Correcta realización de Attila, de Giuseppe Verdi
Por Pablo Kohan
LA NACIÓN, ESPECTÁCULOS, Domingo 20 de julio de 2008
Se luce la soprano Mónica Ferracani como Odabella
Attila, ópera de Verdi, sobre libreto de Temistocle Solera, con Homero Pérez-Miranda (Attila), Omar Carrión (Ezio), Mónica Ferracani (Odabella), Arnaldo Quiroga (Foresto) y elenco. Régie: Marcelo Perusso. Coro y Orquesta de Buenos Aires Lírica. Dirección: Javier Logioia Orbe. Buenos Aires Lírica. Teatro Avenida. Nueva función: hoy, a las 18. Nuestra opinión: Buena
Con las reservas que cualquier analogía supone, podríamos afirmar que Attila es a La traviata lo que Rienzi es a cualquiera de las óperas posteriores de Wagner. Es que, en la comparación con cualquiera de sus óperas posteriores a 1851, cuando estrenó Rigoletto , en esta obra de Verdi las cuestiones argumentales y los recursos musicales puestos en práctica son, por decirlo con el mayor de los respetos, limitados. Los personajes son un tanto unívocos en su heroicidad y reiterados en sus objetivos, sin indagaciones o profundizaciones hacia aspectos más humanos o psicológicos. En consonancia, Verdi desplegó un arsenal compositivo que apuntó a reforzar esas demarcaciones. Con todo, hay aperturas eventuales hacia otros rostros o conductas, pero, en esta realización, mayormente correcta y un tanto grandilocuente, no encontraron una interpretación acorde.
Marcelo Perusso apostó adecuadamente, en función de lo que el libreto plantea, por una realización de perfiles épicos. Así, con lo que permite el espacio del escenario del Avenida, hubo escenificaciones grandiosas y muy buenos recursos de iluminación para crear efectos apropiados. En la misma sintonía de grandeza, y no pareció lo más atinado, las actuaciones y desarrollos teatrales se vieron demasiado estereotipados y convencionales, tanto en el plano individual como en las escenas de conjunto, sin chances para otro tipo de interpretaciones. Salvo por los aportes de Mónica Ferracani, sin lugar a dudas, la verdadera heroína en el día del estreno.
Si bien es cierto que el papel de Odabella es el que más oportunidades ofrece para concretar diferentes aproximaciones dramáticas, habría que convenir que hay que saber hacerlas. Y Ferracani no dejó pasar la oportunidad. Con una voz que no tiene inconvenientes en aparecer enérgica o tenue, doliente o esperanzada, y una afinación impecable que se paseó, sin dificultades, por las zigzagueantes melodías que Verdi puso para alterar la tranquilidad de cualquier soprano, Mónica se llevó, merecidamente, todos los aplausos, tanto en el final de su fantástica y bellísima aria del primer acto como cuando, uno a uno, los cantantes aparecieron para saludar, al final de la ópera. Salvo algún desliz ocasional de afinaciones dudosas o de emisiones desparejas, el resto del elenco se manejó con soltura, mejor en lo musical que en lo actoral. Aunque, menester es recordarlo una vez más, en Attila , Verdi no les dio muchas posibilidades a los cantantes para apartarse de cierto tipo de molde muy uniforme y con escasas variantes. Por lo demás, bien el coro, bien la orquesta y muy ajustado, en su trabajo, Javier Logioia Orbe.
Sabemos todos que la ópera es un tipo de espectáculo único y maravilloso que requiere complicidades. Nadie canta cuando se enoja, se enamora o fallece. Ni tampoco necesitamos una fidelidad puntual con sucesos históricos. Pero, a más de 150 años de su estreno, y muy distantes de aquellos ideales que guiaron el Risorgimento italiano, este argumento de un Attila cruel y enamorado, inocente e insensato, muerto a manos de su flamante esposa, en territorio italiano, podrá haber sido muy conveniente para construir una identidad italiana e independentista, pero choca violentamente con lo que la historia nos recuerda sobre la vida y muerte del rey de los hunos. Y ni siquiera el muy buen canto de Mónica Ferracani puede aventar una sonrisa o alguna molestia ante tanta manipulación histórica. |