Festejos para el recién llegado
Por Pola Suárez Urtubey
LA NACION, Espectáculos, Jueves 23 de julio de 2009
Todavía esta noche y el sábado, en el Avenida, será posible estremecerse con los hallazgos musicales de Il ritorno d´Ulisse in patria de Monteverdi, con el que Buenos Aires Lírica ha levantado en varios grados la temperatura de esta ciudad golpeada desde distintos flancos (llámense odisea del Colón o gripe A) en el territorio de la ópera. Con este estreno no sólo local sino sudamericano, nos ponemos en la órbita mundial del teatro lírico, ya que la exhumación de este penúltimo trabajo monteverdiano, estrenado en Venecia en 1640, sólo se produjo, en forma parcial al menos, en París, en 1925, con adaptación y dirección de Vincent d?Indy, lo que ya es decir. Posteriormente, y en adaptación de Dallapiccola¸ llegaría en 1942 a Florencia y en 1963 a la Piccola Scala de Milán. Desde entonces, el mundo les quedó chico a Ulises y Penélope: los recibieron con todos los honores en Stuttgart, Londres, Viena, Glyndebourne, Zurich y Mézières en Suiza, Salzburgo, Colonia, San Francisco, Amsterdam, Siena, Gante y Amberes, y numerosas ciudades de Francia, entre ellas Montpellier, donde brillaron los nombres de Jacobs en la dirección, Deflo en la realización escénica y nuestra Bernarda Fink como Penélope. Con el añadido de la versión fílmica basada en la colaboración de dos eminencias, Harnoncourt y Ponelle, para la Opera de Zurich (1977).
Entre las grandes bellezas que nos proponen ahora los intérpretes, casi exclusivamente locales y muy bien valorizados en la nota crítica de este diario, vale la pena detenerse un momento en el comienzo del primer acto, que transcurre en el palacio real de Itaca, donde Penélope llora la ausencia de Ulises. Y lo hace, naturalmente, a través de un lamento, especie musical que ya para la época de Monteverdi tenía larga existencia (el planctus medieval) pero al que este compositor da carta de ciudadanía en la ópera a través del lamento de su segunda ópera, Arianne, de 1608, único fragmento que sobrevive de ella. En el caso de nuestra Penélope, sus primeras palabras, "Di misera Regina?" siguen el procedimiento que se convertirá en modelo del barroco: comienzo salmódico o sea repetición de un mismo sonido y luego descenso cromático a menudo con cambios bruscos de modo. Todo ello dentro de una sobrecogedora monotonía, previa a un quejumbroso fragmento que finaliza con el clamor a su marido: "Torna, deh torna, Ulisse!" De hermosuras semejantes está plagada la obra. Sólo es preciso estar preparados para escucharlas.
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