de nivel artístico superlativo.
-¿ Y qué es lo que los operómanos aprecian más: las arias, los conjuntos?
-
Hay de todo. Hay gente a la que le gusta apreciar el espectáculo general y hay gente que se la pasa con los discos y viene al teatro para escuchar a ver si la soprano o el tenor superan a los cantantes del pasado. Eso es una postura equivocada porque uno no puede vivir del pasado ni pretender que una función en vivo tenga el mismo nivel sonoro que una grabación que generalmente está procesada. En definitiva la ganancia de una función en vivo es el aquí y ahora, que produce ese sentimiento y emoción imposible de reproducir. Magia y misterio de estados de ánimo inolvidables.