Un regreso triunfal de Monteverdi
Por Federico Monjeau
CLARÍN, Domingo 19 de julio de 2009
El estreno sudamericano contó con un inmejorable reparto y una experimentada orquesta barroca.
El retorno de Ulises a la patria, que Buenos Aires Lírica acaba de presentar en carácter de estreno sudamericano, es una de las tres óperas que sobreviven de Claudio Monteverdi, aunque lógicamente se trata de una sobrevida incierta en cuanto a originales, revisiones y autorías, y es improbable que todo lo que se conserva de la obra provenga de la pluma de Monteverdi (tanto en materia de revisiones como de originales, ya que la idea de autoría era por entonces muy distinta de la actual).
Es una de sus obras tardías. Se estrenó en Venecia en 1640 (tres años antes de L'incoronazione de Poppea y de la muerte del autor), y a los pocos meses se repuso con algunos cambios en Boloña, probablemente con los tres actos de la versión actual. El libreto pertenece a Giacomo Badoaro, y narra el regreso de Ulises a Itaca, desde que el héroe despierta en una playa bajo el ala protectora de Minerva hasta su anhelado rencuentro con Penélope, disfraces, reconocimientos y matanzas de pretendientes mediante.
La escena de esta producción transcurre por entero en dos ambientaciones, admirablemente realizadas por medio de un gran cilindro central, que abre y cierra simétricamente. Abierto, muestra el interior del palacio de Penélope; cerrado, un exterior con un mismo fondo de árbol. La arquitectura del palacio es atemporal y fantasiosa, con escaleras que parecen conducir a ningún lado; hay algunos leves toques kitsch, que no están mal, y en la imagen del osito que Minerva le restituye a Ulises después del largo sueño hay un eco, deliberado o no, del yo-yo de Séneca en la histórica Poppea de Gilbert Deflo en el Colón.
La producción contó con uno de los mejores repartos que puedan concebirse hoy para Monteverdi, no sólo en la Argentina sino en el mundo entero; empezando por el barítono Víctor Torres como Ulises. Es difícil decidir si su entrada en escena sobre el último tercio del primer acto (aunque no es propiamente una entrada, sino un despertar) es un hecho tan poderoso musical y dramáticamente sólo por un magistral golpe compositivo del autor, o bien por la performance de Torres, tan justo en la expresión y tan luminoso en el registro medio agudo, como una especie de Gardel en el mundo de la ópera.
Pero Torres no es el único. Brillan muy especialmente -aunque en este caso por su maravilloso tono mate- la contralto Evelyn Ramírez como Penélope, la soprano María Cristina Kiehr como Minerva y el contratenor Franco Fagioli como Telémaco, sin olvidar a Pablo Pollitzer como Anfinomo, a Pilar Aguilera como Melanto, a Jaime Caicompai como Eurimaco, a Carlos Ullán como Eumete, a Osvaldo Peroni como Iro, a Gustavo Zahnstecher como Júpiter y a Oreste Chlopecki como Neptuno. También la orquesta reúne lo más granado en la interpretación de la música barroca, entre otros Manfredo Kraemer en primer violín y Dolores Costoyas en primera tiorba. La dirección de Juan Manuel Quintana es irreprochable en el equilibrio general y en los matices.
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