El poder de seducción de las palabras
Por Diego Fischerman
PÁGINA 12 - Cultura & Espectáculos, Viernes 18 de Septiembre 2009
La resonancia contemporánea es sólo una de las virtudes de la obra de Menotti, que en su puesta porteña encontró especial brillo gracias a una acertada puesta, un elenco sin fisuras y una orquesta excelente, bajo la batuta de Javier Logioia Orbe.
Opera de Gian Carlo Menotti
Temporada de Buenos Aires Lírica
Dirección musical: Javier Logioia Orbe.
Puesta en escena: Fabián von Matt.
Diseño de escenografía: Daniela Taiana.
Diseño de vestuario: Stella Maris Müller.
Diseño de iluminación: Alejandro Le Roux.
Elenco: Carla Filipcic Holm, Hernán Iturralde, Virginia Correa Dupuy, Elisabeth Canis, Leonardo Estévez, Osvaldo Peroni, Walter Schwarz, Andrea Nazarre, Gabriela Ceaglio, Vanina Guilledo, Mariano Fernández Bustinza y actores.
Teatro Avenida (Avenida de Mayo 1212).
Ultima función: Mañana a las 20.
El cónsul, de Gian Carlo Menotti, es una ópera situada por afuera de cualquiera de las tendencias estéticas dominantes en la música del siglo XX. Y, sin embargo, es una obra absolutamente contemporánea. Y no sólo por su tema, que apela de manera directa a la historia de ese siglo, sino, también, por un tratamiento musical que no desdeña cruzar las fronteras entre lo “alto” y lo “bajo” y entre la tradición pucciniana y el musical de Broadway o, directamente, la música de cine, tantas veces como sea necesario para crear sentido teatral. Más allá de cierto maniqueísmo que lleva la marca inocultable de la Guerra Fría (y de la ideología de uno de sus bandos, el norteamericano), esta composición estrenada en 1950, merecedora de un Pullitzer y, también, de una tapa de la revista Time, tiene una fuerza y un poder de conmoción que aún hoy permanecen intactos.
Menotti, radicado en Estados Unidos (donde fue pareja del también compositor Samuel Barber) y fundador del Festival de Spoleto, en Italia, fue el libretista de todas sus óperas (y de dos de Barber). El cónsul es la primera en gran formato, aunque exige una orquesta de cámara. “Me han pedido muchas veces que la reescriba para orquesta grande, para que se escuche mejor en una sala de ópera típica, pero yo amo esa sobriedad que permite que las palabras se oigan mejor”, dijo el compositor. Y la puesta en escena que presenta la asociación Buenos Aires Lírica en el Teatro Avenida (mañana a las 20 será la última función) tiene como una de sus virtudes principales el ir en esa misma dirección: poner la palabra en primer plano. Es claro que, en ese caso, se trata de palabras cantadas y es la música, con sus amplios intervalos en la conmovedora canción de cuna que canta la madre (una excelente Virginia Correa Dupuy) o el terror implícito en escenas como en la que el jefe de policía busca intimidar a Magda (con su inevitable resonancia de Tosca y Scarpia, también con el marido y la traición como telones de fondo), la que convierte a esas palabras en otra cosa. El compositor hizo siempre hincapié en que El cónsul no era una ópera realista. Y es que, en efecto, junto a la metáfora del poder y la burocracia que se desarrolla en la antesala de un cónsul que jamás aparecerá, aparecen escenas buffas –las del mago– y oníricas –todo el final que, en rigor, termina debilitando un poco la acción–.
El director de escena Fabián von Matt, nacido en Brasil, formado inicialmente en Buenos Aires y radicado en Europa, acierta al manejarse con un dispositivo ascético: el escenario sórdido de la casa del disidente y su familia y los angulares modernismos (de los '50) de la oficina consular. Agrega, en el caso del hogar, unas especies de vitrinas iluminadas, a ambos costados del escenario, donde transcurre la vida cotidiana de los representantes del poder (la secretaria, los policías). Y realiza dos cambios sobre el texto. El primero, acertadísimo, en que la secretaria, en el único momento en que abandona su rígida armazón protocolar y repite “esas caras, esas caras, cuelgan desde el techo y en las paredes”, cuando debe decir “esos nombres” se confunde y dice “esos núm... esos nombres”, acentuando la deshumanización. El otro, más discutible, sobre el final, cuando hace que el mago, con un gesto de su varita, haga sonar el teléfono. En rigor, la presencia de ese personaje en el libreto, y en ese final, ya es un poco forzada en sí misma. Tal vez sea mejor, entonces, que, como pide Menotti, sea el mago, desde la propia fantasía de Magda en su agonía, quien la arrope junto al horno donde ha abierto todas las llaves de gas, mientras el teléfono, último rastro de la realidad, suena sin que nadie llegue a atenderlo.
Con una escenografía sumamente funcional diseñada por Daniela Taiana, un muy buen trabajo de iluminación de Alejandro Le Roux y un preciso vestuario de Stella Maris Müller, junto a una excelente orquesta dirigida con precisión por Javier Logioia Orbe, se destacan una brillante Carla Filipcic Holm, en el papel de Magda Sorel y Hernán Iturralde, de cálido timbre, exacto en el fraseo y dúctil en lo actoral, como John Sorel (la elección del apellido, con su resonancia del héroe de Rojo y negro tampoco es casual), encabezando un elenco sin fisuras donde también brilló la secretaria de Elisabeth Canis. |