Una bella Helena
Por Gustavo Gabriel Otero
MUNDOCLÁSICO, Jueves 12 de junio de 2008
Buenos Aires, 08.06.2008. Teatro Avenida. Jacques Ofenbach: La belle Hélène. Opéra bouffe en tres actos. Libreto de Henri Meilhac y Ludovic Halévy. Peter Macfarlane, dirección escénica y diseño de iluminación. Nicolás Rosito, escenografía. Daniela Taiana, vestuario. Carina Vargas, coreografía. Juan Casasbellas y Peter Macfarlane, adaptación de diálogos al castellano. Mariana Rewerski (Hélène), Carlos Ullán (Paris), Osvaldo Peroni (Ménélas), Leonardo Estévez (Agamemnon), Walter Schwarz (Calchas), Vanesa Mautner (Oreste), Pablo Pollitzer (Achille), Carlos D'Onofrio (Ajax Primero), Gustavo Zahnstecher (Ajax Segundo), Rocío Arbizu (Bacchis), Gabriela Ceaglio (Parthénis), Andrea Nazarre (Leena), Mariano Caligaris (Philocôme), Constanza Panozzo y Liliana Taboada (dos muchachas). Orquesta y Coro de Buenos Aires Lírica. Director del Coro: Juan Casasbellas. Director Musical: Dante Ranieri. Espectáculo presentado y producido por la Asociación Buenos Aires Lírica.
El 17 de diciembre de 1864 el público de París se encontró con la satírica La belle Hélène de Offenbach, con el escándalo de desacralizar a Homero y con melodías pegadizas y brillantes que la convirtieron prontamente en un éxito. A Buenos Aires llegó el 27 de febrero de 1869 cantándose en innumerables ocasiones tanto en francés original como en alemán e italiano hasta el año 1924, en el que se registra su última subida a escena en el Teatro de la Ópera.
No puede menos que alabarse la decisión de recuperar un género que fue muy popular en Buenos Aires entre los últimos años del siglo XIX y principios del XX y para ello la Asociación Buenos Aires Lírica tomó dos decisiones, que si bien pueden ser no totalmente compartidas, trataron de ser un nexo para recuperar el género para el público contemporáneo: acortar y actualizar los extensos parlamentos y presentar estos diálogos en castellano.
En principio acortar los diálogos fue una decisión acertada aunque no se comprendió bien la humorada sobre el juego de la Oca y resultó confusa la escena de las charadas, debido a los cortes efectuados.
La actualización de los diálogos fue poco feliz pues en lugar de volver a escribir el guión, mediante un especialista en estos temas, sólo se interpolaron algunas frases sobre la actualidad y la referencia a algunas cuestiones contemporáneas como la radio o internet con un resultado a medio camino entre el original y la renovación.
Más difícil es poder realizar una valoración justa sobre la decisión de presentar la obra en formato bilingüe: texto en castellano y canto en francés. La comprensión del texto es evidente y es una razón de peso a favor, la posibilidad de la traducción simultánea, habitual para el texto cantado, contrapesa el argumento pero es importante decir que la lectura de la traducción habría quitado atención sobre el escenario. La posibilidad de contar con un elenco que pudiera recitar en un buen francés es otra razón para preferir el castellano, pero salvo algunos pocos la palabra hablada de los cantantes no es de lo mejor y entonces qué importancia tiene el idioma en que se recita si en ambos casos el resultado no será de excelencia. Por último la transición entre texto hablado y cantado, tema de por sí difícil en este género, se ve acrecentada por el cambio de idioma. En síntesis: hay tantos buenos argumentos para una y otra opción. Personalmente hubiéramos preferido la totalidad en francés pero el camino tomado por Buenos Aires Lírica es plenamente válido y justificado, y a la postre resultó muy bueno para la casi totalidad de los espectadores.
La versión
Para la puesta en escena, Buenos Aires Lírica recurrió a un especialista en comedia musical, el director tucumano de familia escocesa Peter Macfarlane quien, basándose en el surrealismo del concepto original, utilizó algunos detalles del mundo del musical, del rock y pop, y de la historieta. En todo momento se quiso anclar la obra en una propuesta kitsch con toques bizarros, estética de varieté y algún guiño de cuento para niñas como en la escena del dúo del sueño del segundo acto donde la cama con dosel rosa y las actitudes de los protagonistas nos llevaron al mundo de la muñeca Barbie y su novio Kent. Los movimientos fueron naturales y perfectos logrando creíble actuación por parte del todo el elenco y el coro, y de excelencia la iluminación del propio Mcfarlane.
De buena factura la escenografía de Nicolás Rosito con esas nubes celestes que incrementaron el sabor naïf de la obra. Con lejanas reminiscencias griegas, una gran escalera y alguna estética televisiva se dio el marco necesario a la acción.
Ecléctico el vestuario diseñado por Daniela Taiana. En su mayoría de inspiración griega pero, también con toques de los años '20, algo de los '50 y '60 y el rock, un poco de hippies y una pizca de teatro de revistas. La factura del mismo decididamente excelente y su heterogeneidad una clara decisión estética en todo de acuerdo con la puesta en escena. Adecuada la coreografía de Carina Vargas.
Con todo, la propuesta visual resultó de primer nivel, cumpliendo uno de los parámetros de la entidad organizadora desde sus inicios: la renovación de las puestas escénicas.
En la faz musical la versión fue de gran altura con la segura batuta de Dante Ranieri y la buena respuesta de la orquesta, acompañados por la excelencia del Coro que dirige Juan Casasbellas.
Como Hélène la mezzosoprano Mariana Rewerski brilló por su capacidad actoral, línea de canto, expresividad y belleza.
Carlos Ullán, un poco exigido como actor en el rol de Paris, tuvo un muy buen desempeño vocal con adecuado estilo francés y fraseo brillante.
Osvaldo Peroni compuso un Ménélas pleno de histrionismo, convincente en los diálogos y sólido en la línea francesa de canto.
Walter Schwarz (Calchas) y Vanesa Mautner (Oreste) dieron lustre vocal y escénico a sus partes, bien acompañados por el sonoro Leonardo Estévez (Agamemnon), los ajustados Carlos D'Onofrio (Ajax Primero) y Gustavo Zahnstecher (Ajax Segundo), la histriónica Rocío Arbizu (Bacchis), las bellas Gabriela Ceaglio (Parthénis) y Andrea Nazarre (Leena), la comicidad de Mariano Caligaris (Philocôme) y la solidez actoral no acompañada con volumen vocal de Pablo Pollitzer (Achille).
En suma: una velada agradable que nos hizo olvidar los problemas cotidianos con una bella Helena. |