Más bufa de lo que imaginó Donizetti
Por Juan Carlos Montero
LA NACIÓN. Domingo 30 de septiembre de 2007
Opera cómica L´elisir d amore, de Gaetano Donizetti, con libreto de Felice Romani. Elenco: Patricia Cifuentes (Adina), Luis Olivares (Nemorino), Leonardo Estévez (Belcore), Fernando Santiago (Dulcamara) y Gisela Barok (Giannetta). Régie: Claudio Gallardou. Iluminación: Claudio Gallardou y Rubén López. Director de coro: Juan Casasbellas. Vestuario: María Clara Bestia. Ciclo de Buenos Aires Lírica. Teatro Avenida.
Nuestra opinión: bueno
Bien se conoce que Donizetti se afirmó como un directo heredero del Rossini cómico con L elisir d amore, en el que, de un modo parecido a El barbero de Sevilla , sitúa una ridícula acción y los personajes en lo cotidiano de un sector de la sociedad, en este caso en un pueblo de campesinos. Por otra parte, el compositor con sabiduría, alterna momentos serios con otros de una comicidad que se desborda libremente. De ahí que la partitura esté plagada de melodías alegres y encantadoras, salpicadas por pasajes en los que predomina un embeleso idílico, tierno y refinado.
Y son precisamente esa alternancia y la inspiración de sus temas las razones que han elevado a L elisir... a la categoría de obra ejemplar dentro del género buffo , compartiendo el sitial con la mencionada obra rossiniana y con su posterior acierto, el Don Pasquale , que, de todos modos, aparece como superior en su contenido musical, y en su gracia y nostalgia, con personajes muy alejados de la simpleza de Nemorino o del carácter ridículo de un Belcore.
Jerarquía musical
La versión ofrecida en la faz musical destacó el conocimiento que de la obra posee Dante Ranieri, adquirido a través de sus admirables intervenciones en carácter de tenor y ofreciendo un Nemorino de real jerarquía musical. Ahora, como director, acertó en los tempi y logró un rendimiento muy ajustado del conjunto instrumental, un detalle que llama la atención y que mueve a pensar en una renovación de músicos convocados.
Como Nemorino actuó el tenor chileno Luis Olivares que se vio perjudicado por la insistente marcación del régisseur en hacerlo cantar sentado, al parecer un vicio contagioso y del que ya hasta los directores de orquesta se han enfermado admitiendo la propagación del mal. Si bien en la gran aria "Una furtiva lacrima" no logró el nivel deseado en cuanto a su afinación, fue más efectivo en el gran dúo con Adina. En ese momento y en la primera escena con "Quanto è bella " había dejado escuchar una voz poco voluminosa, pero grata en el matiz.
La soprano Patricia Cifuentes cumplió su cometido con gran seriedad: dejó escuchar buen fraseo y notas altas bien colocadas, aunque debería buscar el modo de atemperar ciertas desmesuras en la emisión que se escuchan como desequilibradas en relación a su canto global. En la escena se mostró sobria, distendida y sin afectaciones.
Por su parte, muy buen lucimiento escénico y vocal obtuvo el barítono marplatense Fernando Santiago, que evidentemente avanza con paso firme en el desarrollo de su carrera. Su Dulcamara se escuchó ajustado, con mayor rigor a la mejor usanza que existe, y una muy rica creación del personaje desde el punto de vista del decir y cantar la parte. En lo escénico fue desenvuelto y respetuoso de las ideas del director de escena y el público le tributó su aceptación y beneplácito.
No ocurrió igual con el barítono Leonardo Estévez que, aliado con el régisseur desnaturalizó al personaje de Belcore en sus desplazamientos, vestimenta y gesticulación. Como en la faz vocal el canto fue reemplazado por sonidos destemplados se presupone que el artista, del que se han conocido actuaciones destacadas, se vio afectado al estar obligado a trazar un personaje inimaginable en la mente de los autores.
Cecilia Barok fue una muy correcta Giannetta, y el coro preparado por Juan Casasbellas tuvo muy buena participación en una ópera en la que abundan los momentos para su lucimiento. Segura afinación, equilibrio en la sonoridad general y un trabajo escénico mucho más que encomiable, fueron los méritos del conjunto. Muchos coreutas, además, se sumaron como excelentes actores a los muchos que intervinieron en ese conjunto de personajes que acompañaron la acción dramática.
Color y movimiento
Y a propósito de la faz teatral, provocó desconcierto la audacia de la puesta que apuntó a crear un espectáculo mucho más colorido y movedizo de lo que marcó la tradición. Para ello, Claudio Gallardou, fiel a su especialidad del gran espectáculo casi al borde de lo circense, concretó la intervención de una suerte de compañía de la commedia dell arte que dio brillo y movilidad impensada a todas las escenas. Algunas, de modo hasta ridículo; otras, con aciertos plásticos luminosos.
En síntesis, una propuesta que ha de crear polémicas, pero a la que no se le puede negar ingenio, aceptable sólo por ser la obra bufa, y una bufonada más o menos, que cause gracia o no, quedará en lo anecdótico. Al fin de cuentas, cuando el público admitió que lo cómico y lo ridículo no deben ofender, aplaudió con frenesí y se retiró del teatro con alegría. Y eso fue otro éxito para Buenos Aires Lírica. |
