Loas para Monteverdi
Por Pablo Kohan
LA NACIÓN, Viernes 12 de mayo de 2006
"L incoronazione di Poppea", de Claudio Monteverdi, con Patricia González (Poppea), Evelyn Ramírez (Nerone), Eugenia Fuente (Ottavia), Martín Oro (Ottone), Marcos Fink (Séneca), Soledad de la Rosa (Drusilla), José Lemos (Arnalta) y elenco. Ensamble de instrumentos originales I Febiarmonici. Régie: Rita De Letteriis. Dirección: Juan Manuel Quintana. Buenos Aires Lírica. Teatro Avenida.
Nuestra opinión: muy bueno.
Centrada habitualmente en las interpretaciones de obras más o menos conocidas y de genialidad o virtudes largamente probadas, la crítica de música académica no se detiene, por lo tanto, en las maravillas o milagros de las creaciones de Bach, Beethoven o Stravinsky, sino en sus lecturas. Pero en este caso, en el cual no se trata de "Don Giovanni", "Tristán e Isolda" o "Wozzeck" sino de "L incoronazione di Poppea ", aparece perentoria y justificada la necesidad de la alabanza previa a Monteverdi y, por consiguiente, del elogio a Buenos Aires Lírica por su decisión de traer a su abono a esta ópera de múltiples dificultades representativas.
Estrenada en Venecia, en 1642, "L incoronazione di Poppea " es más el final de una etapa que la apertura del ciclo glorioso de la ópera veneciana en el barroco medio italiano. Todavía continúa en esta obra de Monteverdi aquella idea primaria de la ópera nacida en Florencia, cuatro décadas atrás, según la cual la música debía estar al servicio del drama y de la prosodia del texto. La ausencia de arias propiamente dichas o de canto esplendoroso y apenas algunas escenas mínimas de comicidad devenidas de la Commedia dell Arte dan la pauta de la adscripción de Monteverdi a aquellas posturas iniciales. Desde el comienzo y hasta el dúo final, la música potencia el drama, engalana los textos y conduce el argumento hacia su resolución a puro arte, sin ningún lugar para disfrutes o deleites exclusivamente sonoros. Y así debería ser entendida esta ópera por aquellos que decidan hacerse presentes para degustar sus sabores y comprobar que los placeres operísticos también pueden abrevarse muy atrás en el tiempo. Además, porque vale la pena ver y oír algunas actuaciones realmente soberbias.
Puesta atinada
La escenificación de Rita De Letteriis es sumamente atinada y tan historicista en sus planteos como los sonidos propuestos por Juan Manuel Quintana. Los distintos ámbitos de acción -la residencia imperial, la casa de Popea, el recinto apartado de Seneca- están sencillamente armados con paneles que suben o bajan y algunos artículos mínimos como un banco, un aljibe, un macetón o un diván. Además, son de destacar los movimientos ajustados de los personajes en escena y las marcaciones actorales que encontraron a un elenco con cierta ductilidad como para llevarlas adelante.
Quintana, un excelente violagambista y ahora también un probado director de música antigua, condujo con solvencia a un ensamble conformado, como corresponde, con instrumentos de época. Los balances y la afinación, el punto vulnerable de los conjuntos historicistas, fueron muy bien resueltos y sólo cabría consignar algunos deslices mínimos y muy ocasionales de los vientos. El único punto observable, y no atribuible, al menos en exclusividad, al director, fue el de los distintos enfoques y aproximaciones que exhibieron los cantantes para interpretar a Monteverdi, algunos más pertinentes, o decididamente excelentes, como el de Martín Oro, y otros menos logrados o un tanto ajenos.
De los seis personajes principales, a Oro le correspondió el papel de Ottone, quien tiene a su cargo la apertura del drama. Su canto pulido, su afinación impecable, su fraseo exquisito y sus ornamentaciones y articulaciones barrocas oportunísimas, en realidad, el único en hacerlas, fueron el mejor preámbulo imaginable. En el mismo nivel de excelencia hay que destacar a Marcos Fink, con su canto consistente, noble, de amplísimo registro y que, como Séneca, lamentablemente, concluye su tarea demasiado temprano. La escena de la despedida, "Amici, è giunta la hora", muy bien secundado por sus familiares, fue de una dignidad superlativa. Y la tercera a elogiar sin reservas es Soledad de la Rosa, una soprano capaz de interpretar con total seguridad y solvencia musical a una doncella inocente y barroca como a cualquier personaje del clasicismo o del verismo más pasional. Despojó de vibratos y volúmenes innecesarios a su voz y construyó una Drusilla conmovedora en su sencillez y en su candor. Esto sin olvidar que antes, en el Prólogo, ya había llenado de música al Avenida encarnando a la Virtud.
Tanto Patricia González, la Popea por ser coronada, como Evelyn Ramírez, este Nerón de voz femenina, se mostraron confiables y muy correctas aunque con cierta invariabilidad la primera y con una voz demasiado nasal la segunda que, no obstante, no fue en desmedro de su expresividad. Quien pareció más lejana a lo que es el ideal del canto barroco fue Eugenia Fuente, con prácticas de canto muy expansivas y ardientes más congruentes para la ópera del siglo XIX que para la del XVII. Y filtrándose desde un rol secundario, José Lemos compuso una Arnalta cómica magistral, con una gran actuación y entremezclando muy hábilmente emisiones de tenor y de contratenor. Pero también es de mencionar la calidad superlativa de sus participaciones "serias" en la escena de la muerte de Séneca y, sobre todo, en la canción de cuna que entonó para Popea con un refinamiento insuperable. |