Rossini, en una brillante realización
Por Sandra de la Fuente
CLARÍN, Martes 15 de abril de 2008
En el inicio de la temporada de Buenos Aires Lírica, la notable puesta se complementó con un excelente reparto.
HOLLYWOOD, AÑOS 40 LA PUESTA DE PABLO MARITANO TIENE UNA ESTETICA CINEMATOGRAFICA.
Con una ágil y cuidada producción de Buenos Aires Lírica, La italiana en Argel, ópera cómica de Gioachino Rossini y libreto de Angelo Anell, subió al escenario del Avenida. El choque entre las costumbres europeas y turcas -un tópico relevante en el siglo XVIII que continuó en el XIX, explorado no sólo en óperas de Rossini y Mozart sino también en la más pura música instrumental- no ha perdido actualidad.
Desplazada hacia los años 40 del siglo XX, la puesta del joven Pablo Maritano con escenografía de Andrea Mercado no sólo actualiza la historia sino que aporta un enfoque cinematográfico. Los guiños al Hollywood de los años dorados ayudan a internacionalizar el conflicto.
La estilizada y abstracta decoración del palacio musulmán tiene una línea de continuidad en la elegancia síntesis art decó de la embarcación. Los colores dorados, cálidos y algo oscuros del primer cuadro, en la geografía musulmana, se complementan con los azules y diáfanos de la escena marítima. Una recurrente organización axial alinea no sólo al mobiliario sino también al cuerpo de solistas y coro. Esa simetría, junto con los tonos netos de la escena, crea un interesante contrapunto con las endiabladas coloraturas de la partitura.
No menos cuidada es la actuación de cada uno de los artistas. Un naturalismo más cercano al cine que a la ópera sostiene no sólo a los solistas sino también al coro y acompaña la magistral resolución de las más ágiles y ornamentadas melodías. Sin momentos muertos en la expresión, aun los gestos más convencionalmente paródicos encuentran un sentido dentro de la puesta: en la escena de coronación del Pappataci, el anodino cabeceo del coro es leído por Mustafá como un imprescindible rito de iniciación. Es imposible reprimir la carcajada ante esa sutil muestra de ingenuidad del temible personaje.
Hernán Iturralde (Mustafá) descubre todo su potencial vocal y dramático y se convierte sin duda, en la pieza clave de esta producción. La contralto chilena Evelyn Ramírez, resulta también formidable en el papel de la despabilada y sensual Isabella. El tenor Jaime Caicompai, también chileno, compone un Lindoro dulce; Caicompai es dueño de un timbre precioso que encuentra su mejor expresión cuando no lo fuerza para conseguir un mayor caudal. El barítono Fernando Santiago hace un gracioso y abrumado Taddeo y la soprano Jimena Semiz, una simpatiquísima y exacta Elvira. La mezzo Florencia Machado, en el papel de Zulma, y el barítono Gustavo Feulin, en el de Haly completan el notable elenco.
Pequeños desajustes del coro no opacaron la gran realización. La concertación general, a cargo del experimentado director Guillermo Brizzio resultó adecuada.
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