Il ritorno d’Ulisse in Patria
en Buenos Aires
Por Gustavo Gabriel Otero
PROOPERA DE MÉXICO, Septiembre-Octubre
La decisión de presentar esta obra de Monteverdi, en carácter
de estreno local y sudamericano por parte de la Asociación
Buenos Aires Lírica, no puede dejar de celebrarse y constituye
gran aporte a la lírica Argentina. El espacio escenográfico
ideado por Alejandro Bonatto y Jerónimo Basso consistió en una tarima de
madera que ocupa
casi todo el escenario,
delimitando el
espacio donde se
mueven los humanos
y la diosa Minerva
cuando interactúa
con ellos. Dentro de
la tarima se logran
dos ambientaciones
diferentes por medio
de un gran cilindro
central, que abre y
cierra simétricamente.
Abierto, muestra el
interior del palacio
de Penélope; cerrado, un exterior con un fondo de árbol.
Por fuera de la tarima se movían los dioses con el agregado
de pompas de jabón para representar el fondo del mar o los
cielos. El planteo resultó adecuado a los rápidos cambios
escénicos pero algunos detalles poco felices desmerecieron
una concepción funcional e interesante. El vestuario diseñado
por Sofía Di Nunzio no poseyó un anclaje temporal
definido y resultó de un eclecticismo sorprendente; correcta
la iluminación Gonzalo Córdova y escasa la coreografía de
Cecilia Elías.
Alejandro Bonatto en la marcación escénica y como
responsable del equipo visual no logró redondear una
concepción dramática interesante. Su planteo actoral no
molestó pero tampoco aportó absolutamente nada, como
si no se hubiera llegado a una concepción de la obra
coherente y creíble. El maestro Juan Manuel Quintana, a
cargo del ensamble I Febiarmonici, condujo una versión de
primer orden, equilibrada y plena de matices. La respuesta
de la docena de excelentes instrumentistas fue ganando
en cohesión a medida que trascurría la representación.
El conjunto de cantantes resultó homogéneo y brillante,
destacándose en los pequeños roles el barítono Gustavo
Zahnstecher con bella línea en su Júpiter, el bajo Oreste
Chlopecki en su esfuerzo por encontrar el estilo barroco,
la homogeneidad del timbre del tenor Carlos Ullán, la
amalgama de las voces de Jaime Caicompai y Pilar
Aguilera como la pareja de Eurímaco y Melanto y con gran
comicidad Osvaldo Peroni como el glotón Iro.
A pesar de una experiencia frondosa en este repertorio, la
soprano María Cristina Kier no convenció como Minerva y
la Fortuna. Sus dificultades en las agilidades y en la afinación
opacaron la prestación de esta especialista en canto barroco.
Perfecta, en cambio, la caracterización de Evelyn Ramírez
de Penélope, con bella presencia escénica y una delicada
gama de matices expresivos en su canto. Gran triunfador
de la velada, junto a la contralto chilena, fue el contratenor
Franco Fagioli en el rol de Telémaco, con un registro
parejo en toda la extensión, canto seguro y musical y de
afinación perfecta. Su limitada capacidad gestual habrá que
cargarla a la cuenta del director escénico. Pero sin lugar a
dudas el protagonista y el triunfador principal de la noche
fue el barítono Víctor Torres con un Ulises de prístina
dicción, perfecta emisión, gran belleza de timbre y excelencia
estilística, musical y expresiva. |