Una buena noche de ópera
Por Gustavo Gabriel Otero
MUNDO CLÁSICO, Domingo 29 de marzo de 2009
Cada vez más próxima a cumplir doscientos años de gloriosa trayectoria, La Traviata de Verdi sigue resultando una de las obras imbatibles del repertorio lírico, aunque esto continúe exasperando a ciertos círculos pretendidamente intelectuales. Si el acercamiento a la obra se produce, como en la que comentamos, con una suntuosa versión orquestal y con una respetuosa modernización, las razones de la perennidad quedan palmariamente demostradas.
Carlos Vieu concertó de manera brillante. Atento en todo momento al estilo, al fraseo y la perfección, logró una respuesta del más alto nivel por parte de los maestros integrantes de la orquesta.
Lamentablemente las dimensiones del escenario del Teatro Avenida determinaron que la banda interna, que toca en el primer acto y en la escena del carnaval en el último, se supla con algunos de los músicos en el foso. Esto alteró el balance sonoro que estamos habituados a escuchar en estas escenas resultando el sonido más potente que lo habitual. Esto vuelve a poner en el tapete la urgente modernización y ampliación del foso y del escenario del Teatro Avenida obra que sus autoridades, que lucran con su alquiler, deben encarar con premura luego de diez años de continuidad de espectáculos líricos -de diferentes instituciones- en su sala.
Pablo Maritano trasladó la acción a una modernidad intemporal, aunque vagamente ubicada alrededor de los años '60 del siglo pasado. Su marcación fue precisa y los movimientos adecuados.
El uso de la paleta cromática determinó un predominio del gris -un intento, acaso, de reflejar la sociedad que rodea a la protagonista- con notas de color dadas por Violetta y por los pocos momentos de felicidad del segundo acto que terminan con la entrada de Germont padre.
De excelencia el marco escénico ideado por Diego Siliano e iluminado por Gonzalo Córdova, realizado con proyecciones y pocos elementos. La ductilidad de los recursos utilizados hizo que en el primer acto puedan definirse cuatro lugares distintos de la casa de Violetta, con una notable subida a la terraza -con vista de París incluida- en el final de la escena. Bien delineada la casa de campo con algo de color con intencionada artificialidad que muta al gris con la llegada de Giorgio Germont y de un sobrio lujo la casa de Flora. El último acto nos muestra en el preludio diversas imágenes de París para focalizarse en la casa de Violetta que luce el paso del tiempo y de la falta de dinero.
Lujoso y perfecto el vestuario creado por Sofía Di Nunzio y no más que correcta la coreografía de Cecilia Elías.
En el protagónico la soprano Ivanna Speranza demostró una vocalidad de buena escuela, más adecuada para las coloraturas del primer acto que a la dramaticidad del resto. Una actuación convincente y su entrega al personaje lograron redondear una actuación de calidad en un rol que no se aviene totalmente a las posibilidades de la artista.
A su lado el tenor Arnaldo Quiroga como 'Alfredo' demostró buen material vocal, una técnica de canto aún en construcción y una actuación parca.
El barítono Omar Carrión en el rol de Giorgio Germont fue modelo de canto lírico italiano. Fu ejemplo de fraseo, matices e intenciones. Su sobria actuación -no hay que olvidar que es un frío y despótico padre burgués- resultó descollante y los matices y medias voces con las encaró 'Di Provenza' inolvidables.
Irregular el resto del elenco y de muy buen desempeño el Coro de la mano de Juan Casasbellas.
En suma: una buena noche de ópera con esta Traviata que abrió la temporada 2009 de Buenos Aires Lírica. |