"The Rake's Progress" en el Teatro Avenida:
Stravinsky-Auden, dos humanistas del siglo XX
Por Ernesto Castagnino
TIEMPO DE MÚSICA, Jueves 14, Mayo 2009
La equilibrada y en muchos momentos inspirada producción de esta ópera de Igor Stravinsky le augura un lugar de privilegio entre los momentos más destacados del año. Por Ernesto Castagnino.
THE RAKE'S PROGRESS (La carrera del libertino) , ópera en tres actos con música de Igor Stravinsky y libreto de W. H. Auden y Chester Kallman. Función del viernes 8 de mayo de 2009 en el Teatro Avenida, organizada por Buenos Aires Lírica. Dirección musical y clave: Alejo Pérez. Puesta en escena: Marcelo Lombardero. Escenografía: Daniel Feijóo. Vestuario: Luciana Gutman. Iluminación: Horacio Efrón. Elenco: Christian Peregrino (Trulove), Ana Laura Menéndez (Anne), Jeffrey Lentz (Tom Rakewell), Gustavo Gibert (Nick Shadow), Marta Cullerés (Mother Goose), Evelyn Ramírez (Baba la turca), Santiago Bürgi (Sellem), Walter Schwarz (Un guardian). Coro Buenos Aires Lírica y orquesta. Director de coro: Juan Casasbellas.
Los grabados del inglés William Hogarth (1) -cúspide del género satírico tan caro al espíritu inglés- fueron el punto de partida para la creación de Igor Stravinsky de su ópera más extensa y más -si se permite la tautología- operística. La serie de grabados llamada La carrera del libertino narra las vicisitudes de Tom Rakewell, joven enamorado de Anne Trulove, quien luego de heredar gran cantidad de dinero se extravía en el abismo de las tentaciones y vicios propios de la gran ciudad perdiéndolo todo, salvo el amor de la fiel Anne. Los responsables del libreto, el poeta W. H. Auden y el dramaturgo Chester Kallman, transformaron esta historia del siglo XVIII en un verdadero manifiesto acerca de la alienación del hombre en el capitalismo. Incorporaron un personaje con resabios del Mefisto goethiano, Nick Shadow, el siniestro "sirviente" que acompaña como una sombra al inocente Tom. El espectador sabe desde el comienzo que el aparentemente servil Shadow es quien mueve los hilos que llevan al hundimiento del joven, primero en el vértigo del sexo y el consumo, y finalmente en la locura y la muerte.
Para comprender el espíritu que comandó la creación de esta obra leamos lo que el propio Auden escribió en "Notas sobre música y ópera": "La época dorada de la ópera, de Mozart a Verdi, coincidió con la época dorada del humanismo liberal, de la incuestionable creencia en la libertad y el progreso. Si las buenas óperas son hoy más raras, esto puede ser el resultado no sólo de que hayamos aprendido que somos menos libres de lo que imaginaba el humanismo del siglo XIX, sino también de que hayamos perdido hasta cierto punto la certeza de que la libertad es una bendición inequívoca, de que los libres son necesariamente los buenos" (2). Desde el punto de vista musical esta obra es considerada el punto culminante del neoclasicismo de Stravinsky. La presencia de la estructura operística clásica, recitativo-aria-conjunto y la utilización para los recitativos del clave son los elementos arcaizantes con los que se divierte el compositor, entrelazando melodías muy cantables alla italiana con disonancias que nos arrastran desde el siglo XVIII al XX y viceversa.
Escénicamente se trata de una obra compleja ya que se desarrolla por medio de una sucesión de cuadros con los consiguientes cambios de escenografía, problema que el régisseur Marcelo Lombardero y el escenógrafo Daniel Feijóo resolvieron muy bien. La concepción de Lombardero puso de relieve la fuerza poética del texto de Auden subrayando en forma sutil los aspectos de crítica y denuncia de la deshumanización en el sistema capitalista. El resultado es un espectáculo de gran relieve y equilibrio en el que el público pudo seguir, en una lectura clara pero a la vez abierta a la polisemia, la secuencia dramática, sin interferencias ni redundancias. El director de escena compuso cuadros de singular belleza y profundo simbolismo como las escenas en que Tom se deja caer hacia atrás desde lo alto, cual cantante de rock, y es cargado en brazos por las mujeres del burdel o por los locos del manicomio, alusión al descenso de la cruz de la iconografía cristiana. Lombardero logró poner en escena una obra compleja sin perderse en los laberintos de la abstracción poética ni caer en la obviedad de la parodia.
La escenografía de Feijóo resultó acertada y eficaz, acentuando también ciertos simbolismos pero sin ser redundante. El vestuario ideado por Luciana Gutman fue creativo y bien realizado, con una reunión de elementos contemporáneos y retro, osados y naive que acompañaron muy bien el planteo general. La iluminación a cargo de Horacio Efrón aportó un elemento visual de interesantes efectos y contrastes, como por ejemplo en la escena final del manicomio, iluminada con tubos fluorescentes.
En el aspecto vocal, el rol titular estuvo a cargo del tenor norteamericano Jeffrey Lentz , que a fuerza de entrega logró un buen resultado en un papel que requiere una voz de mayor peso y sustancia. Su interpretación del influenciable Tom Rakewell fue correcta aunque no hubiera venido mal algo más de sustancia también aquí, no obstante la escena final de la locura resultó conmovedora. La fiel y enamorada Anne Trulove tuvo en la soprano Ana Laura Menéndez un vehículo ideal, vocalmente irreprochable y con la dosis justa de fragilidad sin caer en la bobera. La pareja de Lentz y Menéndez, muy compenetrados entre sí, brindó bellas versiones de los duetti que Stravinsky compuso para la pareja de enamorados. El antagonista de Anne, el diabólico Nick Shadow, estuvo a cargo del barítono Gustavo Gibert, quien brindó su experiencia escénica en una interpretación bien equilibrada e intensa. Desde el punto de vista vocal resultó impecable su dicción y transmisión del texto dándole a su voz los colores oscuros y siniestros que caracterizan a este personaje.
La contralto chilena Evelyn Ramírez fue Baba la Turca , una exótica belleza barbuda con quien se casa Tom por snobismo. Ramírez demostró su versatilidad asumiendo un rol muy diferente al de Isabella en L'italiana in Algeri, que con tan buen resultado asumió el año pasado. Su interpretación fue convincente y sus notas seguras. El tenor ligero Santiago Bürgi encabezó, en el rol de Sellem, el difícil concertante de la escena de la subasta con vocalidad adecuada y presencia. Buenos aportes a cargo de Christian Peregrino como Trulove, Marta Cullerés como la regenta del burdel y Walter Schwarz como el guardián del manicomio.
El director musical Alejo Pérez tuvo a su cargo la concertación de la ópera con excelentes resultados. La batuta de Pérez logró transmitir el diálogo que establece el compositor entre el siglo XVIII y el XX, sin transformarlo en parodia o burla, regulando la intensidad y logrando un buen ensamble entre el foso y el escenario. La orquesta estuvo a la altura de las circunstancias como así también el coro, que tuvo una participación destacada en la escena de la subasta antes mencionada.
Asistimos, en definitiva, a una excelente versión de una obra poco representada y siempre bienvenida, con un resultado equilibrado en la dirección escénica y la musical, capaces de extraer la belleza de un texto y una partitura inspirados que aún tienen mucho para decirnos. |